Cap. 21: Bajo la misma luna

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Victor se acercó hasta la comisura de los labios de Clarisse y al ver que esta no retrocedía, fundió sus labios con los de ella. Aquel tímido beso había erizado la piel de Clarisse, parecía algo irreal pero lo cierto es que no lo era porque podía sentir las reacciones que provocaba en su cuerpo; eran embriagadoras, fugaces como los fuegos artificiales, tan mágicas e intensas como la luz que emitía la luna encima de ellos. Ella no quería que aquel maravilloso momento terminara y cuando sus labios se separaron sintió una lluvia de emociones que recorrían cada centímetro de su piel. Ella lo miró fijamente, él le devolvió una mirada igual de intensa. No hacían falta las palabras porque ambos sabían que desde aquel momento sus almas habían quedado conectadas.

Victor se puso de pie.

—Señorita Rossmore...Clarisse—la observó atentamente con una mirada tan dulce como el delicioso néctar de las flores de melocotón—Sé que mi petición os podrá parecer egoísta, pronto tendré que regresar a Francia para resolver unos asuntos que requieren de mi presencia.

—No os debéis disculpar señor—desvió la mirada, sentía como un sentimiento de amargura se apoderaba de su ser y poco valor le faltó para reprochar a este aquel beso robado, así que sin más se puso en pie y volteó su cara hacia el horizonte, mordiendose los labios para controlar la ira provocada por aquellas palabras.

—Clarisse...—la retuvo tomando su mano—Volveré a Boston, y entonces me encargaré como es debido.

—Señor Le Roy, yo no soy nadie para dictar vuestro camino, no me debéis explicación alguna.

—Claro que os la debo, ¿acaso no os he dicho ya lo que significáis para mí? ¿Tal vez me he confundido y no correspondéis mis sentimientos?—tomó el rostro de la joven entre sus manos para encontrarse con su mirada.

—¿De qué sirven mis sentimientos si de todas formas os marcharéis?—sintió como su voz se ahogaba en la tristeza.

—Yo tampoco quiero partir, pero hay algo que me tiene atado de manos. Os prometo que volveré.

—¿Cuándo os marcharéis?—preguntó con un tono triste y apagado.

—Aún no lo sé, pero pronto. Cuando llegue el próximo barco que parta a Francia, seguramente. Os informaré.

—¿Qué ocurrirá con todos vuestros planes y vuestra marcha a Burdeos?

—Burdeos no importa. Vendré a vivir a Boston y compraré una propiedad digna de vos. No me llevará más de ocho meses.

—¿Ochomeses?—Clarisse miró al joven detenidamente observando cada detalle de su rostro. No quería hacerse a la idea de ver partir a su amado, pero no había nada en el mundo que quisiera más que estar a su lado. En un fugaz y esperanzador pensamiento, decidió que ochomeses no serían obstáculo para esperarle.—Prometo que os esperaré, siempre y cuando me escribáis cartas desde Francia.

—Os lo juro.—tomó las manos de la joven y los llevó nuevamente a sus labios para besarlas.—Cuando esté de regreso y sea digno de vuestra mano, hablaré con vuestro padre.

Ante tal comentario la muchacha no pudo evitar sentir un sentimiento de alegría, sus mejillas se tornaron color carmesí y había olvidado por completo en aquel momento de felicidad, la advertencia de su madre. ¿Pero qué podía hacer? Por más que su corazón se había resistido, ella lo sabía. Aquel muchacho de ojos verdes se había apoderado de su alma y aunque su parte racional quería negarlo, no había revolución ni lucha interna que acallaran el resplandor naciente, nada que fuera más febril y ardiente, ninguna acción que sirviera porque en donde mora el mundo de lo emocional no había cavidad para la razón; había sido derrotada.

Jardín de cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora