Capítulo 3

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16 de julio de 202022:00 p

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16 de julio de 2020
22:00 p.m



Arnie Weeler

Saboreé cada fresa hasta que caí en cuenta de que me las había terminado todas. Las cortinas estaban abiertas de par en par, entrando la luz de la luna por medio de éstas, al igual que una brisa fría pero agradable.

Luego de tocar varias veces y no obtener respuesta alguna por mi parte, entró un señor, que tenía pinta de ser alguien que trabajaba para el chico de antes. Me miró y sonrió con calidez acercándose.

-Estas son tus toallas. - las colocó en una esquina de la cama y prosiguió a hablar -. ¿Te ayudo a deshacer la maleta o en alguna otra cosa?

-No - coloqué la cesta vacía encima de la mesita de noche y me puse de pie. -Me queda muy poco aquí, no pienso pasarme el resto de mi vida en esta pocilga junto a ese desgraciado.

-Señorita Weeler. Siento decirte que una vez que una chica entra en la vida del Señor no sale más. Debería sentirse afortunada, no cualquiera comparte casa con el amo. Eres especial. - e hizo una mueca con sus labios mientras me guiñaba un ojo.

-¿Hay más chicas? - pregunté para ver cómo éste asentía -¿Dónde están y que hacen aquí?

-Pues... - dijo mientras levantaba su dedo índice y era interrumpido.

-Ya te puedes marchar, Helms -. le ordenó Sten al señor mayor, justo en cuando pensé que obtendría respuestas. Éste solo le hizo una reverencia para marcharse de la habitación y dejarnos solos.

-Espera. - grité mientras daba un paso al frente para detener al hombre, algo que se me hizo imposible por el agarre de Sten en mis brazos, y que ya había desaparecido de mi vista.

-Creí que tendrías todo organizado para cuando regresara.

-¿Siempre te equivocas en todo? - Sonreí de lado para ver sus expresiones que gritaban lo molesto e incómodo que estaba por mis comentarios y acciones.

-Respondiendo tus inquietudes si hay más chicas, pero, les suelo llamar princesas. - contestó pasado por alto mi anterior comentario y tomando mas calma para hablar.

-¿Por qué secuestras personas de esta manera, y para qué? - arqueé la ceja mientras me cruzaba de brazos. Sus ojos celestes me miraron y supe que no debí de haber hecho tales preguntas.

Mi corazón no paraba de palpitar del subidón que estaba teniendo en ese momento. El Señor Sten se acercó a mi, pasó su mano por mi cabello en un gesto rápido y se sentó en la esquina contraria a dónde estaban las toallas, para ordenar que me sentase a su lado.

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