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Meses antes

—¿Y para qué necesitamos un exorcista? —Había preguntado, curioso por su presencia. Aunque no sabía quién era.

—Ni idea. Nunca hace nada y sólo vive con nosotros. —Inumaki se había encogido de hombros, mientras le enseñaba el lugar. —Pero ten cuidado con él, es un tipo un tanto... Lo sabrás cuando lo conozcas.

Megumi había puesto los ojos en blanco, molesto. Sin embargo, no se imaginaba que lo primero que conociera de él fueran sus gemidos.

Pegó la espalda a una estantería, abrazando un libro contra su pecho, nervioso. Tal vez había sido una mala —pésima, horrible, desastrosa— idea colarse en la biblioteca un viernes a medianoche. Sí, había sido lo peor que pudo haber hecho jamás. Apretó los labios, sin saber cómo huir de aquel lugar sin que ambos hombres se percataran de su presencia.

Asomó la cabeza lentamente. Junto a la puerta del lugar había una mesa donde se exponían las obras más destacadas. Y, sobre aquella jodida mesa, reconocía a su tutor, el maestro Suguru y a un chico de pelo blanco que no había visto nunca. Los mechones del mismo color que la nieve brillaban en la penumbra y estaba seguro de que, si encendía su linterna, brillarían más, puede que con reflejos plateados.

Suspiró, sabía que estaba mal mirar, que era pecado, pero le importaba tres huevos y medio ir al Infierno. Pensó que Lucifer debía de ser un buen tipo si dejaba disfrutar a la gente así. Y es que, joder, ya llevaban como quince minutos de aquella forma.

El hombre de pelo blanco estaba recostado sobre la madera, sin molestarse en tapar su boca, se aferraba a la espalda de su tutor, la arañaba con fuerza mientras era embestido con rapidez. Parecía que querían acabar con aquello cuanto antes, como si los dos supieran que estaba mal, o como si no tuvieran demasiado tiempo.

Volvió a apoyarse contra las baldas y echó la cabeza hacia atrás, escuchando cómo culminaban con besos y gemidos desordenados, palabras difusas que no alcanzaba a reconocer del todo. Los sonidos se detuvieron progresivamente, una despedida, una promesa y, lo más importante, una puerta cerrándose.

—Bien. —Susurró para sí mismo, saliendo de su escondrijo.

De repente, chocó contra algo.

—¿Qué estás haciendo, mocoso? —El albino lo agarró del mentón, obligándole a mirar hacia arriba y a enfrentarse a su mirada. —Estabas escuchando, ¿verdad? Qué sucio eres.

Negó, dando un pequeño paso hacia atrás. No estaba haciendo nada malo, quería llorar, esconderse debajo de algo. Su presencia imponía, era alto, mucho más alto que él. Aún se estaba integrando y no quería llevarse mal con los profesores. Se dio cuenta de que el mayor esperaba por una respuesta.

—Sólo quería un libro. —Musitó, con las lágrimas agolpándose en sus iris. Odiaba aquel estúpido lugar, los aires de superioridad que aquel tipo mostraba. —Quería salir, pero...

—Tu voz es muy molesta, suenas como si estuvieras a punto de desmoronarte. —Lo cortó, ladeando la cabeza. Soltó su mentón y se inclinó, observándole de cerca, muy de cerca. Le importaba una mierda el espacio vital de los demás. —Ah, eres el nuevo. Bienvenido a esta mierda, supongo. —Revolvió su pelo con burla y una mueca de desprecio. —Soy Satoru Gojō.

Se quedó quieto, mudo. Podía ver, tras aquellas gafas de cristal negro, unos ojos del mismo color que el cielo. Le juzgaban duramente, se reían de él. Sorbió por la nariz, triste.

—Gracias, soy Megumi Fushiguro. —Apartó la vista, incómodo por su cercanía. Veía sus rodillas algo flexionadas y le entró el impulso de darle una patada. Le estaba enfureciendo demasiado, no podía bullir de ira en un momento como aquel, pero lo hizo. —Y si no te alejas de mí, te daré una patada, pedazo de...

Scarlet || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora