Malditas fotos, parte IV

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Contiene sexo y lenguaje explícito


―Vamos Steve, tú puedes ―murmuró para sí mismo tan bajito que Natasha no escuchó nada.

Respiró hondo y empezó a pasear su mirada por el cuerpo de la pelirroja, para captar la postura y los detalles a la perfección antes de ponerse a dibujar. Empezó delimitando el amplio ventanal y la posición donde iría el cuerpo de Natasha en el lienzo. Después bocetó su figura, las arrugas de las telas, la posición de las velas y los edificios que tenía detrás. Nunca había utilizado un modelo para dibujar, pero supuso que no podría tener a la espía eternamente posando para él, así que procuró ser lo más exacto posible.

Se sorprendió a sí mismo al darse cuenta de que estaba completamente volcado con el proceso creativo, por lo que sus dudas con respecto a la desnudez de Natasha habían sido empujadas al fondo de su mente. Quería esforzarse para que su compañera quedase complacida, por lo que aisló cualquier otro pensamiento que no fuese sobre el modo en el que tenía que dibujar y se concentró.

Desde su postura, la rusa no podía observar al completo el rostro de Steve, pero parecía inmerso en lo que estaba haciendo. Incluso había dejado de estar rojo. En el exterior ya podía verse la luna empezar a brillar en lo alto del cielo y las luces de la ciudad que nunca duerme ya estaban todas encendidas. Como ella misma había predicho, era un espectáculo digno de ver. Nueva York no tendría estrellas que embelleciesen la noche debido a la contaminación lumínica que no dejaba verlas, pero esa noche la luna daba tal espectáculo que no necesitaba compañía alguna.



La Viuda Negra permaneció en la misma postura, sin moverse ni un milímetro, durante casi cuarenta minutos, tiempo en el que Steve se mantuvo en silencio y tan absorto en su trabajo que para él fueron cinco. Tan solo se dio cuenta del paso de tiempo cuando contempló cómo la luna ya estaba en lo alto e iluminaba toda la estancia.

―¿Quieres descansar? Llevas mucho tiempo en esa postura ―se maldijo a sí mismo por haberse olvidado de ella. Debía de estar entumecida.

―Puedo continuar si quieres.

Lo que poca gente sabía es que uno de los castigos que infligía la Sala Roja era mantener a sus alumnas como estatuas sin poder moverse durante horas, con la amenaza de flagelarlas como eso sucediese. Las posturas eran complicadas y pesadas y en ocasiones Natasha había pasado horas en puntas de ballet con los brazos en alto sin poder siquiera respirar de forma regular por miedo a que se percatasen de los movimientos de su pecho.

―Te mereces un descanso ―Steve se levantó y recogió del suelo la bata mientras las espía hacía movimientos circulares con el cuellos y los hombros. Con una sonrisa aceptó la prenda y volvió a cubrirse su desnudez, para alivio del soldado.

―¿Puedo ver? ―preguntó Natasha señalando el lienzo.

―Por supuesto.

La pelirroja caminó hasta el caballete y se sentó ante él. Steve ya tenía su cuerpo pintado a la perfección con colores base, cada curva realizada con mimo y delicadeza. Además, había trazado todas y cada una de las velas, telas y rascacielos que podían verse desde su posición.

Le sorprendió la precisión con la que había pintado sus dedos o el contorno de su rostro.

―Todavía queda mucho trabajo por hacer, pero una vez que termine de pintar las luces y sombras de tu cuerpo y la forma en la que brilla tu piel bajo la luz de la luna y las velas, ya no será necesario que poses. Puedo hacer una foto de la colocación de todo y terminar el cuadro por mi cuenta ―Natasha paseó su mirada del lienzo a Steve, que tenía una mancha de pintura blanca en la mejilla y se rascaba la nuca―. O sea... no creas que quiero echarte, pero no voy a tener listo el cuadro para esta noche.

Romanogers: Little storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora