Sin mirar atrás

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Observé la prueba puesta sobre el mueble del baño y miré a Steve.

―Positivo ―murmuré, dejándome resbalar por la pared hasta quedar sentada en el suelo.

Durante unos instantes ambos nos quedamos en silencio y después Steve vino hacia mí y se sentó a mi lado, agarrándome la mano y entrelazando nuestros dedos.

―¿Qué quieres hacer?

―No es un buen momento para tener un bebé ―murmuré.

No siendo fugitivos en más de cien países, buscados por el gobierno de Estados Unidos y declarados enemigos públicos por la OTAN. No cuando no teníamos una residencia fija y cada pocas semanas cambiábamos de localización. No cuando iba a desatarse una guerra intergaláctica pronto según Strange.

―No. No lo es.

Las palabras de Steve mie hicieron alzar la cabeza.

―Pero tú quieres una familia.

―Y tú no ―acarició mi mano con el pulgar―. Además, no es el momento. Tenemos mucho tiempo para pensar en hijos, una casa con jardín y un perro.

―Un gato ―traté de bromear.

―Ambos entonces.

Me dedicó una sonrisa y yo se la devolví lo mejor que pude. Ni siquiera debía de ser posible que yo estuviese embarazada, no después de la ceremonia de graduación. Pero estaba segura de que algo en mí había cambiado. Quizá los soldaditos de Steve también eran súper soldados.

―¿Entonces...?

Quería que él lo dijese en voz alta.

―Buscaremos una clínica.



Fue imposible dar con una clínica privada que realizase abortos en Argelia, por no hablar de que fuese una clínica donde no fuese a morir en la camilla de operaciones. Así que Steve y yo volamos a Londres de incógnito. Allí no tendríamos problema alguno. Utilizando las máscaras holográficas de S.H.I.E.L.D. pudimos llegar a la ciudad sin problemas y una vez allí nos dirigimos a la clínica donde ya habíamos concertado cita.

Antes de entrar Steve me paró, agarrándome de las manos y mirándome con seriedad.

―¿Estás segura?

―¿Acaso no lo estás tú?

Él asintió.

―Sigo pensando que es lo mejor. Pero necesito saber que tú estás segura.

Suspiré.

No quería niños en mi vida. Por lo menos no de momento. Yo no estaba hecha para ser madre, no me veía como tal. Y nunca había sentido la necesidad de tener mis propios hijos. Simplemente era algo que no me aportaba la dicha que merecía. Quizá en un futuro, cuando Steve y yo viviésemos de otra forma. Pero no ahora.

―Lo estoy.

Con determinación tiré de él y entramos en la clínica. Era blanca y sobria, con un cierto olor a desinfectante que me hizo estremecer. Odiaba los hospitales. Nos acercamos al mostrador, donde una mujer pelirroja nos atendió amablemente.

―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?

―Tenemos cita a las tres y media.

―¿Cuál es su nombre?

―Christina Smith.

La recepcionista consultó algo en el ordenador y después me hizo rellenar un formulario con todo tipo de información sobre mí misma. Obviamente, mentí en todo lo que pudiese comprometerme.

Romanogers: Little storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora