Sin aliento, parte IV

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Natasha se dejó caer contra una esquina de la habitación, completamente desnuda, llevó las rodillas contra su pecho pese al dolor y escondió la cabeza en el hueco restante. Entonces, empezó a sollozar de nuevo. Y por una vez en su vida, Steve no supo cómo reaccionar. La toalla cayó de sus manos y se quedó observando a la nada mientras dos únicas palabras recorrían su mente una y otra vez...

Me violaron.

Me violaron.

Me violaron.

Dos palabras que le destrozaron, que le hicieron estremecer, que hicieron que empezase a llorar como no hacía años. En ese momento no era Steve Rogers, el Capitán América, sino Steve Rogers el joven delgaducho que no podía defender a sus seres queridos. Porque así se sentía, como si por mucho músculo, fuerza y escudo no pudiese mantener a su familia a salvo. Mantenerla a ella.

Si en este mundo alguien merecía ser feliz era Natasha. Ya había sufrido suficiente a lo largo de todos estos años, ¿por qué el destino se encargaba de seguir torturándola? ¿Acaso no tenía derecho a poder vivir en condiciones por una vez? Sus manos se cerraron en puños y tuvo que salir de la habitación.

Caminó hasta el final del pasillo y golpeó una pared con tanta fuerza que formó un agujero. Y después golpeó otra vez, y otra, hasta que gran parte del muro quedó a sus pies. Y después cayó en peso muerto contra la pared y lloró y gritó y pegó puños al aire. Hizo todo lo que no podía hacer en presencia de Natasha. Algunos médicos y enfermeras se asomaron a ver que estaba sucediendo, pero una sola mirada del Capitán bastó para que volviesen a sus quehaceres.

Entre lágrimas se preguntó cómo iba a ayudar a la mujer que ocupaba todos sus pensamientos. ¿Qué palabras ayudarían? ¿Qué era lo que tenía que hacer en una situación así? Ningún entrenamiento le había preparado para esto. Y estaba aterrado, aterrado de que la situación hubiese terminado con Romanoff.

Ella era la mujer más fuerte e independiente que conocía, pero todas las personas tenían un punto de no retorno, un quiebre. Y temía que ella hubiese llegado al suyo. Nunca la había visto llorar, nunca la había visto tan débil y vulnerable, como si fuese a romperse de un momento a otro. No soportaría perderla a ella también.

Se secó las lágrimas con la camiseta y se limpió la sangre de los nudillos con una de las toallas que había amontonadas en un carro de suministros en medio del pasillo. Y antes de volver a entrar en la habitación respiró hondo y se recompuso. Ahora no podía ser débil, tenía que tirar de Natasha hacia delante, aunque le costase la vida.


La pelirroja estaba en la misma posición. Se había adentrado tanto en su dolor y desesperación que ni siquiera había escuchado el estropicio que Steve había hecho en la pared. Se sentía tan rota, sucia e inservible... Nadie le había arrebatado la dignidad hasta ese momento, nadie le había hecho pasar tanta vergüenza, sentirse tan débil. Ella había hecho muchas cosas malas, era un monstruo en muchos aspectos, pero siempre había conservado su esencia, su integridad.

Ahora sentía que no tenía nada.

La Viuda Negra había sido mancillada como si se tratase de una simple niña. Ellos habían sabido golpear donde más dolía y derribar sus barreras más preciadas. Le habían arrebatado el control y le habían devuelto a sus días de Sala Roja, donde era un mero juguete, una carnada sexual. ¿Cómo podías sanar en una situación así? ¿Cómo podría volver a ser ella misma? Y lo peor, ¿cómo podría convivir con la pena de los demás?

¿Algún día volvería a poder ser la Natasha de la que alguna vez había llegado a estar orgullosa?

Se clavó las uñas en las piernas en un pobre intento de dejar de temblar, pero solo consiguió sentir más dolor, más desesperación.

Romanogers: Little storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora