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Lancé una mirada frívola a su dirección

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Lancé una mirada frívola a su dirección. Pude sentir su incomodidad, fue a tal grado que no fue capaz de protestar. Permaneció en silencio, mientras caminábamos a pasos apresurados. Los hombres se encontraban cerca, podía sentir sus cuerpos alborotados por encontrar a quien torturar. Llevaban a algunas mujeres amarradas, mientras gemían y jadeaban. Aquellas estaban asustadas, siento víctimas de la ignorancia de aquellas bestias, las cuales también son víctimas, pero de sus propios impulsos saturados de necedad.

—¿Quieres que acabe con todos ellos? Tengo mucha hambre —gimió Lyann, ambas estábamos escondidas en la copa de un árbol, aguardando el momento perfecto para hacer nuestra grandiosa y heroica aparición macabra.

—Paciencia, demonio. Paciencia.

—Tengo... —su respiración se elevó. Le costaba respirar. La miré con desconfianza, y supe que no podía controlarse, o le costaba demasiado—. Tengo que hacerlo, ¡ya!

La retuve, apretando su brazo con fuerza. Mirándola a los ojos. Pude descifrar su deseo incontrolable e intenso de alimentarse. Así pasaba con los demonios de rangos bajos, rara vez podían controlarse.

Los humanos se habían detenido justo en donde lo intuí. Habían tres palos asimétricos, con una distancia de dos metros aproximadamente cada uno. Amarraron a tres mujeres desnudas de manera respectiva. La de la izquierda era la más joven, parecía tener unos quince años. Las dos siguientes ya poseían más edad. Tenían canas y sueños perdidos, arrebatados. Vestían de miedo y de pobreza. La chica que parecía tener quince años tenía la mirada más asustada que las demás. De su pierna corría sangre, y no producto por una herida. Era sangre menstrual. Los olores eran intensificados con mi nuevo poder, y podía controlarlo sin necesidad de práctica.

La chica me dio un profundo sentimiento de compasión. Parecía perdida y alterada. Probablemente fue arrebatada de sus padres.

—Jeannette Hospell, adoradora del Anticristo. Serás castigada con fuego purificador. —Comenzó a decir un hombre, con voz impasible y aspecto desastrado—. Que Dios observe tu perdón y lo acepte.

La miró de forma inquisitiva. La supuesta Jeannette, con sus cabellos dorados, sucios y despeinados, ni siquiera fue capaz de devolver la mirada de lo dominada que estaba por el miedo y la incertidumbre de no saber cómo reaccionar. Sus impulsos estaban nulos, lo único que gritaba su mente era que iba a ser quemada viva.

—Bridget Wonderlight, practicadora de la lujuria. Serás Castigada con fuego purificador. Que Dios observe tu perdón y lo acepte. —Agregó el hombre, a medida que miraba a las chicas, y caminaba lentamente, en línea recta.

Y así continuó con la siguiente.

Decidí que era mi turno. Bajé del árbol y caí en pie, de manera estruendosa. El polvo que había levantado, lo dirigí impulsando mis brazos, hacia todos lados, sin tocarme ningún centímetro de piel. Aquel se arremolinaba con libertad por los prados, y los cuerpos de los hombres.

Lo celestial de tu infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora