Hacía tres días que no dormía. No podía, tu ausencia era tan grande que, en tu lugar, me abrazó el insomnio, y el dolor, y la tristeza, y tantas otras cosas más.
Mi mente estaba cansada de pensarte todo el día, pero eso no bastaba, porque en las noches me acompañaban los recuerdos de los días a tu lado. Y no entendía cómo era posible que ya no estuvieras allí. No había respuesta lógica a esa pregunta. Aún eras joven, demasiado joven como para pensar siquiera en la muerte. Nadie piensa que la vida se acabará a los 29 años. Nadie cree que eso sea justo. ¡Porque no lo era! Teníamos todo por delante, tantos planes, tantos momentos por compartir, por vivir. La palabra vida me sonaba tan lejana, demasiado distante. Porque mi vida se había ido contigo, y ya no tenía fuerzas para luchar.
Sabía que, si hubieras estado allí, me habrías dicho que no fuera tan negativa y pesimista. Me habrías tomado de las manos, hubieras hecho que me levantara de la cama y me habrías llevado a tomar un café. Pero no estabas. Y ya nada valía. No había manos que me tomaran, o café que no sea amargo. Mis únicas compañías eran la cama y el insomnio.
Cuando tomé el celular, tenía más mensajes de los que imaginaba, y muchas llamadas perdidas. En los días que pasaron, sonó el timbre un par de veces, pero no tuve fuerzas suficientes para contestar. Las personas deberían estar preocupadas por mí, los entendía, pero necesitaba un poco de soledad y paz.
Al revisar por arriba los mensajes, descubrí que tenía varios de mi jefe. Los primeros eran dando su pésame; luego, consultando si iría a trabajar. Y el último decía que me tomara las vacaciones que me debía, pero que en 12 días tenía que regresar. Sabía que el trabajo era importante porque iba a ser yo sola para poder mantenerme de allí en adelante, pero no era lo primordial en mi vida.
Tenía mensajes también de mi familia, la cual vivía a muchísimos kilómetros de distancia. Todos me pedían que fuese a mi hogar para estar más cerca de ellos; pero no comprendían que, desde hacía un tiempo, ese era mi hogar.
Volví a dejar el celular sobre la mesa de noche y contemplé el cielo azul oscuro y las infinitas estrellas a través de la ventana. Me pregunté si tú serías una de ellas, aunque eso no era algo en lo que nosotros creíamos. Tú siempre dijiste que querías poder reencarnar. No te bastaba solo con esa vida, necesitabas saber que ibas a tener la posibilidad de vivir otras veces más. Yo amaba escucharte hablar del tema, te emocionabas y se te ponían los ojos vidriosos. Me gustaría saber si pudiste reencarnar o si eras una estrella. Por momentos, la idea de haber podido partir contigo para no estar sufriendo en silencio se me cruzaba por la cabeza.
Observar la habitación me recordaba a ti: las fotografías de nuestras vacaciones en la playa colgadas en la pared, tu lado del ropero con la ropa ordenada meticulosamente, el estante al costado de la ventana con tus perfumes y algunos libros, tu lado de la cama, vacío y frío. Ya no cabía espacio para uno solo, porque siempre fuimos dos.
El silencio era ensordecedor y nublaba mi vista, tal vez era a causa del hambre, pero la comodidad de la cama era mejor que cocinar.
De golpe, el sonido de las llaves derribó la calma. Sonaban muy cerca, más de lo que deberían. No podía ser en nuestro departamento, porque nadie más que nosotros dos tenía llaves. Pero sí, lo era.
Juntando todas mis fuerzas, me levanté de la cama y caminé hasta la puerta principal. Alguien estaba del otro lado intentando abrir, sin conseguirlo. En ese momento, mi cerebro comenzó a trabajar a mil por segundo y se debatía entre abrir para ver quién era, o correr a la habitación y llamar a la policía.
—¡Maldita sea! —Una voz dulce y femenina llegó a mis oídos en el preciso instante en que me estaba por dirigir a la habitación. Todo el miedo que tenía se esparció por el aire y, sin pensarlo demasiado, abrí.
Una muchacha de aproximadamente mi edad estaba parada con llaves en mano y, al verme, se quedó inmóvil.
—¿Hola? —le dije.
—Uh, lo siento. Perdona, pero... ¿este no es el 5to C? — Su pálido rostro resaltaba sus ojos turquesa.
—No. Este es el 5to B.
—Ay, lo lamento mucho —Un color rosa fuerte invadió sus mejillas tan deprisa que me sorprendió-. No fue mi intención asustarte ni molestarte a estas horas.
—No hay problema. ¿Eres nueva? —No sabía de dónde había salido esa pregunta, pero no pude evitar pronunciarla.
—Sí, así es. Me mudé hace unos días y aún no distingo una puerta de la otra.
—El truco está en recordar que la primera puerta es un depósito, por lo que no cuenta como departamento. Así que la segunda puerta es el A, yo soy el B y la siguiente es el C. —Al terminar de hablar, noté cómo me miraba (intentando ser poco evidente) y recordé que había estado acostada los últimos días y mi aspecto de seguro se veía espantoso.
—¡Muchas gracias por el dato! Y te pido, nuevamente, disculpas.
—Te invitaría a tomar un café como bienvenida —le dije—, pero no estoy muy presentable y creo que es de madrugada. ¿No?
—Gracias por tu amabilidad —La sonrisa con la que me despedía era genuina y sincera—, te acepto la invitación para otro día si quieres.
—Trato. Así será.
Al cerrar la puerta, me percaté de que no nos habíamos presentado. Solamente sabía que era la nueva inquilina del 5to C. Con ese dato no iba a poder buscarla en redes sociales e investigar si no se trataba de una asesina serial o si tenía algún gusto extraño. Tú eras el que siempre sabía cómo actuar en esas situaciones, siempre tan sociable. El solo hecho de pensar en esas cosas hizo que regresara al presente y me diera cuenta otra vez de tu ausencia.
Me quedé allí, de pie tras la puerta unos cuantos minutos sin saber qué hacer. La cama me llamaba a gritos, era como un gran imán, pero como no había cenado, ni merendado, me rugía el estómago... Haciendo mi mayor esfuerzo, me dirigí a la cocina por algo para comer. Era realmente increíble cómo todo, absolutamente todo, me recordaba a ti.
En la heladera quedaban restos del pastel de papas que preparaste el día antes de tu muerte. Ese pastel tenía un aura especial, era lo último que quedaba hecho por ti. No me lo podía comer, porque te irías del todo, pero sabía que, en algún momento, iba a tener que tirarlo. La bronca y la ira me empezaron a consumir lentamente y cerré la puerta de un golpe. Las lágrimas fueron ganando terreno y la rabia me hizo gritar. Tiré platos que había sobre la mesada, potes y cubiertos. Me senté en el suelo y comencé a llorar. No entendía cómo no estabas, pero toda tu esencia aún permanecía en el aire, a mi asecho, haciéndome sentir tremendamente mal. Deseaba con todas mis fuerzas poder irme contigo, poder dejar de existir.
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MIS DÍAS SIN TI ©
Teen FictionCuando sufrimos una pérdida, todo parece oscuridad. La vida de Aylén se sume en una infinita depresión tras la muerte de su mejor amigo, el amor de su vida, su único sostén. Desde ese día, deberá aprender a salir adelante con su dolor. Pero no esta...