Malditas fotos, parte III

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―¿Qué te pinte? ―la voz de Steve tembló.

Solo de imaginarse en una habitación con Natasha durante horas, observando su cuerpo al milímetro, le hacía querer salir corriendo de la Base.

―Sí. Eres la única persona en quien confiaría lo suficiente como para pedirle algo así.

―¿Por qué necesitas un dibujo?

―Hace unos años hice cosas horribles... entre ellas destruir un hospital lleno de niños inocentes ―Natasha apartó la vista de Steve y observó los ventanales. Todavía era un recuerdo doloroso para ella―. Cuando salí del KGB doné una gran suma para reconstruir el hospital y ayudar a todas las familias que habían perdido a sus hijos o que debido a la explosión tenían niños más enfermos todavía. Pese a ello, nunca sentí que fuese suficiente. Hace cinco años descubrí que cada verano hacían una recaudación benéfica para el hospital y empecé a participar en ellas de forma anónima ―volvió a mirar a Steve y este se dio cuenta de que sus ojos estaban mucho más brillantes―. Este año la temática es el empoderamiento de la mujer y tengo una idea en mente con la que creo que podrías ayudarme.

―Vaya... no conocía esa historia.

―Nadie la conoce, ni siquiera Clint.

La extraña e íntima confesión de Natasha hacia Steve le hizo olvidarse de su vergüenza por unos instantes.

―Me encantaría ayudarte con ello, es un gesto precioso.

―Es lo mínimo que puedo hacer por ellos.

Ese día habían muerto cuarenta y siete niños y Natasha se sabía el nombre y apellido de cada uno de ellos. Nunca los iba a olvidar y nunca se lo iba a perdonar. Era uno de los motivos por los que jamás iba a poder encajar como heroína y por el que había decidido mantenerse en la sombra pese a ser una Vengadora. Ella no quería ser un personaje público y querido por sus heroicos actos, no se lo merecía.

Dejó el tema de lado para no fastidiar una bonita mañana y le dedicó una sonrisa al soldado.

―¿Te parece bien que lo hagamos esta tarde? La verdad es que voy un poco apurada de tiempo para mandar el cuadro y que llegue a tiempo a para la subasta. Así que, cuanto antes empecemos...

―Eh, claro.

―Bien. A las siete en el salón. Como vamos a estar solos es el lugar perfecto.

Natasha se bajó de la mesa de un salto sin perder la sonrisa.

―¿Qué material quieres que use? ¿Lápices, bolígrafos, acuarelas...?

―No lo sé, la verdad. Lo que mejor te parezca.

―Para eso tendría que saber qué tienes en mente ―Steve también se levantó.

No estaba seguro de que quisiese saber en qué pensaba concretamente la espía, pero cuanta más información tuviese más podría prepararse mentalmente para el encuentro. Esta vez no le iba a pillar con la guardia baja y no iba a parecer un chico de dieciséis años muerto de vergüenza que termina por salir corriendo en cuanto la chica se le acerca unos pasos.

―Supongo que deberás de llevar todo tu material.

―¿Por qué?

―Porque tendrás que esperar para ver lo que tengo preparado.



La realidad es que Natasha no tenía nada en mente cuando salió de la sala de juntas, pero mientras se despedían del resto del equipo su mente empezó a maquinar y un rato después condujo hasta la ciudad para conseguir todo lo que necesitaba. Visitó una tienda de decoración y después una de telas. Además, aprovechó para entrar en alguna que otra tienda de ropa y darse un capricho. Era un hecho que la Viuda Negra tenía pasión por la moda, especialmente por las prendas de cuero y los zapatos altos.

Romanogers: Little storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora