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—Eres lo más bello que hay en este lugar de...

El chico se atragantó. No porque hubiera respirado mal, no porque hubiera bebido demasiada agua con anterioridad. Sin soltarle, se llevó una mano a la garganta, ahogado en arcadas. La sangre salía a borbotones por su boca, teñía sus dientes de un desagradable rojo.

Podía sentir el sabor a metal y muerte contra su lengua, el espeso líquido que caía sobre la túnica del otro.

El agarre se deshizo, pero no por su propia cuenta. Sukuna se arrastraba hacia atrás, mirándolo con una expresión de horror. Alzaba la mano que le había tocado, impregnada en sangre. Gimió por lo bajo, sujetándose el estómago, encogiéndose de rodillas sobre el suelo.

—¿Megumi? —El demonio tenía los ojos calados en lágrimas, se abrazaba a sí mismo, preguntándose qué había hecho mal.

Lo estaba viendo morir.

Se acercó un poco, sollozando. Alargó un brazo para tocarle el pelo negro, acariciarlo, como siempre había querido hacer. Sin embargo, su amigo se dobló más, tocando el suelo con la frente, vomitando la vida que le estaba siendo arrebatada.

Miles de cortes finos se abrían en la delicada piel, la luz de las velas se hundía en ellos y extirpaba el contenido de su cuerpo. Líneas de dolor por todos sus brazos, por su cuello; escocían sus muslos y sus rodillas. Los pantalones negros comenzaban a portar las manchas oscuras de lo que manaba por debajo. Como si el aire lo estuviera devorando.

Soltaba quejidos por lo bajo, alzaba la mirada para chocar con sus ojos de rubí, suplicando por ayuda, y Ryomen sólo podía resignarse a observar. Quería tocarlo, curarlo, pero sabía que sólo empeoraría las cosas, que se deformaría en un tumba abandonada.

Incluso aquella marca larga de una de sus delicadas muñecas se abría de nuevo, como tal vez había hecho en un pasado. Profunda, homicida. La camiseta de tirantes ya no era blanca; la tela pesaba, empapada en gritos desgarradores. Las cuerdas vocales rasgándose sin piedad, la voz volviéndose progresivamente ronca, hasta no emitir sonido alguno. Fushiguro se quedó sin voz.

Aunque nadie más allá de aquel lugar le había estado escuchando.

Intentó acercarse más, pero unos iris de mar lo rechazaron, arrastrándose patéticamente hacia la pared de piedra. Un hediondo charco en el suelo atraería a todos los bichos curiosos, las larvas acabarían con los órganos mutilados del muchacho, pondrían sus huevos y criarían sobre su cadáver.

Se limpió las lágrimas. Era un monstruo, siempre lo había sido y no tenía problema en aceptarlo, pero ver a la persona a la que quería deformándose en una masa moribunda, lo corroboraba. Era un jodido monstruo que no había prestado la suficiente atención. Debería de haberlo prevenido mejor.

Debería de haberle contado la verdad, desde el principio. Entonces, aquello no estaría sucediendo.

—¿Megumi? —Envuelto en terror, se aproximó a su cuerpo.

Agonizaba como respuesta, lamentos largos, pulmones marchitos. La sangre se adhería a sus labios de fresa de manera grotesca, jadeaba con la cabeza gacha. Pudo ver grietas en su cráneo, el líquido manando de entre su bonito pelo negro.

Se apagaba. Se estaba apagando.

Y Sukuna temblaba, se miraba las manos, llorando sin control, disuelto en hipidos e insultos. Acabó por juntarse a él y tocarle, acarició uno de sus brazos recubiertos de cortes, heridas, úlceras fogosas y quemaduras. El chico pegó un grito cuando sus dedos lo rozaron. Dolía, dolía demasiado como para continuar respirando, pero aquel pecho continuaba demandando el espeso aire.

Scarlet || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora