IV

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De mi conversación con el Sr. Lloyd y de la mencionada charla entre la Srta. Abbot y Bessie deduje que se aproximaba un cambio en mi vida. Esperaba en silencio que ocurriese, con un vivo deseo de que tanta felicidad se realizara. Pero pasaban los días y las semanas, mi salud se iba restableciendo del todo y no se hacían nuevas alusiones al asunto. Mi tía me miraba con ojos cada vez más severos, apenas me dirigía la palabra y, desde los incidentes que he mencionado, procuraba ahondar cada vez más la separación entre sus hijos y yo. Me había destinado un cuartito para dormir sola, me condenaba a comer sola también y me hacía pasar todo el tiempo en el cuarto de niños, mientras ellos estaban casi siempre en el salón. No hablaba nada de enviarme a la escuela, pero presentía que no había de conservarme mucho tiempo bajo su techo. En sus ojos, entonces más que nunca, se leía la extraordinaria aversión que yo le inspiraba.

Eliza y Georgiana (obraban sin duda en virtud de instrucciones que recibieran) me hablaban lo menos posible. John me hacía burla con la lengua en cuanto me veía, y una vez intentó pegarme, pero me revolví con el mismo ataque de cólera y rebeldía que causara mi malaventura la otra vez y a él le pareció mejor desistir. Se separó abrumándome a injurias y diciendo que le había roto la nariz. Yo le había asestado, en efecto, en esta prominente parte de su rostro u golpe tan fuerte como mis puños me lo permitieron y cuando noté que aquello le lastimaba, me preparé ara repetir mis arremetidas sobre su lado flaco. Pero él se apartó y se fue a contárselo a su mamá. Le oí comenzar a exponer la habitual acusación.

-Esa asquerosa de Jane...

Y siguió diciendo que yo me había tirado a él como una gata. Pero su madre le interrumpió:

-No me hables de ella, John. Ya te he dicho que no te acerques a ella. No quiero que la tratéis tus hermanas ni tú. No es digna de tratar con vosotros.

Sin pensarlo casi, grité desde las regiones donde me hallaba desterrada:

-¡Ellos son los indignos de tratarme a mí!

La Sra. Reed era una mujer bastante voluminosa, pero al oírme subió las escaleras velozmente, se precipitó como un torbellino en el cuarto de jugar, me zarandeo contra las paredes de mi cuchitril y, con voz enfática e imperiosa, me conminó a no pronunciar ni una palabra más en todo lo que quedaba de día.

-¿Qué diría el tío si viviese?- fue mi casi voluntaria contestación.

Y escribo «casi voluntaria», porque aquel día las palabras me brotaban de la boca de una manera espontánea, como si me las dictase en mi interior una fuerza desconocida que yo fuese incapaz de dominar aunque lo hubiera pretendido.

-¿Eh?- dijo mi tía.

Y en la mirada, habitualmente fría, de sus ojos grises, se transparentaba algo parecido al temor. Soltó mi brazo y me contempló como si dudara en decidir si yo era una niña o un demonio.

Continué:

-Mi tío está en el cielo y sabe todo lo que usted hace y piensa, y también papá y mamá. Todos ellos saben cómo me maltrata usted y las ganas que tiene de que me muera.

Mi tía logró recuperar su presencia de espíritu. Me abofeteó y se fue sin decir palabra. Bessie llenó esta laguna sermoneándome durante más de una hora y asegurándome que no creía que hubiese una niña más mala que yo bajo la capa del cielo. Yo me sentía inclinada a creerla, porque aquel día surgían de mi alma sentimientos rencorosos.

Había transcurrido noviembre, diciembre y la mitad de enero. Las fiestas de Navidad se celebraron en la casa como de costumbre. Se enviaron y se recibieron muchos regalos y se organizaron muchas comida y reuniones. De todo ello yo estuve, por supuesto, excluida. Todas mis diversiones pascuales constituían en presenciar cómo se peinaban y se componían diariamente Georgiana y Eliza para bajar a la sala vestidas de brillantes muselinas y encarnadas sedas y, después, en escuchar el sonido del piano o del arpa que tocaban abajo, en asistir al ir y venir del mayordomo y el lacayo, y en percibir el entrechocar de los vasos y tazas y el murmullo de las conversaciones cuando se abrían o cerraban las puertas del salón.

Jane EyreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora