Años antes
Itadori se hizo un ovillo, sintiendo el frío de la piedra calar su uniforme. El torreón abandonado era el único sitio donde podía dar rienda suelta a sus lágrimas.
Se abrazó a sí mismo y escondió la cabeza entre los brazos, apoyándolos en las rodillas. Escuchaba los pájaros de fuera, las urracas haciendo nefastos intentos por cantar una canción coherente. Pero, a él le gustaba.
Le dolía el cuerpo, también el alma, si es que aquello verdaderamente existía. Se llevó una mano al cuello, buscando por debajo de la tela del uniforme, hasta que sus dedos rozaron el crucifijo. Lo tomó y formó un puño con él en su interior, tiró y tiró hasta que arrancó la cuerda que lo sostenía. Arrojó el colgante a la otra punta del lugar, los ojos inundados en océanos de desolación.
Se sentía sucio.
—¿Qué haces, chico?
Alzó la vista hasta chocar con aquel cielo intenso, la mirada escondida tras las gafas de cristal negro. Se incorporó al instante, en señal de respeto, pero el hombre levantó una mano, mostrándole que quería que no dijera nada.
Ni siquiera había escuchado sus pasos subiendo las escaleras. Era como si hubiera aparecido por arte de magia.
—¿Ha pasado algo? —El exorcista se acercó a él con confianza, ladeando la cabeza. Una brisa de aire jugó con los mechones blancos. —Tienes un aspecto lamentable.
Tembló.
Satoru era imponente, con semejante altura y voz. Su corazón se alteró por la tensión del momento. Ni siquiera sabía qué decir o qué excusa poner. Nadie subía allí. Titubeó, haciendo un esfuerzo por limpiarse el rostro.
—No... —Comenzó, apretando los labios, como si así pudiera ahogar todos los sollozos que aún quedaban por exhalar. —Sólo estaba pensando.
—Mientes. —El albino alzó una ceja, tomándolo del brazo. Lo acercó sin hacer demasiada fuerza y subió la manga de su uniforme. Hematomas, marcas. La tela estaba arrugada. —Lo sé todo, más de una vez os he escuchado. No tienes por qué avergonzarte.
Las lágrimas salieron en cascada y pronto se vio rodeado en un cariñoso abrazo. Si había una persona con la que no se llevaba mal en aquel internado de mierda, era con él. Se saludaban por los pasillos y, en más de una ocasión, había recibido halagos de su parte. Siempre había mostrado un extraño interés por él.
Apoyó la cabeza en su pecho, permitiéndose el lujo de cerrar los ojos. Todo se volvió negro durante un instante. Suspiró.
—No se lo cuentes a nadie, por favor. —Musitó, agarrándose a su espalda. No quería que lo soltara.
—¿No quieres que te ayude? —Cuestionó el mayor, depositando un beso paternal entre el pelo castaño. Lo peinó un poco, pensando en todo lo que podría hacer con el muchacho. En todas las posibilidades que había.
Se lamentó por lo bajo, sin saber qué hacer.
Se odiaba. Se odiaba tanto que tenía que encerrarse en su habitación y soportar la soledad de llevar encima aquel peso. Pero, ya estaba descubierto. No tenía por qué sufrir más, ¿verdad? Nadie merecía aquello, ni siquiera un idiota como él. Estaba harto de ser un buen chico, quería que todo volviera a la normalidad. Deseaba poder lidiar con sus emociones.
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Scarlet || SukuFushi
FanfictionY decían que la mayoría de noches podía escucharse el sonido de las cadenas arrastrándose por el suelo. Creía oírlas cuando intentaba dormir, acosando sus sueños. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Gege Akutami •Universo alternativo »Come...