Capitulo 3

115 12 0
                                    

Entonces las cosas empezaron a cambiar. Yo empecé a moverme con más lentitud, mientras todo lo que me rodeaba se aceleraba. Es realmente asombroso el efecto que puede tener un poquito de polvo.

-¿Cómo te encuentras? -me preguntaste.

Me mirabas con los ojos como platos; abrí la boca para decirte que estaba bien, pero no comprendí los sonidos que salieron de ella.
Una extraña combinación de sonidos. Tenía la lengua como de trapo y no podía formar palabras.

Recuerdo que las luces se convirtieron en masas de fuego ardiente.

Recuerdo que el aire acondicionado me enfrió los brazos. El olor del café se confundía con el del eucalipto.

Sujetándome bien fuerte de la mano, me agarraste, me llevaste de allí y me secuestraste.

Al levantarme me tambaleé y debí de derramar tu café, porque más tarde me encontré una quemadura en la pierna: una mancha rosa por encima de la rodilla. Aún la tengo, pero ahora está un poco arrugada, como la piel de los elefantes.

Me hiciste caminar deprisa y yo creía que me llevabas a mi avión, que me conducías hacia la puerta de embarque donde me esperaban mis padres.

Pero estábamos tardando mucho, el camino parecía bastante más largo de lo que yo recordaba. Mientras me llevabas por aquellos pasillos parecía como si estuviéramos volando; hablabas con gente de uniforme y me agarrabas por la cintura como si fuera tu novio.

Yo asentía y sonreía. Me llevaste por unas escaleras: al principio no conseguía doblar las rodillas y me reí como un tonto,pero después las rodillas se me convirtieron en completa gelatina.

Me llegó una ráfaga de aire fresco que olía a flores, tabaco y cerveza. Había más gente, en alguna parte, hablando en voz baja; se reían como monos chillones. Me hiciste pasar por entre unos arbustos y doblamos la esquina de un edificio.
Estábamos cerca de los contenedores de basura y notaba el olor de la fruta podrida.

Me acercaste a ti otra vez, me ladeaste la cara y dijiste algo.

Todo lo que te rodeaba estaba borroso y flotaba entre los olores de las basuras.

Tu hermosa boca se movía como una oruga y yo alargué la mano e intenté atraparla.

Tomaste mis dedos entre los tuyos y la calidez de tu tacto viajó a toda velocidad desde las yemas de mis dedos hasta el hombro.

Dijiste algo más y yo asentí. Parte de mí, no sé cuál, entendía; así que empecé a desvestirme.

Me apoyé en ti para quitarme los vaqueros y me diste ropa nueva. Una falda larga. Zapatos de tacón. Raro que me dieras ese tipo de prendas, aunque no lo niego, claramente podía pasar desapercibido en cualquier lugar como una mujer por mi aspecto y complexión.

Después te diste media vuelta.
Debí de ponérmelos, pero no sé cómo. Te quitaste la camisa y antes de que te pusieras otra estiré la mano y te acaricié la espalda: cálida y firme, oscura como la corteza de un árbol. No sé en qué estaba pensando, si es que pensaba; aunque sí recuerdo la necesidad de tocarte. Recuerdo la sensación que me produjo tu piel. Me resulta extraño recordar el tacto mejor que los pensamientos, pero aún siento aquel cosquilleo en los dedos.
También hiciste otras cosas: ponerme algo que picaba en la cabeza y algo oscuro sobre los ojos.

Me movía lentamente, mi cerebro no podía con todo. Oí el ruido sordo y amortiguado de algo que caía dentro de uno de los contenedores. Tenía algo viscoso en los labios. Pintalabios. Me diste un chocolate. De sabor intenso, oscuro, suave. En el centro tenía líquido.

Entonces todo se volvió aún más confuso y cuando miré hacia abajo, ya no me veía los pies. Echamos a andar y me sentí como si caminara sobre mis rodillas; me puse nervioso, pero me rodeaste con el brazo. Cálido y fuerte... seguro. Cerré los ojos y traté de pensar; no recordaba dónde había dejado el bolso. No recordaba nada.

Estábamos rodeados de gente, me metiste entre una masa de color y caras borrosas. Debiste de pensar en todo: billete, pasaporte nuevo, la ruta, cómo superar los controles de seguridad.

¿Era el rapto mejor planeado de la historia o simplemente un golpe de suerte?

Hacerme atravesar el aeropuerto de Bangkok y meterme en el avión equivocado sin que nadie se diese cuenta ni siquiera yo mismo... no puede haber sido fácil.

No dejabas de darme chocolates. Ese sabor intenso y oscuro... lo tenía siempre en la boca, pegado a los dientes.

Antes de conocerte adoraba el chocolate, pero ahora el mero olor me da náuseas.

Después del tercero perdí la conciencia; estaba sentado en alguna parte, apoyado en ti. Tenía frío y necesitaba tu calor corporal. Oí que le murmurabas algo sobre mí a alguien.

-Ha bebido demasiado -dijiste-. Estamos de celebración.

Más tarde estábamos apiñados dentro del lavabo. Noté la ráfaga de aire cuando el contenido del váter fue aspirado debajo de mí.
Y volvíamos a estar en marcha. En otro aeropuerto, quizá. Más gente... el olor de las flores, dulces, tropicales y frescas, como si acabase de llover. Y todo estaba oscuro, era de noche. Aunque no hacía frío. Mientras me guiabas por un aparcamiento empecé a despertarme, forcejeé contigo; intenté chillar pero me llevaste detrás de un camión y me tapaste la boca con un trapo: el mundo se volvió brumoso otra vez. Me apoyé en ti. Después de eso, todo lo que recuerdo es el traqueteo y balanceo amortiguado de un coche. El motor refunfuñando hasta el infinito.

Lo que sí recuerdo bien es el momento en que me desperté. Y el calor. Me arañaba la garganta, tratando de impedirme respirar. Quise volver a sumirme en la inconsciencia, y de pronto llegó el dolor... las náuseas...

CARTAS A MI SECUESTRADOR (GTOP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora