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- ¡Me importa una mierda, Gustabo! Voy a ir y punto.

Muy pocas veces solían discutir Horacio y su hermano, todo debido a que el menor siempre aceptaba al pie de la letra las decisiones tomadas por el rubio, pero él ya no era un niño. No iba a dejar que el más bajo se pusiera en el estúpido papel sobreprotector que tanto odiaba.

- Me encuentro en perfecto estado, voy a ir a trabajar. - Respondió nuevamente, no dejándose intimidar por la mirada iracunda que le dirigía Gustabo desde la puerta de su habitación

Había despertado un par de horas después de que los oficiales abandonaron su hogar, ahora se encuentraba en su cocina, devorando todo a su paso. Gustabo se sintió aliviado al ver a su hermano en perfecto estado, con aquel brillo y alegría que siempre caracterizo al de cresta, pero cuando este afirmó que estaba listo para ir a trabajar, se negó rotundamente.

Horacio no tenía muy claro lo que había sucedido y, por muy loco que fuera, no se atrevía a preguntar. Por el momento prefería ir al bar y despejar su mente, quedarse en su casa solo serviría para darle más vueltas a lo sucedido en esos últimos días y no, no quería.

Un pequeño suspiro escapó de entre sus labios e, ignorando a su hermano, se encerró en su habitación dispuesto a asearse y prepararse para su jornada laboral. Faltaban un par de horas y, después de su falta, lo que menos quería hacer era llegar tarde. Se tomó su tiempo en la ducha, notando con sorpresa que las pequeñas heridas en su labio había desaparecido y los moratones también. 

Optó por no darle más vueltas a ello y se vistió de forma más elegante, como era solicitado en su lugar laboral. Aquella noche optó por una camisa negra que se aferraba a su torso y brazos como una segunda piel, siendo acompañada por un pantalón y zapato de la misma tonalidad. Observó su reflejo con un puchero, le desagradaba que el único color en el fuera por parte de su cresta, pero no dejándose desanimar, finalizó haciéndose el delineado en sus párpados y colocarse los piercings en sus orejas.

Algo más alegre y motivado, abandono su habitación, no teniendo que esperar a su rubio hermano pues este salió segundos después que él. Refunfuñó cuando no le dirigió la palabra y ni que decir de la mirada, se rehusaba a mirarle y eso sólo enfurecía al de cresta; sin embargo, no se iba a retractar, se sintió más que bien y no tenía ganas de quedarse en casa sin hacer nada. 

El recorrido en el taxi fue silencioso, al llegar a "La Chingada", saludaron al pelirrojo que se encargaba de la seguridad y luego cada quien siguió su camino. Horacio preguntó a Yun por Emilio y, al saber que se encontraba en su oficina, optó por ir a verle.  

Un par de toques en la puerta interrumpieron al mexicano en la acalorada conversación que mantenía con su invitado, por eso fue que invitó a ingresar al recién llegado con clara molestia; sin embargo, esta desapareció al ver al humado de cresta frente a él.

- Hola, Emilio. - Saludó el pelirrojo con entusiasmo, mostrándose un tanto más cohibido al notar que no se vieron solo. - Oh, buenas noches.

- Horacio, no pensé verlo aquí hasta dentro de un par de días. - Respondió el de coleta, invitándole a sentarse en la silla libre frente a él. - Largo de aquí, pendejo. Terminaremos está conversación luego. - Despidió a aquel desconocido sin apartar la mirada del humo frente a él y sólo cuando la puerta sonó anunciando que se encontraban solos, se permitó sonreír.

- No pensé que estabas ocupado, lo siento. - El tono afligido del pelirrojo solo logro hacerlo ver más tierno ante el mexicano que, encantado, aspiró el dulce aroma de este; sin embargo, lo que encontró hizo que su expresión fuera ahora de clara sorpresa y, porque no, asco.- Solo venía a decir que ya me encuentro bien, tuve un pequeño resfriado pero ya estoy sano y listo para trabajar. Si tienes que descontarme el día, lo entenderé.

¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora