No huyas más

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Esto no me podía estar pasando a mí.

Había conseguido pasar siete meses escondida, había sido capaz de vivir en un pequeño apartamento de Budapest durante todo este tiempo. Y de repente todo se había venido abajo. No sabía cómo coño había sucedido, no sé cómo habían sido capaces de encontrarme, pero el sistema de seguridad perimetral había saltado esa misma mañana y me había visto obligada a salir corriendo por la escalera de emergencia, teniendo que luchar con un par de hombres que se encontraban esperándome en el callejón al que daban las escaleras.

Era imposible que alguien me hubiese visto, no había salido de casa más que un puñado de veces en los últimos cuatro meses, siempre siendo precavida. De hecho, hacía diez días que no abandonaba mi escondite. Tampoco había sacado dinero de ninguna de mis cuentas ni había hecho llamadas que pudiesen ser rastreadas.

Era la mejor espía del mundo, no podía ser encontrada si yo no quería.

Algo había tenido que fallar, pero no podía adivinar qué.



Escapé por los pelos de los hombres que me emboscaron en el callejón, a los que no había dudado disparar, pero nuevos les sustituyeron y me vi corriendo por pequeñas calles poco transitadas. Conocía Budapest como la palma de mi mano y eso era un factor a mi favor, pero un disparo me atravesó el brazo y perdí el equilibrio, cayendo de costado y perdiendo terreno.

Pronto estuve rodeada con cuatro hombres enmascarados. Tuve tiempo de levantarme y disparar a dos de ellos antes de que otro me quitase la pistola de una patada. Eran hábiles y rápidos, pero yo también. Me enzarcé en una pelea con ambos hombres mientras mantenía un ojo en los que habían caído al suelo presas de los disparos. No podía permitir que se incorporasen a la pelea.

Y fue justo el movimiento de uno de ellos, alcanzando una pistola, lo que me hizo despistarme lo justo para que me pegasen una patada en el estómago que me mandó contra una pared. El aire escapó de mis pulmones momentáneamente y un latigazo de dolor me recorrió de arriba abajo. Pero como no les derrotase todo iba a ir a peor, así que me recompuse como pude y volví a la pelea.

Tuve suerte de poder hacerme con el arma de uno de ellos en un hábil movimiento distractorio. Mis dos contrincantes cayeron muertos al suelo de un disparo a cada uno y rematé a los dos que se retorcían en el suelo.

Me permití entonces jadear y llevarme una mano a la zona donde había recibido la patada. Maldita sea como dolía, tanto que me preocupaba que me hubiese podido dañar internamente. Además, me palpitaba una sien y me ardía horrores la herida que me había dejado la bala en el brazo izquierdo.

Pero no me di el lujo de desperdiciar ni un segundo y reanudé la marcha.



No aguantaba más. Necesitaba parar.

Me costaba respirar, empezaba a sentirme mareada y me dolía el cuerpo de los golpes que había recibido. No podía seguir mucho más tiempo huyendo. Ya me había expuesto suficiente al coger el transporte público para despistarlos y viajar hasta el otro lado de la ciudad; había estado una hora subiendo y bajando en diversas paradas hasta perderlos de vista, pero ni aun así podía estar tranquila.

Daba gracias al frío invernal del país, que me permitía tapar mi rostro al completo y pasar desapercibida entre la multitud mientras caminaba hacia mi destino. Pero no podía seguir en la calle, no cuando mi coche se había quedado escondido al otro lado de la ciudad. Así que recurrí a la última de mis opciones.

Me había prometido no recurrir a ninguno de los refugios que los Vengadores habían tenido repartidos por todo el mundo, pero no me quedaba más remedio. Iba a colapsar de un momento a otro como siguiese recorriendo Budapest sin rumbo. Así que me escaqueé hasta un pequeño callejón que contaba con cubos de basura y una puerta de metal y recé por que el lector oculto en la pared continuase admitiendo mis huellas dactilares en el sistema.

Romanogers: Little storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora