—Megumi... —Musitó, un gemido casi silencioso. —Megumi, para. —Lo tomó de los hombros, pero el chico se revolvió, subido a horcajadas sobre su regazo. Un movimiento peligroso, una expresión de dolor. —¡Joder, Megumi, te vas a hacer daño!
Sintió unas uñas clavándose en su piel y vio cómo se dejaba caer a su lado, suspirando con frustración. La piel desnuda le dio la espalda y pudo acertar a comprobar un puchero infantil en su bonito rostro. Tomó una bocanada de aire y lo exhaló con lentitud, colocando de nuevo la parte inferior de su túnica, que el otro había arrancado como si de un incendio se tratara.
Acarició el pelo azabache, enredando los dedos, peinándole y mimándole. Escuchaba su respiración calmándose progresivamente.
—¿Es que no puedes empotrarme contra la pared? —Protestó, girando sobre sí mismo y apoyando la cabeza sobre uno de sus muslos. Observó las líneas negras de su torso y las acarició. —Ya te he dicho que, cuando muera, quiero estar contigo. Tengo que ir al Infierno y no podré si sigo siendo virgen, ¿sabes? Es básico.
—¿Y crees que intentando empalarte sin preparación lo conseguirás? —Sukuna frunció el ceño, deslizándose entre las sábanas, a su altura. Se quedaron mirándose de cerca, notaba su desnudez. —Eres muy...
Quiso decir brusco, bruto, descuidado, un jodido desastre, pero unos labios cortaron sus palabras de raíz. Unos brazos rodearon su cuello, y Fushiguro se pegó a su cuerpo, devorándole con un ansia que parecía haber escondido durante mucho tiempo. Soltó un quejido, o un lamento, tal vez un gemido, dejando que la parte inferior de la túnica se perdiera bajo las mantas; unas piernas entrelazándose con las suyas, una lengua que envolvía la suya, jugaba sin demasiada experiencia.
Y era consciente de dos cosas.
La primera, quizá la más importante, era que el chaval estaba perdiendo clase de literatura. Había pasado un día completo desde que el estúpido exorcista lo había intimidado en la biblioteca, aquello le resultaba extraño y le inquietaba a partes iguales. La segunda, la más incómoda, era que algo se estaba despertando en su interior. Algo no precisamente bueno.
—Me gusta como se siente el fuego entre tus labios. —Susurró el chico, su boca húmeda, su pecho contra el suyo. —Es tan... Intenso.
El demonio se ruborizó, escondió el rostro en el hueco de su cuello, abrazándolo. Su corazón bombeaba sangre con velocidad y sin descanso. Acabaría por matarle si continuaba de aquella manera, siendo tan explosivo y atrevido como un barril lleno de fuegos artificiales.
—Te quiero. —Besó su cuello con lentitud, perdiendo las manos por su cuerpo desnudo. La marca de compromiso los protegía a ambos y, aún así, el olor de su piel lo alteraba.
Era como tener un murmullo al fondo de su cabeza. Mátalo, cómelo. Pero, de momento, podía soportarlo. Su persistente calor se fundía con el suyo, se aventuró a explorar su espalda, bajando el tacto hasta sus hoyuelos de Venus. Era perfecto, podría ser su príncipe para siempre.
Acarició su trasero con delicadeza, notando que aquello le gustaba. Tomó una de sus nalgas y la estrujó, mordiendo su cuello, clavando sus uñas en la tierna piel de cordero.
Sentía unos dedos ajenos interponiéndose en su entrepierna, pero los apartó, dándole una mirada severa. No quería hacerle daño y, si ya tenía ese murmullo molestándole, no quería imaginarse lo que podría ocurrir. Frustrado, Fushiguro lo agarró de la muñeca y puso su mano en su centro, instándole a tocarle.
—Sólo un poco. —Pidió el chico, lamiéndose los labios. —Si no vas a destrozarme... Por favor, sólo esto.
Suspiró, aceptando en silencio. Jamás podría negarle un pequeño placer como aquel. Sin embargo, el murmullo se intensificó, aturdiéndolo durante un instante. Cerró los ojos con fuerza, sin mover la mano.

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Scarlet || SukuFushi
Fiksi PenggemarY decían que la mayoría de noches podía escucharse el sonido de las cadenas arrastrándose por el suelo. Creía oírlas cuando intentaba dormir, acosando sus sueños. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Gege Akutami •Universo alternativo »Come...