Nɪᴄᴏ III

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—No voy a repetirlo, Penélope. Dame ese vestido.

Llevaba al menos una hora negociando con su hija para que se quitara la prenda y poder lavarla; no había tenido éxito alguno, claro está.

―¡No! ―gritó la niña y salió corriendo con rumbo a la sala.

Nico torció los ojos y suspiró mientras contaba hasta el cien, porque al diez no le funcionaba nada. Salió de la habitación de su hija y tomó la cesta de ropa que había dejado en el pasillo minutos antes; recogió una media solitaria que se escondía de él bajo un mueble y continuó su recorrido al cuarto de lavado. Al pasar hacia la cocina, vio a Penélope pegada al televisor viendo por enésima vez esa película de la reina que congelaba todo, Elsa ―le preocupaba que él ya se la sabía de memoria―. Puso una carga en la lavadora y mientras la bendita máquina hacía lo suyo, aprovechó para ordenar unos documentos de su trabajo. Tardó en ellos el mismo tiempo del ciclo de lavado; estaba metiendo el otro tanto de ropa, cuando llegaron a él los cantos de su hija. Sólo pudo sonreír mientras trabajaba. Esperó a que la canción terminara para volver al ataque con el tema del vestido. A buena hora se le había ocurrido comprarlo.

―Última llamada, señorita ―puso pausa en la película y se paró frente al televisor, cubriéndolo―. Si no entregas ese vestido, no habrá McDonald's por un mes para usted ―por suerte, obtuvo la reacción que esperaba.

―¿No papitas? ¡Eso no se vale! Es... es... ―al parecer, no encontraba las palabras que expresaran su insatisfacción. El mayor trató de contener una sonrisa y se fue a terminar de echar la ropa.

No se escuchaba ruido alguno, sabía que la pequeña evaluaba sus opciones; siempre había sido así, era algo que había adquirido de él mismo. Como había amenazado con no comprar de su comida rápida favorita, debía resignarse y hacer la cena, aunque eso iba en contra de su ritual del sábado, pero debía tener mano firme ―o al menos tratar―. Pensó que al menos podía cocinar la comida favorita de la niña, no había reglas contra eso ¿cierto?

Estaba enfrascado en la lectura de un recipiente de salsa para pasta, con las canciones de Frozen de fondo, cuando una risa ahogada casi le hizo soltar el frasco. Era raro que alguien pudiera sorprenderlo, pero realmente no esperaba eso. Giró con el ceño fruncido, dispuesto a averiguar qué ―o quién― lo había sacado de tan importante tarea. Abrió grande los ojos al ver a Jason en medio de su cocina, al menos, su cabeza y el torso, pues sera lo que podía ver a través del mensaje Iris.

Hey, Di Angelo, bonito delantal ―dijo una voz conocida. Había estado centrado en el rubio, que pasó por alto que no estaba solo: Percy Jackson tenía una sonrisa idiota en el rostro mientras lo señalaba. Nico bajó la vista y maldijo en griego antiguo al recordar que traía puesto un mandil para nada su estilo (regalo de Penelope).

―¿Acaso perdiste el tuyo, Jackson? ―no iba a dejarse molestar. Jason rió esta vez y mejor prefirió intervenir antes que Percy pudiera ponerse en ridículo él solo.

Es bueno verte otra vez, Nico. ¿Qué tal todo? ―estaba claro que su pregunta abarcaba mucho más que ese día, pero Nico se limitó a responder como si no se hubiera dado cuenta de ello.

―También lo es para mi, Grace ―les dio la espalda un momento para revisar el estado de la cena, cuando estuvo seguro que no se quemaba nada regresó su atención a los dos chicos―. Semana larga, pero sigo vivo.

Tan dramático como siempre ―el hijo de Poseidón torció los ojos, pero mantuvo la sonrisa.

—No es por ser grosero, pero ¿qué quieren? —preguntó el azabache al fin.

Tranquilo, Di Angelo, hemos venido en son de paz —anunció el hijo de Poseidón alzando las manos en señal de rendición. — Me tratas así porque sigo sin ser tu tipo, ¿verdad?

Iᴛ·s ʙᴇᴄᴀᴜsᴇ ᴏғ ᴀ ᴘʀᴏᴍɪsᴇ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora