El recuerdo de lo que sucedió durante los tres días y tres noches siguientes permanece oscuro en mi memoria. Apenas me acuerdo de nada, porque nada hacía, ni en casi nada pensaba. Sé que estaba en un cuarto pequeño y en una cama estrecha. Permanecí en ella inmóvil como una piedra, sin poderme volver siquiera y sin apenas reparar en el transcurso del tiempo. Notaba que entraban y salían personas en la alcoba, podía decir quiénes eran y oía lo que me hablaban, pero no podía contestarles, porque me era imposible abrir los labios o mover los miembros. Hannah, la criada, era quien me visitaba con más frecuencia. Su presencia me disgustaba comprendiendo que ella habría preferido verme marchar y que sentía prevención contra mí. Diana y Mary entraban en la alcoba una o dos veces al día. A veces les oía comentar:
-Hicimos bien en acogerla.
-Sí, porque de lo contrario hubiese aparecido muerta en el umbral al día siguiente. ¿Qué le habrá sucedido?
-Azares de la vida, supongo... ¡Pobrecita!
-No parece una persona ineducada. Habla con corrección y las ropas que se quitó eran bastante finas. Imagino que, sana y animada, debe tener un aspecto agradable.
Nunca les oí lamentar la hospitalidad que me concedían ni expresar hacia mí sospecha alguna. Aquello me consolaba.
John apareció sólo una vez, me examinó y dijo que mi estado era la consecuencia natural de una excesiva fatiga. Juzgo innecesario llamar al médico, asegurando que la naturaleza obraría por sí misma; que había sufrido un fuerte trastorno nervioso y que en cuanto reaccionase me repondría muy de prisa. Habló en términos concisos, añadiendo, tras una pausa, con tono de hombre poco acostumbrado a expansiones verbales:
-Su semblante es poco vulgar y por cierto no el de un ser degradado.
-Nada de eso -dijo Diana-. A decir verdad, John, quisiera que pudiésemos favorecerla de un modo más eficiente.
-Eso quizá sea difícil -repuso él-. Probablemente averiguaremos que es una joven que ha tenido alguna riña con sus parientes e irreflexivamente les ha abandonado. Tal vez consigamos hacerla volver con ellos, si no es muy obstinada. Mas por la expresión de su rostro me parece que no debe de tener nada de dócil -y agregó, tras contemplarme unos minutos-: Debe de ser inteligente, pero no tiene nada de guapa.
-Está enferma, John.
-Enferma o no, no debe de ser guapa nunca. La gracia y la belleza me parecen ausentes de sus facciones.
Al tercer día me sentí mejor y al cuarto día pude hablar, moverme y hasta sentarme en la cama. Hannah me trajo, a la hora de comer, una sopa y unas tostadas, que paladeé con deleite. Cuando se fue me sentí relativamente vigorosa, harta de descanso y necesitada de acción. Hubiese querido levantarme, pero ¿cómo vestirme? Mis ropas debían de estar sucias y arrugadas como consecuencia de las noches al raso.
Miré en torno mío. Todas mis prendas, lavadas y secas, estaban en una silla. Mi vestido de seda negra colgaba de la pared. Mis medias y mis zapatos estaban limpios. En la habitación había lavabo y un peine. Me arreglé rápidamente, me vestí, me cubrí con un chal y, ya recobrado mi aspecto correcto y desaparecido toda traza del desorden que tanto aborrecía y tan rebajada me hacía sentirme, bajé, apoyándome en el pasamanos, una escalera de piedra, y me encontré en la cocina.
Sentíase un aroma a pan caliente y ardía en el hogar un espléndido fuego. Hannah estaba amasando. Como es notorio, los prejuicios son más difíciles de desarraigar en las naturalezas con cultivadas, en las que se afincan como el musgo entre las piedras. Hanna, desde el principio, había obrado fría y secamente conmigo. Después había amainado un tanto su antipatía. Y ahora, al verme arreglada y bien vestida, incluso me sonrió.
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Jane Eyre
Mystery / ThrillerJane Eyre es una novela escrita por Charlotte Brontë, publicada en 1847. Dueña de un singular temperamento desde su complicada infancia de huérfana, primero a cargo de una tía poco cariñosa y después en la escuela Lowood, Jane Eyre logra el puesto d...