Y, por una vez en mucho tiempo, no tuvo una pesadilla.
No soñó con ninguna voz enfadada que le reprochaba todo lo que hacía mal, no soñó con ríos de carmesí deslizándose hasta caer al suelo; no soñó con nada que le hiciera daño, no soñó consigo mismo.
Un lamento se escapó de entre sus labios, escuchando el despertador sonar. Alcanzó a apagarlo, medio dormido, y volvió a meter la cabeza debajo de la almohada, completamente destapado. Tenía la mente difusa, con neblina.
Recordaba haberse arrancado el uniforme al llegar allí, tal vez por ello sentía el frío golpeando su espalda, el elástico de su ropa interior. Recordaba el viento cortándole la cara, el suelo acercándose cada vez más. Joder, había sido una sensación tan maravillosa y aterradora a la vez. Deseaba repetirlo.
Una leve sonrisa se hizo presente en su rostro junto a él, con aquellas líneas negras, la ronca voz. Se sentía feliz, con aquellas cálidas caricias que rozaban su espalda desnuda, bajando por su columna.
Debía levantarse, desayunar e ir a clase, pero no quería. Estaba tan cómodo, mimado por unos dedos casi imperceptibles, que se deslizaban por sus omóplatos.
—Sukuna. —Susurró, moviendo un brazo, metiéndolo también debajo de la almohada.
Estaba feliz, tan feliz que acabó por levantarse con un gran bostezo. No había nadie que le acompañara en la soledad de su cuarto. Aún así, continuó sonriendo, mientras se frotaba los ojos con pereza.
Media hora después —porque se había pasado quince minutos mirándose al espejo, pensando en lo bien que se veía aquella mañana— bajaba por las escaleras al comedor. Se cruzó con algún que otro alumno responsable que ya había desayunado y saludó con amabilidad, como si nunca hubiera pensado en ellos ardiendo.
Y, aunque ninguno de aquellos correspondió a su saludo, continuó en su mejor ensoñación. No había tenido pesadillas, tampoco ansias de saltarse todas las clases o molestar al exorcista de mierda.
Tomó una bandeja, pidió cualquier tazón con cereales de chocolate y se sentó en una mesa en la que no había nadie. Por una vez en su vida, cumplió la norma según la cual, el primero que llegara a una mesa, debía llenar una jarra de agua para todos los que se sentaran ahí. Obediente, lo hizo, la llenó hasta arriba y agregó un par de cubitos de hielo, esperando por sus compañeros de clase.
La gente que tomaba agua en el desayuno era rara, pero no pasaba nada, porque el día estaba soleado y apenas había nubes en el cielo.
Sin embargo, nadie se sentó con él.
Frunció el ceño, sonriéndole a Junpei, que entraba en el comedor. El chico pasó de largo, sin mirarle, para sentarse en la otra punta de la sala. Masticó con lentitud, las comisuras de sus labios bajaron hacia una expresión neutra. Estaba confuso.
Cuando alzó la mirada de nuevo, vio a Inumaki.
Hacía tanto tiempo que no lo veía. Quería preguntarle por el castigo, contarle que, en el torreón, no había nada interesante —porque Sukuna era sólo para él— y que podrían olvidarse de aquel lugar. Considerando que era su único amigo en aquel lugar de mierda, palmeó el respaldo de la silla de su lado, cuando lo vio acudir hacia su zona.
—Lo siento. —Toge apartó la mirada, apretando los labios, como si estuviera avergonzado. Y pasó de largo.
Megumi se quedó muy quieto, paralizado. Su respiración se cortó durante un instante, con las lágrimas subiendo a sus ojos de mar.
Aquello debía de ser una puta broma, un estúpido truco de su mente, de Ryomen o de quien fuera. Miraba a su alrededor, pero nadie parecía prestarle atención. Absolutamente nadie. Tragó saliva, su cuerpo ardía, esperando a que alguien acudiera y le hablara, como siempre; esperando que no fuera un sueño. Incluso se pellizcó con fuerza varias veces, evitando tocar aquella cicatriz blanca de su brazo.
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Scarlet || SukuFushi
FanfictionY decían que la mayoría de noches podía escucharse el sonido de las cadenas arrastrándose por el suelo. Creía oírlas cuando intentaba dormir, acosando sus sueños. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Gege Akutami •Universo alternativo »Come...