Nɪᴄᴏ IX

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Acababa de servir su tercer vaso de whisky, cuando escuchó unos golpecitos en la puerta. Revisó el reloj que descansaba en el librero y le sorprendió lo tarde que ya era; la puerta se abrió un poco y pudo vislumbrar una cabellera roja. Al instante, sonrió.

—¿No puedes dormir? —con eso, invitó a su hija a entrar. La niña corrió hacia él y se subió a su regazo, abrazándolo fuerte. —¿Qué pasa, piccola?

—Soñé feo otra vez —su voz se escuchaba amortiguada, ya que tenía el rostro escondido contra el pecho de su padre. —Yo... ¿puedo dormir contigo?

Nico acunó a la pequeña en sus brazos y besó el tope de su cabeza antes de mecerla. —Claro que sí, siempre que quieras —decidió que terminaría su trabajo al día siguiente y, con la niña en brazos, se puso en pie y salieron de la pequeña biblioteca que tenía en su departamento, con rumbo a la habitación del mayor. Dejó a la niña en la cama y prometió volver pronto.
Se cambió lo más rápido que pudo en el baño y volvió; su hija le esperaba, abrazando  su gatito de peluche. Se acomodó a su lado y la rodeó con sus brazos. Al instante, la pelirroja se acunó contra su pecho.

—Tú siempre vas a estar conmigo, ¿verdad, Babbo? —su vocecita a penas era un murmullo, pero podía oír con claridad sus ganas de llorar. —No vas a irte como mamá, ¿cierto?

—Jamás voy a separarme de ti, te lo prometo —a penas y pudo responderle a través del nudo que se había formado en su garganta. —Penélope, mamá no te dejó porque ella así lo quisiera, lo sabes ¿no es así? Ella te amaba muchísimo, así como yo lo hago, pero... ahora está en un lugar bonito.

—El abuelo me dijo dónde —alzó un poco la cabeza para poder darle a su padre una sonrisa. Él aprovechó para besar su frente. —Ahí donde está tu mamá también, Babbo.

Nico no supo qué decir, porque él perfectamente sabía que nada de lo que dijera le ayudaría a que la extrañara menos. Habría dado cualquier cosa porque su hija no sufriera todo lo que él cuando perdió a su madre, y a Bianca, pero parecía ser una maldición que recaía sobre él.
La niña abrazó su gatito y se pegó más a él; sin saber cómo, recordó una vieja nana que Bianca solía cantar para él en esas noches que le resultaba imposible dormir, cuando estaban solos en el Hotel Lotus. Sabía que ella la había aprendido de su madre y el hecho de que él ahora estuviera cantándola para su hija, hacía que esa vieja herida de su pecho volviera a abrirse, aunque, siendo sincero, jamás se había cerrado.

La pequeña se durmió a los pocos minutos y él la siguió enseguida. Esa noche, no tuvo pesadillas por primera vez en meses.

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—...Entonces te veo el sábado, como a eso de las 10:00 am —dijo la chica al otro lado de la línea. Nico se sorprendió de repente, pues no tenía idea de lo que hablaba.

—Perdona, Haz, ¿para qué? —escuchó el bufido de su hermana y pudo jurar que hasta había torcido los ojos —. Disculpa, estoy un poco... distraído.

Ya me di cuenta. Te decía qué el sábado pasaré por Penélope para ir al centro comercial —trató de recordar porqué su hermana se llevaría a su hija. —Vamos, Nico, la semana pasada me dijiste que podría pasar más tiempo con ella, no te estás arrepintiendo, ¿verdad?

No, claro que no —ahora podía recordar —. Le daré la noticia y la tendré lista a la hora.

Nico... —la morena hizo una pausa y luego siguió —. ¿Estás bien? Cuando nos vimos... ¿has dormido bien?—todos parecían ponerse de acuerdo para hacerle esa pregunta.

Iᴛ·s ʙᴇᴄᴀᴜsᴇ ᴏғ ᴀ ᴘʀᴏᴍɪsᴇ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora