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Zach me abrazaba, mientras permanecía con los ojos cerrados al lado mío

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Zach me abrazaba, mientras permanecía con los ojos cerrados al lado mío.

Sabía que él no estaba durmiendo. No tiene esa necesidad. Él estaba sintiéndome. Yo no tenía la energía ni para mover un músculo menudo. Había arrebatado casi toda mi energía, y esto se sentía jodidamente bien. Mi chakra estaba descontrolado, lo podía sentir fuera de sus órbitas. Pero, por primera vez en mucho tiempo, es que amaba la sensación de no tener nada controlado.

Las aguas se mecían sin control, y me ví reflejada en ellas. Yo era la corriente del río, y el mar en calma.

Con la vista perdida en el río y algo mareada, pude divisar con dificultad y esfuerzo, tres siluetas. No tocaban el suelo. Ellos nos miraban fijamente, pero no sentía miedo. Zach se separó de mí, y fue hacia ellos. Lo veía todo tan lejano. Quise gritarle, decirle que no me deje sola, pero las palabras no me salían.

Él regresó.

Intenté sonreírle, pero tampoco podía. Comencé a desesperarme, porque estaba comenzando a sentir un adiós.

Él acomodó mi ropa a mi cuerpo, me miró, como si fuera la última vez que tendría la dicha de hacerlo, y me dio un beso en la frente. Después lo ví alejarse, yendo directamente hacia donde estaban esas tres siluetas flotando en el aire. Cuando lo veía muy lejos de mí, volteó a mirarme. Se agachó e hizo una mueca de dolor, mientras dos alas gigantes de un color mezclado de negro y rojo oscuro aparecieron.

Eran magníficas. Lo más impresionante que he visto. Daban impresión de superioridad y autoridad. Zach me estaba mirando, y sabía que se estaba despidiendo.

Él se estaba marchando de mi lado.

Sentí como el corazón se me caía a pedazos. Tuve dudas sobre si lo que sentíamos fue real, o sólo parte de su ilusión demoníaca para apresar a su víctima. Pero entonces, todas esas dudas se alejaron en cuanto ví directo a sus ojos. Dándome cuenta de algo importante.

Él estaba llorando.

Él sentía.

Y entonces desapareció. Junto con esas tres siluetas, dejándome sola y perdida. Sentía mis lágrimas moverse y desplazarse por voluntad propia. Un dolor desgarrando mi calma, y lo peor, es que ni siquiera supe el nombre verdadero de ese demonio.




Me remuevo entre las suaves hierbas. Siento el sueño pesado, pero cada vez se hace más ligero. Estiro mis brazos sintiendo un leve placer al hacerlo. Y cuando abro los ojos, lo primero que veo son dos seres que miden aproximadamente dos metros, con cuerpos fornidos, trajes antiguos, rostros pálidos y serios, que no tocaban el suelo. Tenían una vara delgada y larga en sus manos izquierdas. Me observaban fijamente.

Me sobresalto, posicionando mi mano en mi pecho por inercia.

—¡Atrás! ¡No se atrevan a tocarme porque los mando al infierno! —exclamé.

Lo celestial de tu infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora