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Mientras él había pasado la noche en una diminuta y sucia celda, yo había estado dando vueltas en su cama, sintiéndome inquieta y angustiada. Por la mañana me encontraba haciendo lo mismo, como única diferencia era que estaba con el teléfono cerca de la oreja. Estaba recibiendo instrucciones como siempre lo había hecho, pero en esa ocasión tenía un objetivo y ese era sacarlo de allí.

Sabía que se iba a molestar conmigo pero era mi decisión y Mikhail tenía que aceptarla. Iba a entregar mi libertad a cambio de la suya, para poder sacar de aquella celda a quien me había hecho feliz al mismo tiempo en que me mentía.
 
— Vuelve, ya todo está listo para su liberación. — Me comunicó mi madre, quien se encontraba al otro lado de la línea.

— De acuerdo, estaré allí en diez minutos. — Aseguré mientras tomaba las pocas pertenencias que tenía en esa casa. — Espero que sea verdad.

— No me gustan las mentiras. — Respondió con sequedad.

— Entonces no entiendo cómo es que sigues siendo la Sra. Colemman. — Murmuré con brusquedad y colgué.
 
Había tardado exactamente diez minutos desde que había salido de la casa de Mikhail hasta llegar al punto de encuentro. En el terreno de la cabaña vacacional se encontraban un par de autos, el de algunos guardias y el de mi padre, quien se encontraba de pie junto a mi madre.

Christina Colemman podía ser muchas cosas pero jamás la había considerado una madre hasta que me envolvió entre sus brazos. La forma en la que me abrazaba no era como lo hacía cuando teníamos que fingir ser una familia unida, no, era… Era un abrazo cálido. 
 
— Estábamos preocupados. — Murmuró ella, tomando mi rostro entre sus manos para observar que estuviera bien. — No vuelvas a hacer algo parecido. — Al notar mi expresión confusa, se alejó un poco y  se aclarar la garganta, recuperando la compostura. — No vuelvas a decir lo que debo hacer con mi vida.

— En el fondo sabes que tengo razón. — Ella me dedicó una mirada de advertencia. — ¿Dónde está el comprobante? — Pregunté y prácticamente al momento mi teléfono comenzó a vibrar.
 
Era Andrew… Pobre, debía estar comiéndose las uñas por lo que estaba sucediendo en la estación de policía.
 
— Ahí está. — Señaló el aparato entre mis dedos con su perfecta manicura. — Vamos, tenemos asuntos que resolver y muy poco tiempo.
 
Nos subimos al auto para emprender el viaje al aeropuerto, donde el jet privado de la empresa nos esperaba. Habíamos quedado en que regresaría a casa y me iría de la ciudad por algún tiempo para encargarme personalmente de una de las sucursales del sur. Después, cuando mi tiempo allí terminara, regresaría para casarme, cumpliendo así con aquel contrato que llevaba años esperando.

La familia Wagton no estaba haciendo presión en absoluto porque uno de sus grandes secretos había sido desmantelado frente a más de un centenar de personas.
 
— Hasta luego. — Me despedí de mis padres.

— Cuídate, cariño y no olvides mantenerte en contacto. — Murmuró mamá, sorprendiéndome con otro abrazo.
 
¿Qué le había ocurrido a Christina?
 
— Tú igual. — No podía evitar sentirme incómoda por las repentinas muestras de afecto.

— Se responsable porque estaré atento a todo lo que hagas. — Las despedidas de papá siempre eran afectuosas, casi me había robado el corazón.
 
Subí al jet y me puse cómoda. Si bien no iba a ser un viaje demasiado extenso, me sentía sin energías por no haber descansado la noche anterior.
 
— ¿Bueno? — Respondí entre sueños a quien fuera que no había dejado de llamarme.

— ¿Dónde estás? — Bramó Mikhail completamente fuera de sí. — ¿Qué cojones hiciste?
 
Mi sueño se había esfumado por su culpa peor en esos momentos no había quién le reclamara algo.
 
— No grites, puedo escucharte perfectamente. — Había optado por alejar el teléfono de mi oreja porque tenía el presentimiento de que me dejaría sorda. 

Perfecto Mentiroso©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora