* Capítulo 8 *

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Un día, veinticuatro horas, más de mil minutos o decenas de miles de segundos

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Un día, veinticuatro horas, más de mil minutos o decenas de miles de segundos. Solo depende de la perspectiva. A veces este tiempo nos parece insuficiente, otras nos parece inacabable. Pues verás, la vida no se mide con un reloj o un calendario. Se mide en acciones, en personas, en sentimientos. Porque así como el tiempo es de efímero, también es de perpetuo.

Un segundo puede marcar la diferencia entre la risa y el llanto, entre un te amo y un silencio, entre la vida y la muerte. No lo notamos, dejamos los años correr; pero en realidad, estamos hechos de segundos. Cada paso, cada latido, cada aliento, cada pequeña cosa que creemos insignificante; más pronto que tarde será la última. Solo ahí comprenderás, que un segundo es eterno.

Lo recordaba vívidamente, el momento en que su padre le decía estas palabras. Ella acababa de saltarse sus lecciones, otra vez. Odiaba luchar. Odiaba tener que usar la magia para matar. Y no quería desperdiciar su tiempo en aprender a hacerlo.

Sin embargo su padre jamás la regañó. Jamás la obligó. El solo se sentaba muy callado a su lado y contemplaban juntos las flores hasta que el silencio era suficiente. Entonces el comenzaba hablar. Hablaba sobre todo y nada a la vez, pero a ella le encantaba escucharlo. Siempre lo creyó capaz de contener las respuestas a todos las interrogantes. Él era su héroe. Y a los ojos de una pequeña Halinor de once años él era invencible.

Pero murió. Lo asesinaron. El era su más preciado tesoro y le fue arrebatado en un mísero segundo.

Él ya no estaba y ella necesitaba sus palabras de aliento ahora más que nada.

Habían pasado exactamente veinticuatro horas desde su entrada al Djangeor. Y juraría que había vivido cada uno de esos segundos como si fuera el último.— ¿Por qué?— porque lo eran. Lo habían sido desde que entró al Djangeor. Desde que la puerta por la que cruzaron, desapareció tras ellos. Desde que de alguna forma el resto de los bandidos se enteraron de lo sucedido en el exterior y se dispusieron a darles caza.

El interior de la torre era un lugar inhóspito y desconocido. Estaban agotados y desesperanzados; al borde del colapso físico y mental. Habían estado corriendo y huyendo desde el primer momento. No habían dado si quiera un pestañaso, probado bocado alguno y tomando solo unas míseras gotas de agua en los escasos ratos de descanso. El único pensamiento que cruzaba la mente de Halinor era que aquella torre sería su tumba.

Y eso era lo que tanto lamentaba. Ahora finalmente se arrepentía de todos los segundos perdidos de su vida.

 Ahora finalmente se arrepentía de todos los segundos perdidos de su vida

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