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Megumi se revolvió, aún tumbado en la cama.

La esquina del libro que aferraba contra su pecho se clavó ligeramente en su cuello, pero aquello fue suficiente para despertarle. O algo así, porque se limitó a soltar un gruñido en voz baja y a darse la vuelta, dejando el objeto a sus espaldas.

Arrugó la nariz cuando sus propias tripas sonaron. Se encogió más, en postura fetal, tapándose la cara con las manos.

De repente, el tenue recuerdo de alguien girando la llave de la puerta acudió a su cabeza. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que le habían dejado libre. Abrió un poco los ojos y se los frotó, enfocando al reloj que había en la mesilla, al lado de la cama.

Las doce de la noche. La luz de la Luna teñía la estancia.

—Joder. —Soltó, incorporándose de golpe. Tan de golpe que se le nubló la vista con pequeños puntos negros.

El hijo de puta del director podría haberle avisado cuando había decidido que su encierro había pasado. Puso una mueca, molesto por aquel molesto cadáver andante.

A decir verdad, todos sus planes de estudiar habían acabado con él tumbado, imaginandose cosas que nunca ocurrirían, hasta quedarse completamente dormido. Y, para colmo, la hora de la cena ya había pasado, pues el comedor cerraba a las diez y media.

Se levantó de la cama, que estaba en el centro de la habitación, y se aproximó al armario de al lado de la puerta. Abrió las puertas, metiendo una mano entre el uniforme de verano y sacó una tableta de chocolate. Fue a la otra punta del cuarto, al escritorio frente a la ventana, se dejó caer en la silla.

Hubiese preferido dejarla para otro día, cuando tuviera antojo de dulce, pero quería terminar temporalmente con los gritos de su barriga. La devoró en apenas un minuto. Llevaba sin probar bocado desde el desayuno y, a pesar de haber dormido, se sentía horriblemente cansado.

Observó un par de trocitos, en la palma de su mano izquierda. Se los llevó a la boca, tragándoselos y volvió a mirar su piel.

Limpia, suave, sin ninguna marca que la manchara.

Apretó los labios. Sus cuerpo quería meterse entre las sábanas, pero su mente estaba completamente activa. Era un incendio. Se inclinó para abrir uno de los cajones del escritorio y sacó unas tijeras.

Cuando Fushiguro tenía curiosidad por algo, podía hacer cualquier cosa.

Cuando Fushiguro tenía curiosidad por algo, podía hacer cualquier cosa

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—Deberías de estar durmiendo.

Megumi se acurrucó contra la puerta, jadeando. Subir las escaleras le había costado más de lo que había pensado. Frunció el ceño, molesto por el tono paternal de aquella voz.

—Y tú deberías de cerrar el pico. —Soltó, cruzándose de brazos. Aquel demonio se lo tenía demasiado creído. Apoyó una mano en la superficie, melancólico. —Estoy cansado, pero no puedo volver a la cama.

Scarlet || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora