El dolor de una vida

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El aborto había sido espontáneo. Los médicos le habían dicho que ella no era la culpable. Simplemente el feto no se había agarrado bien a las paredes del útero, pero ella sentía que era su culpa. A lo mejor tenía que haber dejado de trabajar y guardar reposo las primeras semanas. Aunque no hubiese estado yendo a misiones el ajetreo de S.H.I.E.L.D. podía haberle sentado mal. O a lo mejor había sido esa discusión con Tony una semana atrás... ni siquiera pelearon por algo importante. O incluso debería de haber dejado de ir al gimnasio. Había tantas cosas que podía haber evitado para que esto no hubiese pasado.

Su bebé... Tan solo hacía diez semanas de su existencia, apenas la mitad desde que ella lo sabía, pero ya se había convertido en su rayito de sol. En el suyo y en el de Steve.

Ambos sabían que no era posible que Natasha tuviese hijos. La ceremonia de graduación de la Sala Roja había terminado con esa posibilidad. Pero, al parecer, el suero del Capitán América había sanado el útero destrozado de Natasha, y un segundo corazón había empezado a latir en su cuerpo.

Cuando Steve se enteró de la noticia lloró tanto o incluso más que la propia espía. Fue un momento de máxima felicidad para ambos, en el que el súper soldado se arrodilló y empezó a besar la tripa de su pareja, a la vez que hacía pequeñas promesas a la criatura que estaba creciendo en el interior.

¿Cómo se lo iba a decir a Steve?



Para cuando salió del hospital y llegó a la torre ya había pasado más de la mitad del día. Y para su sorpresa, los niños de Clint y la hija de Scott habían llegado al complejo para celebrar ese fin de semana el primer cumpleaños de Morgan, la pequeña de Pepper y Tony.

—¡Tía Nat! —gritó Lila en cuento las puertas del ascensor se abrieron. La niña salió a su encuentro y se abrazó a su cintura. La pelirroja se guardó un jadeo de dolor e hizo todos sus esfuerzos para no romper a llorar— ¡Te he echado mucho de menos!

Seguido de Lila llegó Nathaniel, quien se abrazó a la pierna de la espía.

—¡Tia Nash! —balbuceó el pequeño de tres años.

Natasha fingió la sonrisa más dura de su vida y abrazó a los niños.

Cooper y Cassie le saludaron con la mano desde un sillón que ambos compartían, demasiado ocupados jugando a una partida de Mario Kart.

—¡La que faltaba! —dijo Tony, con el pequeña Morgan en brazos— Creíamos que no ibas a aparecer hasta esta noche.

Miró a su alrededor, y se me dio cuenta de que estaban absolutamente todos ahí, incluso Thor, Carol y Hill.

—¿Me he equivocado de fecha y llego tarde al cumpleaños de Morgan? —murmuró confundida mientras avanzaba hasta los sofás donde estaban todos reunidos, con los niños revoloteando a su alrededor.

Steve la miró confundido mientras ella se sentaba en un reposabrazos de uno de los sofás, al lado de Wanda.

—Dijiste que querías contarnos algo antes del cumpleaños —dijo Hill, con una sonrisa pícara. ¿Qué se estaría imaginando?

Recordó en ese momento la conversación durante el desayuno a principios de semana, y lo pesado que había estado Tony por saber de qué se trataba desde que dijo que prefería contarlo cuando estuviesen todos juntos y Steve le apoyó con el tema.

—Sí, pero no os esperaba a todos reunidos.

Esto debía de ser una broma de mal gusto.

—Tony nos ha mandado un WhatsApp a todos para que estuviésemos aquí a la hora de la merienda —dijo Sam.

Romanogers: Little storiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora