Capitulo 2

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-¿Y tu padre?

-Trabaja en la City de Londres: es corredor de bolsa.

-Un trajeado.

-Sí, algo así. Eso de ocuparse del dinero de los demás es bastante aburrido, pero a él no se lo parece.

Me di cuenta de que empezaba a hablar sin ton ni son, así que le di un sorbo al café para callarme.

Mientras bebía, me fijé en una pequeña gota de sudor que te recorría el nacimiento del pelo. La verdad es que no podías tener calor: el aire acondicionado nos daba de lleno.
Tus ojos se movían nerviosos de un lugar a otro y no siempre eran capaces de cruzarse con los míos; esa tensión te hacía parecer tímido, hizo que me cayeras aún mejor. Pero en el fondo, había algo sobre ti que me rondaba la cabeza.
-Entonces -murmuraste-, ¿qué quieres hacer tú? ¿Buscar un trabajo como el de tu padre? ¿Viajar como tu madre?

Me encogí de hombros.

-Eso es lo que les gustaría a ellos, pero no lo sé. A mí no me convence.

-No te parece... suficientemente significativo.

-Puede que no. Quiero decir que lo único que hacen es coleccionar. Mi padre colecciona el dinero de los demás y mi madre sus dibujos. ¿Qué hacen que sea realmente suyo?

Aparté la mirada. Odiaba hablar de las profesiones de mis padres. En el vuelo desde Londres ya había sido el tema de conversación: mi madre dando la lata con los cuadros que quería comprar en Vietnam. En aquel momento era lo último de lo que quería hablar. Volviste a reír un poco y tu voz sonó entrecortada. Estabas sujetando la cucharilla sobre el pulgar en perfecto equilibrio, la tenías suspendida allí como por arte de magia.

Y mientras tanto, yo aún me preguntaba si debía estar allí sentado, contigo. Pero ¿sabes qué?
La situación era rara: me sentía como si pudiese contarte cualquier cosa. Si no hubiese tenido tanta tensión acumulada en la garganta, seguramente lo hubiese hecho. A menudo pienso que ojalá todo hubiese acabado allí mismo: tú con tu sonrisa y yo hecho un manojo de nervios.

Eché un vistazo a mi alrededor para ver si mis padres habían venido a buscarme, aunque ya sabía que no. Para ellos era suficiente con esperar junto a la puerta de embarque, leyendo la selección de revistas que habían llevado, fingiendo ser muy inteligentes.
Además, si mi madre venía a buscarme después de la discusión sobre la ropa estaría admitiendo su derrota, y eso sí que no. Aun así, miré a mi alrededor. Había un enjambre de caras anónimas que poco a poco se acercaba al mostrador de la cafetería.

Gente, gente por todas partes. El ruido y el zumbido de la cafetera. Chillidos de niños pequeños. El olor a eucalipto que despedía tu camisa de cuadros. Bebí un trago de café.

-¿Qué colecciona tu madre? -me preguntaste, y tu voz suave volvió a captar toda mi atención. -Colores, más que nada. Cuadros de edificios. Formas. ¿Sabes quién es Rothko? Mark Rothko.

Frunciste el ceño.

-Bueno, cosas así. Me parece todo bastante pretencioso. Un montón de rectángulos sin fin.
Ya estaba otra vez hablando sin ton ni son.
Callé y te miré la mano, aún la tenías colocada sobre la mía: ¿era normal que estuviese ahí? ¿Estabas intentando ligar conmigo?
En el instituto nadie lo había intentado de ese modo. Mientras miraba, la levantaste rápidamente como si también te acabases de dar cuenta de que la tenías allí.

-Perdona. -Te encogiste de hombros, pero te vi una chispa en la mirada que me hizo devolverte la sonrisa-. Supongo que estoy... un poco tenso.

Volviste a bajar la mano y la pusiste al lado de la mía, tan sólo a un par de centímetros. De haber estirado el meñique, te habría tocado. No llevabas alianza; no llevabas ninguna joya.

-¿A qué te dedicas? -te pregunté-. ¿Ya no estás estudiando?
En cuanto lo dije, me sentí avergonzado, ambos sabíamos lo estúpida que era la pregunta.
Era obvio que eras mucho mayor que cualquier otro chico con el que yo hubiese tenido una conversación remotamente similar.
Tenías diminutas arrugas alrededor de los ojos y de la boca provocadas por el sol, y ya tenías cuerpo de adulto. Además, tenías más confianza en ti mismo que los torpes chavales del instituto.

Suspiraste y te apoyaste en el respaldo de la silla.
-Supongo que yo también hago arte -dijiste-, pero no pinto rectángulos. Viajo de vez en cuando, hago jardinería... construcción. Cosas así.

Yo asentí como si comprendiera. Quería preguntarte qué hacías allí, conmigo... si nos habíamos visto antes. Quería saber por qué te habías interesado por mí. Porque yo no era tonto, y era fácil darse cuenta de que era mucho más joven que tú.
Sin embargo, no te lo pregunté.

Supongo que estaba nervioso y quería que fueses alguien de fiar. Además, imagino que estar sentado con el hombre más guapo de toda la cafetería tomando un café que él me acababa de comprar me hacía sentir más mayor de lo que en realidad era.

Quizá tú parecieras mayor de la edad que tenías. En un momento en que miraste por la ventana, me saqué un mechón de pelo de detrás de la oreja y dejé que me cubriera un poco la cara; me mordí los labios para que pareciesen más rojos.

-Nunca he estado en Vietnam -dijiste al final.

-Yo tampoco. Preferiría ir a América.

-¿De verdad? Todas esas ciudades, toda esa gente...
En cuanto me miraste hiciste un gesto involuntario con los dedos y rápidamente te fijaste en el mechón de pelo que acababa de dejar suelto. Un momento más tarde te inclinaste sobre la mesa y me lo volviste a poner detrás de la oreja. Vacilaste.

-Perdona, es que... -murmuraste, sin poder acabar la frase mientras te sonrojabas.
Tardaste unos instantes en retirarme la mano de la sien y llegué a sentir la aspereza de las yemas de tus dedos. Cuando me rozaste la oreja, se me calentó. Entonces bajaste los dedos hasta la barbilla y empujaste hacia arriba con el pulgar para mirarme, como si me estuvieses estudiando a la luz de los focos que tenía encima. Quiero decir que me miraste de verdad... con un par de ojos que eran como estrellas. Me atrapaste así como así, me hiciste quedarme quieto en aquel lugar del aeropuerto de Bangkok como si yo fuera una pequeña polilla atraída por la luz.
Y la verdad es que algo me revoloteaba por dentro, vaya que sí.
Un aleteo como de mariposas me subía por el estómago. Me atrapaste fácilmente y me atrajiste hacia ti como si ya me tuvieras enredado en una red.
-¿No preferirías ir a Australia? -dijiste.

Me reí un poco; por la forma en que lo habías dicho parecía que hablabas en serio.

Inmediatamente después, apartaste la mano.
-Claro. -Me encogí de hombros, sin aliento-. Todo el mundo quiere ir a Australia.

Entonces te quedaste callado y bajaste la mirada. Yo sacudí la cabeza, aún sentía el tacto de tus dedos. Quería que siguieras hablando.

-¿Eres australiano?
Tu acento me tenía desconcertado porque no sonabas como los actores de aquella serie australiana, A veces sonabas británico, otras como si no procedieses de ningún lugar.

Esperé, pero no contestaste, así que me incliné hacia delante y te di un golpecito en el antebrazo con el dedo.

-¿Seung? -dije; estaba probando llamarte por tu nombre y el sonido me gustó-. Cuéntame cómo es Australia, ¿no?

Entonces sonreíste y la cara te cambió por completo. Fue como si se te iluminara, como si los rayos de sol saliesen de dentro de ti.
-Ya lo averiguarás -dijiste..

CARTAS A MI SECUESTRADOR (GTOP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora