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Horacio estaba adolorido, todo su cuerpo pedía a gritos por su cama y poder descansar después de una noche tan loca; sin embargo, conocía bien a su hermano y sabía que tras esa pared de tranquilidad estaba a nada de romperse y no podía permitirlo. Es por eso que aceptó acompañar a sus compañeros al taller y compartir un par de copas con ellos, aunque él se rehusó a probar nada cuando observó a su hermano beber todo como si de agua se tratara

Aunque no era esa la única razón, los EMS habían insistido en llevarlo al hospital pero el se había negado, por lo que le obligaron a tomar algunas pastillas para el dolor y ahora se encontraba luchando con el cansancio.

El tiempo pasó y pronto su hermano no podía permanecer de pie solo, por lo que Horacio decidió irse. Pidió que llamaran a un taxi, negándose a ser llevado por alguno de ello, lo menos que deseaba es que supieran do de residía. Sabía bien que tarde o temprano tendrían que saberlo, pero por el momento alargaria aquello lo más que pudiera.

Todo el trayecto a casa fue divertido, la personalidad de Gustabo salía a flote cuando tenía un par de copas encima y aquel lado tierno y juguetón que solo mostraba a Horacio, aparecía sin vergüenza alguna; sin embargo, el de cresta aún se mantenía alerta y esperaba que su hermano tuviera la suficiente consciencia como para cierto personaje saliera a flote.

Lo ayudó a ingresar a casa, encendiendo la luz para poder ubicarse cuando Gustabo por poco y se le resbala, más la suerte estuvo de su lado y logró sostenerlo antes de que ambos terminaran en el suelo. Casi muere al escuchar la gruesa voz del superintendente, cerrando la puerta como pudo por si alguien hubiera decidido seguirlos y notarán la presencia de este en su hogar y, no sólo él, sino de aquel ruso que le fundía las neuronas con sólo una mirada.

- ¡Viejo! - Exclamó un sonriente y feliz Gustabo, soltándose del agarre de su hermano para dirigirse al mayor.

Horacio maldijo cuando no pudo detenerle y observó como con aquel andar tambaleante caminó hasta el pelinegro y terminó sentando en su regazo. Aquello descolocó a todos los presentes, especialmente a Horacio que se apresuró a auxiliar a su hermano, más el accionar del superintendente volvió a dejarle con la boca abierta.

- ¿Tan feliz estás de verme, capullo? - Cuestionó el pelinegro, perdiéndose en aquellos profundos ojos azules al tiempo que uno de sus brazos rodeaba la cintura ajena. - Pensé encontrarlos en casa, pero llego y me doy con la sorpresa que no están y no sólo eso, sino que se fueron de fiesta.

- No, no es cierto. - Respondió Gustabo con aquel tono aletargado, acurrucándose cómo un niño en el pecho del super intendente. - Emilio nos ofreció ir al taller y uno de sus amigos nos contrató. Emilio babea como un loco por Horacio, creí que así sería más fácil acercarnos a el.

El ruso, que hasta este momento se había mantenido en silencio, ojiplático por el actuar de ambos hombres, cambió aquella expresión por un ceño fruncido. Dirigió su mirada al menor de todos y aunque notó como sus mejillas se tornaban rojizas ante la información dada por su hermano, le devolvió la mirada desafiante.

- Y una polla, debiste regresas a casa. - Respondió Jack, ignorando por completo a todo aquel que no fuera ese bonito rubio y es que esa faceta tan tierna estaba a nada de arrancarle una boda sonrisa. - Horacio está lastimado, puedo oler desde aquí su cansancio.

- Pero... - Exclamó Gustabo, buscando con la mirada a su hermano pero la situación con la que se encontró lo hizo reír. - Pero bueno, parece que no sólo Emilio babea por Horacio, el niño enfermo también.

Jack tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no reír a carcajadas, más aún cuando Volkov miró con clara indignación al rubio sobre él. Esa fue su señal para irse, tomó en brazos al rubio y se dirigió a la habitación de este.

¿Presa o Cazador?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora