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La señora Peterson se encontraba bien en su casa

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La señora Peterson se encontraba bien en su casa. Me ha preguntado por Zach, a lo que sólo le respondo que se siente bien. Que le manda saludos, y bendiciones. , un demonio mandando bendiciones.

Unas adolescentes se han acercado a mi casa. Querían una ouija. Obviamente les dije que no vendía. Una de ellas me había comentado: “Pero si en unos países, la ouija es sólo un juego de mesa.” Pero yo no podía pasar nada de esto a pequeñas chicas que sólo quieren diversión. Y esa diversión puede salirles muy cara.

Y por último, Judith se ha vuelto muy cercana a mí. Obviamente sólo es una relación de psicóloga y paciente, pero a veces puedo sentir que florece una linda amistad. Ha estado bien los últimos días, —según ella—, pero no veo indicios de que esté mintiendo.

Me gusta la idea de que por lo menos, soy buena en algo.

Tal vez la magia no es lo mío...

En fin, mi día laboral fue normal. Hasta me hizo pensar que todo en mí era de esa manera. Pero entonces, cuando estaba cenando con mi abuela, se hizo un silencio muy incómodo. Nadie quería hablar de lo sucedido, y eso me hizo regresar a la realidad que estaba viviendo de golpe.

—¿Desde cuando supiste sobre esos demonios?

—No lo sabía. —Contestó ella—. Lo intuía.

Asentí.

Se formó otro silencio, hasta que ella lo rompió:

—No quería intervenir demasiado, porque esta era tu lucha. Yo aprendí a ser fuerte en este tipo de situaciones. Pero cuando intuí que todo se te estaba viniendo abajo, tuve que acudir a ti. —Su voz era fría, distante. Casi como si no quisiera hablar conmigo, y eso me dolía. Ella nunca antes había sido así. Siempre era de lo más dulce—. Además, esos demonios son sólo peones. Quien los maneja es alguien mucho más fuerte, Angela. Y ese alguien está furioso contigo.

—Furiosa —agregué—. Se llama Relevna.

Ella se silenció por unos segundos que parecían eternos. Quise preguntarle si todo estaba bien, pero estaba tan concentrada en su propio silencio que formé el mío.

—Vas a volver a tu coven, Angela.

—¡¿Qué?! ¡No puedo hacerlo! Cuando era una niña era fácil, no tenía nada que hacer. ¡Ahora tengo pacientes que atender! ¡Y gente que ayudar!

Ella se levantó de la mesa—. No me levantes la voz. Sé que eres adulta y puedes tomar tus propias decisiones. Pero piénsalo bien, Angela. Esa bruja puede matarle en cualquier segundo y no permitiré que eso pase. —Su voz se había quebrado. Ella también estaba sufriendo con esto—. Pero no podré protegerte siempre. Y en el coven te enseñarán a como controlarte, y así controlar tus poderes. Tal vez tengas muchos más, y todavía ni los conozcas.

—Abuela...

Sí, era una persona que solía afectarle todo. Y la consecuencia de eso, eran lágrimas descontroladas.

Lo celestial de tu infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora