DÍA 7 - DESPUÉS

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Fue tu madre al departamento. Le abrí. Estaba tan desecha como yo. Nos miramos sin decir nada, y diciendo todo a la vez. Se sentó en tu sillón y yo la dejé, a ella le pertenecía más que a mí. Preparé dos tazas de café y saqué unas masas secas de la heladera (hice contacto visual con tu pastel de papas que aún permanecía guardado). Dos almas destrozadas juntas nunca es buena combinación, pero compartíamos más que eso. Ella siempre te amó, al igual que yo.

Cuando regresé al living, tu madre sostenía la fotografía de nuestro primer beso. Sus ojos eran agua, parecía que lo que nos llenaba a los que te perdimos era agua deseosa de dejar nuestros cuerpos. No supe qué decir, no había palabras en mí. Dejé las cosas sobre la mesa ratona y me senté en el sillón de dos cuerpos.

—Es extraño, ¿no? —me dijo ella. Su voz sonaba un poco ronca, como salida de un lugar muy profundo.

—¿Qué cosa, Mari? —No comprendía de lo que hablaba; pero, al mismo tiempo, sentía que comprendía todo.

—Que ya no esté, porque se siente vivo en todas partes. Ahora, por ejemplo, siento que va a salir del baño para venir a abrazarme como solía hacer. —Me hablaba a mí, pero su mirada estaba perdida en la pared que da al baño.

—Sí. Yo no entiendo aún qué pasó. No es posible. Me digo todo el tiempo que no es posible.

Nos volvimos a quedar en silencio, pero no era un silencio realmente incómodo, porque era un silencio cargado de dolor compartido. Le alcancé una taza de café y yo tomé la otra. El calor en las manos sin vida hacía que de nuevo volviera a sentir... algo.

Cuando nos mudamos, recuerdo que Mari nos regaló varias cosas, entre ellas, el sillón en el que estaba sentada. Fue un regalo más bien para ti, porque siempre habías soñado con tener un sillón individual estilo inglés antiguo. Tenías una especie de fascinación. Cada vez que los veíamos en alguna tienda de antigüedades te quedabas observándolos como si fueran algo de otro mundo. Opinabas sobre el cuero con el que estaban tapizados, sobre los botones, sobre sus patas... Y siempre encontrabas algo distinto y particular en cada uno de ellos.

El día que tu madre había aparecido en el departamento con el sillón, tu cara de felicidad se igualó a la de un niño que recibe su primera bicicleta y quiere salir a toda costa a probarla. Ese sillón te vio en todos tus estados de ánimo, hasta en esos momentos en los que ni siquiera querías estar conmigo.

En ese momento, con tu madre en él, parecía un fantasma evocando recuerdos pasados y dolorosos.

—¿Te lo quieres llevar? —Por su mirada, noté que no entendía de lo que estaba hablando.

—Perdón —le dije—, me refería al sillón. Si te lo quieres llevar.

—No, cariño, por supuesto que no. Fue un regalo para ustedes y sé que él lo quería mucho, pero te pertenece a ti.

—Pero tú eres su madre, todo lo de él te pertenece más a ti que a mí. —Hablar de ti en tiempo presente, como si estuvieras aún vivo, sonaba realmente raro, pero ella seguía siendo tu madre, y siempre lo sería.

—No, Aylu, no es así. Sí, yo soy su madre, pero tú eras su pareja y es un vínculo totalmente diferente. Te hace dueña de las cosas, de sus cosas, de todo lo que tenían en común —Dejó de hablar para darle un sorbo a su café y continuó—. Estas cosas son las que nos van a hacer recordarlo y saber que estuvo, por más doloroso que eso sea. Pero también la vida sigue, y tú eres muy joven aún como para quedarte estancada aquí.

Las lágrimas caían silenciosas por su rostro, y comenzaron a caer también por el mío. Era como una especie de ritual extraño en donde llorábamos para intentar sacar todo el sufrimiento que teníamos en nuestro interior, pero las lágrimas no terminaban de cumplir su misión.

Cuando se fue, me dijo que volvería, pero me hizo prometerle que yo también iría a visitarla. Me comentó que había arrancado a ver a un psicólogo y que a mí también me haría bien arrancar con uno. Verla me hizo entender que la vida seguía, que, si ella era capaz de afrontar al mundo e ir hasta allí, yo también tenía que serlo.

**********

En siete días debía regresar a trabajar, y no podía evitar más tiempo estar encerrada. Me tendría que obligar a salir.

A la hora de la cena, decidí salir a comprar una pizza en frente del departamento. Tomé coraje, me cambié, até mi cabello y salí. Cuando estaba llegando al ascensor, escuché unas llaves y la puerta del 5to C se abrió de golpe. Apreté el timbre para llamar al ascensor y se comenzó a escuchar el ruido de cadenas y roce de metal. Se abrió la puerta en el instante en que la chica del C llegó a mi lado.

—¿Bajas? —me preguntó, avanzando un paso para estar casi dentro del cuadrado—. Qué estúpida. Perdona, es que estoy apurada.

Una vez que ambas estuvimos dentro, presioné el botón indicado para descender.

—Hola, chica del B. Soy Eva, un gusto —Sin que yo pudiera responder a su saludo, se abalanzó sobre mí y me saludó con un abrazo, algo que me dejó sorprendida—. Qué bueno volver a cruzarte.

En todos los días que habían pasado, muchos se habían preguntado por mí y me lo habían hecho saber. Pero no imaginaba que una completa desconocida lo hubiese hecho. La miré, sorprendida, pero ella sonreía sinceramente.

—Yo soy Aylén. —le dije un poco aturdida por el abrazo.

— Aylu, entendido. Me debes el café. —Su voz se amplificaba por el eco del lugar y sonaba encantadora.

—Sí, tienes razón —le respondí—. Justo iba por la cena, sino te hacía pasar. —Miró su celular, seguramente comprobando la hora. Por un momento, pensé que me estaba evitando, pero no era así.

—Ay, sí, no pasa nada. De todos modos, estoy apurada. Tengo una cena laboral y estoy llegando tarde.

La miré de arriba a abajo y me percaté de que tenía puesta una pollera a las rodillas que hacía juego con el saco azul marino que cubría una camisa rosada casi blanca. Sus ojos resaltaban gracias a un fino delineado y el cabello negro azabache estaba sujeto con una trenza.

—Te ves muy bien. —le dije, no comprendía de dónde salían las palabras. Si tú hubieras estado allí, seguramente te habrías sorprendido como yo.

—Gracias, Aylu. Espero que los deslumbre con mi presencia así no se percatan de mi tardanza.

Ya íbamos bajando por el segundo piso, en menos de lo que podía imaginar estaríamos en la planta baja. Eva seguía con su celular. A través del espejo de la pared, pude observar que enviaba mensajes. Seguramente les estaba avisando a los que la esperaban que llegaría en muy poco tiempo (aunque aún estuviera encerrada en el ascensor).

—¿Qué planes tienes para mañana? —me preguntó, lo cual me tomó por sorpresa. Desde tu partida, la palabra planes no estaba presente en mi vida.

—Ninguno, por ahora.

—Entonces mañana a la tarde me cruzo a tu departamento y me invitas ese café que me debes. —me dijo sonando segura y un poco autoritaria. No dejó lugar para una negación ni una mentira piadosa.

Merendar con una extraña era algo que nunca, pero nunca, había estado antes en mis planes. Tú eras el aventurero, el que siempre hacía cosas que no lograba entender. Cómo esa vez que fuiste solo a un bar a ver la transmisión de un partido de fútbol porque recién nos habíamos mudado y no teníamos cable ni internet. En el bar, te terminaste haciendo amigo de un grupo que también veía el partido y, de alguna manera que aún desconozco, te invitaron a la cancha a ver el siguiente partido totalmente gratis. Siempre fuimos dos polos opuestos en ese sentido.

Cuando nos despedimos con Eva, pensé en subir a contarte lo que había pasado, y visualicé mentalmente tus posibles caras de sorpresa, hasta que recordé que eso no sería posible, y que comprar una pizza era demasiado solo para mí.

MIS DÍAS SIN TI ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora