* Capítulo 10 *

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Noah era solo un bebé la primera vez que presenció una tormenta

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Noah era solo un bebé la primera vez que presenció una tormenta. Él no lo recuerda, pero ha escuchado cientos de veces la historia de como el claro cielo de Iskastala se transformó en un abismo de tinieblas y sombras. En aquellos tiempos el cielo lloró truenos y relámpagos. Iskastala sufrió la ira del Emperador Ljos durante treinta y seis días con sus treinta y seis noches. Finalmente las tropas laynenses fueron derrotadas y expulsadas de la ciudad; ¿Pero a qué precio?

Aquella batalla terminó con una amarga victoria para los iskastalos. Un mes después de finalizada la invasión, como consecuencia de una herida mortal recibida durante el combate, el pueblo de Iskastala lloraba la muerte de su rey; y Noah, la pérdida de un padre al que apenas conoció.

Aquel fue el amargo año 517 o, como todo fiel adepto de la religión Ehlÿftea acostumbra llamarlo, el año Drako 86.

Tiempo después Noah presenció una tormenta por segunda vez. Y esta la recuerda claramente. De hecho, es la más vívida de sus memorias. Ocurrió cuando tenía solo ocho años. Había acompañado a Famel, el mayor de sus hermanos, en un viaje por los territorios vasallos de Iskastala en el Valkran.

Fue exactamente como lo relatan en los libros de magia. El despejado y soleado cielo del Valkran se transformó en un abismo de oscuridad en cuestión de segundos. Solo quedó la luz espectral procedente de las siluetas de los relámpagos. El retumbar de los truenos que estallaban como balas de cañón. Segundos después, un batallón entero del ejercito laynese rodeando la caravana donde Noah viajaba junto a su hermano. Y encabezando aquel centenar de hombres se encontraba Edmon d' Verlag, Gran General de Lay y hermano de la emperatriz Ljos.

Aquel día tanto Lay como iskastala lloraron la pérdida de muchos de sus hijos. Los laynenses perdieron a su Gran General y los Iskastalos a su Príncipe Heredero. Pero en Noah se abrió una herida que jamás sanaría sin importar cuanto intentará olvidar.

Ese fue el año 523 o, como dirían los Ehlyfteos, el año Drako 87. Noah perdió a quien, más que su hermano mayor, había sido su padre, su maestro y su mejor amigo. El pequeño, escuálido y enfermizo príncipe de solo ocho años fue el único sobreviviente de la famosa masacre de Eve Hitt.

Y hoy, era la tercera vez que Noah presenciaba una tormenta.

Incapaz de moverse, con las pulsaciones aceleradas y fría sudoración empapando su cuerpo. Preso del pánico, entre temblores, recluido en la esquina más apartada de las ventanas de su habitación. Hecho un ovillo tiritante e incapaz de encarar a su mayor enemigo: la tormenta.

Noah le teme a las tormentas y solo ahora acaba de averiguarlo. Sabe muy bien que ellas han sido el presagió de la desgracia en su vida. Quería creer que en sus manos estaba el control de su destino, pero las coincidencias eran ya demasiadas para ser todo parte de una simple casualidad.

Este era el año 529 pero no en las escrituras ehlyfteas. Los ehlyfteos tenían una forma diferente de medir los años. Para ellos cada año que pasa marca la ascendencia de uno de los seis espíritus; y este año es Drako 88. El espíritu Dragón Negro Drako se alza sobre los otros cinco y cuando Drako demanda fuego, los iskastalos terminan pagando un precio muy caro.

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