Nιᥴo XI

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—¿Seguro que está todo bien, Nico? —Hazel se escuchaba preocupada.

Nico estaba cansado de escuchar la misma pregunta una y otra vez, como si cada que ésta fuera formulada, la respuesta cambiaría.

—Ya te dije que estoy perfectamente, Hazel —soltó más hosco de lo usual. El Husky gigante (llámese Frank) que estaba a media sala le gruñó antes de seguir jugando con la pequeña pelirroja.
Suspiró sintiéndose un idiota—. Lo siento, Haz. Es solo que... será mejor que me vaya.

La morena pudo agregar algo más, pero prefirió quedarse callada y asentir. Las cosas estaban muy tensas y lo peor es que no podía desahogarse con nadie, solo con... no, Will no era una opción.

Era la tercera vez en el mes que rechazaba reunirse con sus amigos. No quería ver a nadie. Necesitaba pensar. Más que eso, necesitaba encontrar una solución al problema que tenía encima, no debía dejar que el tiempo lo alcanzara o las consecuencias serían terribles. Había sacrificado ya muchas cosas tratando de que todo estuviera bien como para que ahora todo se vaya al caño por los caprichos del destino.

Dormía poco y las veces que lograba hacerlo, su sueño se tornaba inquieto y tormentoso debido a las "pesadillas" que lo acechaban.
Éstas habían empeorado y no sólo las suyas, también las de Penélope; su pequeña hija despertaba en medio de la noche llorando y buscando consuelo, sin entender qué pasaba.

Esa noche no era la excepción.

Estaba en el Inframundo, lo sabía bien porque lo conocía mejor que nadie. Esa parte era oscura, pero no tanto como en los dominios de La Oscuridad, ya que muy al fondo podía verse una luz titilar. Era débil y tambaleante, como la flama de una vela que lucha por no apagarse.
Conocía bien ese sueño, así que caminó (como siempre) por el largo y aparentemente interminable pasillo hasta salir a lo que parecía una cueva. Un murmullo de voces llenaba el lugar y lo hacía sentir inquieto. En el centro había una tinaja, la cual fácilmente sobrepasaba su altura. Ese simple objeto le trajo malos recuerdos.
Cada vez que intentaba acercarse a ella esta parecía alejarse de su alcance y sumirse en la oscuridad. Esa vez, hubo un cambio. La vasija se mantuvo en su sitio y la voz de su padre llenó el lugar.

"Sabes lo que debes hacer, Nico."

—Debe haber otra forma, padre —dijo girando en su lugar, buscándolo —. No puedo...

"El tiempo se acaba. ¡HAZLO!"

Despertó con el latido de su corazón zumbando en sus oídos. Le costaba respirar y todo le daba vueltas, quería vomitar.
Este sueño había sido el mismo, pero a la vez tan distinto, que podía sentir el frío de la cueva en sus huesos. Estaba temblando.

La puerta de su habitación se abrió de golpe y eso logró ponerlo más alerta, hasta que sintió que la cama se hundía y escuchó los sollozos de su hija. Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la oscuridad, pudo ver a la pequeña haciendo pucheros y viéndolo con los ojos cargados de lagrimas.

—¿También soñaste feo, Babbo? —su voz era queda y ahogada. Se acercó a abrazarlo cuando Nico asintió con la cabeza.

—¿Quieres dormir aquí? —el mayor dejó un beso en la frente de la niña y la ayudó a acomodarse. No necesitaba respuesta, ya que sabía que por eso había entrado a su recámara.

—¿Porqué no puede ser como antes? —la pequeña preguntó de la nada. —Como cuando veíamos a los abuelos, o cuando íbamos de paseo y sonreías, papi.

—Es... complicado, princesa —respondió —. Algunas cosas están pasando y por eso no podemos ir con mi padre. Por eso tengo tanto trabajo y no podemos pasar tanto tiempo juntos como antes —era vergonzoso tener que decirlo.

Iᴛ·s ʙᴇᴄᴀᴜsᴇ ᴏғ ᴀ ᴘʀᴏᴍɪsᴇ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora