La nieve caía suavemente en los inhóspitos terrenos de la montaña, hacia muchas horas desde que la nevada se presentó, y para el tiempo que había transcurrido, ya una fina capa de nieve ya había formado. Aquella fina capa estaba completamente inmaculada, casi parecía parte de una pintura de un ágil artista, pero pronto dejaría de serlo.
Se oyen fuertes galopes a lo lejos, es la presencia de animales que eran demandados físicamente por sus dueños. En aquella pesada oscuridad, se podía apreciar claramente el aliento de este grupo que huía con desenfreno en medio de la nada. Por supuesto, el paso de este agitado grupo despojó de perfección la fina capa. Sin lugar a dudas era una mera coincidencia, aun así era digno pensar que la fuerte ventisca que se avecinaba, la traían consigo. Los fuertes vientos les prohibían ver claramente a donde se dirigían o si quiera donde estaban, ese factor ya se había perdido hace muchos kilómetros atrás. De hecho se habían perdido desde el primer momento en el que uno de los integrantes trajo la maravillosa idea de desviarse a un camino, que en sus palabras, serían capaces de huir en un chasquido.
Se oyen disparos a lo lejos, mucho más a la distancia. El grupo teme lo peor. Compartieron miradas, en sus rostros se ve, saben lo que pasó, y se unirán a la víctima si no se apresuran. Una de las mujeres agitó las riendas de su caballo con tal fuerza en un desesperado intento de acelerar, dejó una marca en el animal que montaba. El animal soltó un gran chillido. De un momento a otro, la oscuridad de la noche se ve infectada por la luz de unas linternas de gas provenientes del grupo que los perseguía. Se acercaban y les pisaban los talones, ¿cómo era posible que fuesen más rápidos? Al igual que sus dueños, estaban perturbados por los hechos cometidos por aquel grupo que huía de su fijado destino. Los movimientos de esas bestias eran erráticos, acabarían con ellos y la menor del grupo lo sabía. Esa chica se quita el sudor de la frente con el revés de su mano y mira sobre su hombro, buscando con la mirada, a la única mujer en la que podría confiar.
-¡Erin! -Gritó la chica desesperada.
No responde, está totalmente perdida en sí misma, demasiado concentrada buscando alternativas. Son un grupo débil después de todo, un grupo que se vio horriblemente reducido a menos de una docena. Los superaban en número. Erin pudo ver claramente como de poco a poco la luz de las lámparas iluminándola casi por completo, tenía a uno de aquellos hombres encima. Con su mano desnuda, buscó su arma en su pantalón, cada movimiento era impreciso y estando entumecida, le resulta casi imposible. Su hostigador da un disparo, la punta de sus dedos rosaron la empujadora del revolver, la mujer le devolvió tres rápidos disparos al pecho. El hombre cayó al frio suelo, estaba acabado. siquiera había caído por completo el cadáver al suelo cuando se escuchó una serie de disparos seguidos del primer cañonazo. Uno de sus compañeros cayó casi inmediatamente y fue arroyado por las pesuñas de los miembros de esa gente, así desfigurando el rostro del chico.
-¡Hijos de puta! -Gritó Erin con una voz ronca.
Después de varios minutos de concentración, Erin finalmente sale de sí misma y enfoca la vista para encontrar a Henry entre los demás miembros del grupo.
-No vamos a aguantar así, Henry. llévate a los demás y yo me llevare a Kotomi. Perdamos a estos hijos de puta. -ordenó la mujer.
-Nos encontraremos al pie de la montaña. -Respondió.
Unos de los miembros de esa gente se habían escabullido entre los demás y amenazadoramente se acercaba a Kotomi, aquel hombre extendía su brazo lo más que podía para alcanzar a la chica. El hombre tenía un tiro limpio, sin embargo, por alguna razón no lo hacía. Erin se interpuso en su camino y le regaló un solo tiro a la cabeza. La sangre salpicó y se impregno en las finas prendas de Kotomi.
-Al caballo, disparen a su caballo, por dios santo. ¡Usen su cabeza, Pedazo de bestias! -Rugió uno de los hostigadores.
Sin esperar ni un segundo más, se separaron del grupo. Kotomi vio a Henry alejarse y desaparecer entre los árboles, y lo último que pudo ver de su hermano fue a un grupo de esa gente pisándole los talones. Durante largos segundos su mirada estuvo fija al lugar donde había desaparecido, con temor a no verlo más a él tampoco. Después de ignorarla un rato involuntariamente, Kotomi se percató de que Erin la ordenaba a saltar a su caballo. El animal se tambaleó agresivamente y no dejaba de chillar. No podía soportar más su peso y las balas perforando su cuerpo, finalmente lo derribaron. Sus patas quedaron mirando hacia arriba y se arrastró en la sucia nieve.
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Kotomi
AdventureHan pasado años desde que la humanidad se llevó a si misma a su autodestrucción, y ahora los pocos supervivientes de este quebrantado mundo se ven obligados a hacer lo que sea por sobrevivir un día más; muchos viajan solos, otros viajan en facciones...