Epílogo.

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La luz de la luna se filtraba por las cortinas de la cocina. Habíamos terminado de cenar y estaba lavando los platos que ensuciamos. Todo estaba tranquilo y silencioso, después de todo ya eran casi las diez de la noche.

Cuando terminé de lavar, puse el delantal en la mesa de la cocina y me dirigí a las escaleras de la casa. Las subí muy despacio y con silencio, no quería arruinarles el comienzo del sueño... pero como desde hace un mes para acá, eso no servía.

–Saki, ¿aún estás despierta?.

La habitación solo era alumbrada por la lámpara de noche sobre el buro. La casa de muñecas estaba abierta de par en par mostrando a todos los muñecos y muñecas dormidos en sus respectivas camas. Mi hija de cinco años estaba en la ventana de su habitación observando hacia la avenida, tenía abrazando el conejo que su padre le había regalado hace unos meses. Ella era igual a mi cuando era una pequeña niña, con su cabello largo de un rosa un poco más oscuro que el mío y sus grandes ojos jade tan expresivos como los míos, pero en carácter era igual que su padre. Saki lo idolatraba y quería ser un gran medico como su papá.

–Aún no llega... él lo prometió – dijo sin separar la vista de la ventana.

Me acerqué a ella y la cargué, ella se quiso resistir pero al final cedió. La deposité en su cama y la arropé.

–Si llega se molestará porque no estás dormida.

–Papá dijo que llegaría hoy – hizo un pequeño puchero.

–Al parecer se lo olvido que es horario distintito – reía quedamente mientras mi hija me miraba sin comprender – donde esta papá apenas está amaneciendo, apenas están comenzando este día, seguro que mañana llegará.

– ¿Está tan lejos? – preguntó asombrada.

–Sí, papá está del otro lado del mundo, seguro cuando crezcas podrás ir con él.

–Entonces si duermo ahora...

–Pasara el tiempo y papá llegará seguro en la mañana.

–Entonces me dormiré.

Cerró sus ojos y abrazó fuerte a su conejo. Le di un beso en la frente y regulé la luz de su lámpara de noche. La contemplé, tenía el carácter de su padre pero era tan tierna y dulce que eso hacia la diferencia. Cuando se enojaba fruncía el ceño igual que Sasuke y le costaba mucho decir lo que sentía, pero si se trataba de su querido papi eso se iba al carajo y derrochaba más miel que yo. Sasuke la amaba, era uno de sus tres puntos débiles, consentía a la pequeña traviesa cada que podía y cumplía cada capricho que esta pedía.

Salí de su habitación y cerré la puerta despacio para no hacer tanto ruido y me dirigí a la habitación de enfrente. Abrí la puerta y me topé con muchos autos de juguete esparcidos por todos lados junto con muñecos de acción. Volteé a la derecha dónde estaba la cama y estaba vacía. Me detuve a observar aquella foto que estaba en la mesita de noche. Sasuke feliz cargando a su alegre campeón. Shota. Crucé mis brazos y cerré los ojos, ese niño era muy hiperactivo.

–Shota – dije relajada – sé que estas debajo de la cama.

El pequeño de seis años comenzó a salir de bajo de su cama con esa sonrisa que ni Dios mismo podría enojarse. Cuando salió, me abrazó rodeando mis piernas y le acaricié la cabeza.

–Será mejor que vayas a dormir, ya es tarde y mañana debes levantarte temprano.

–Mamá, crees que papá vaya a verme... dijo que llegaría hoy pero... – dijo mientras subía a su cama y se tapaba con las cobijas.

–Papá llegara a tiempo para verte – dije mientras veía la foto de mis dos hombres – ¿Cuándo ha faltado tu padre a una competencia tuya

–Nunca – dijo muy feliz.

El diario de mi corazón II: Saitama.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora