Nɪᴄᴏ I

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El dolor de cabeza amenazaba con volverse migraña. El ruido a su alrededor empeoraba su humor; el golpeteo de los cubiertos contra la loza era desquiciante y en algún punto, sus dientes comenzaron a rechinar.

Cerró los ojos y se presionó el puente de la nariz con los dedos pulgar e índice, tratando de calmarse.
Llevaba 15 minutos en el restaurante, esperando. Estaba a punto de sacar su teléfono móvil, cuando un par de personas aparecieron junto a su mesa.

—Lamento la demora, señor Di Angelo —se disculpó la mujer —. El tráfico es horrible a esta hora.

—No importa, Meg —se acomodó mejor en su silla —. ¿Nos acompañas?

—Gracias, pero... —la chica negó con la cabeza —. He quedado con un amigo, ya sabe.

—Ya veo. En ese caso, anda ya. Te veo el lunes —Nico le dedicó una pequeña sonrisa. Cuándo la joven se fue, concentró su atención en su acompañante —. Estás muy callada, eso no es normal.

La niña refunfuñó. Era una pequeña, no mayor a los siete años, con cabello pelirrojo y grandes ojos color chocolate; unas pecas salpicaban su nariz y mejillas. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño ligeramente fruncido.
Nico la miró con una ceja alzada, esperando. Abrió la boca, dispuesto a hacerla contar lo que sea que la tenía de ese humor, pero un mesero llamó su atención, preguntando si ya estaban listos para ordenar.

Al paso de 20 minutos, él y la niña comían en silencio; de vez en cuándo, el mayor la miraba de reojo mientras ella picoteaba sus espaguetis con el tenedor.

—¿Ahora sí vas a decirme qué sucede? —el castaño se reclinó sobre la silla y tamborileó los dedos de la mano izquierda sobre la mesa (costumbre adquirida de su padre).

—Creí que íbamos a almorzar en McDonald's —respondió la niña, apuñalando su comida. Nico sonrió un poco y negó con la cabeza.

—Termina ya y compraremos helado más tarde.

Esas palabras tuvieron el efecto deseado. La pequeña comenzó a comer como si fuera a ser llevada a la silla eléctrica, y de vez en cuando Nico limpiaba la salsa de sus mejillas.
Cada que la veía, una genuina sonrisa se formaba en sus labios. Esa pequeña había logrado hacerle sentir algo que por un tiempo creyó ya no sería capaz de albergar en su interior: amor.

Él nunca se imaginó estar en esa situación. Pero sin duda alguna, no lo cambiaba por nada.
Antes, siendo más joven, en un par de ocasiones la palabra "hijos" había aparecido en las conversaciones mantenidas a altas horas de la noche, cuando el futuro se pintaba prometedor y próspero y sobre todo, cuando se encontraba entre los brazos de él.

Volvió a la realidad cuando la pequeña salió zumbando, diciendo que necesitaba el baño. Antes que él pudiera hacer o decir algo más, ella se había ido.
"Es igual a su madre" pensó con una pizca de frustración y diversión y se encargó de pedir la cuenta. Estaba firmando el recibo, cuando una mano se posó sobre su hombro. De inmediato, se tensó y se puso en pie, dispuesto a enfrentarse a quién —o lo que— fuera; la mano voló a la cintura, llevándose un chasco al no encontrar su vieja espada. Tal vez estaba siendo exagerado, pero cuando eres un semidios —y precisamente hijo de uno de los Tres Grandes —nunca se es demasiado precavido.
Se dio vuelta y antes que pudiera decir algo, se vio envuelto en un abrazo que seguramente le había fisurado algunas costillas.

—¡Nico! —dijo su "atacante" con un tono lleno de alegría, sorpresa y algo más que no pudo descifrar.

—No respiro —logró decir y tomó una bocanada de aire en cuanto se vio liberado. Se concentró en el autor de tan efusivo saludo y sólo pudo abrir los ojos por la sorpresa —. Jason...

Iᴛ·s ʙᴇᴄᴀᴜsᴇ ᴏғ ᴀ ᴘʀᴏᴍɪsᴇ...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora