Capitulo 5

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No sé cuánto tiempo más estuve dormido.
Aquel periodo fue muy vago, como una especie de retorcida pesadilla. Creo que en un momento u otro me diste de comer y me hiciste beber, aunque no me lavaste. Lo sé porque cuando volví a despertar, apestaba.

Estaba sudado y mojado,y tenía la camiseta pegada a la piel.

Necesitaba hacer pis.

Me quedé allí tumbado, escuchando; me esforcé por oír cualquier cosa. Pero todo estaba en silencio. Un silencio extraño. Ni siquiera oía el roce de tus pies sobre el suelo, el crujir de los tablones. Ningún ruido de personas. Ningún ruido de tráfico ni el zumbido distante de una carretera. No pasó ningún tren a toda velocidad. Nada. Solamente aquella habitación. Y el calor.

Comprobé cómo tenía el cuerpo: primero levanté una pierna con mucha precaución y luego la otra; moví los dedos de los pies. Ya no sentía tanta pesadez en brazos y piernas y estaba más despejado.

Haciendo el menor ruido posible, me incorporé como pude y eché un buen vistazo a la habitación. Tú no estabas, estaba solo. Yo y la cama de matrimonio en el que estaba tumbado, una pequeña mesita de noche, una cómoda y la silla donde descansaban los vaqueros.
Todo estaba hecho de madera y era muy sencillo. En las paredes no había ningún cuadro, pero sí una ventana con una fina cortina que la cubría, a la izquierda de la cama. Fuera hacía mucho sol. Era de día, hacía calor. Delante de mí había una puerta que estaba cerrada.

Esperé unos minutos más, esforzándome por oírte.

Después luché conmigo mismo por llegar hasta el borde de la cama; me daba vueltas la cabeza y creía que me iba a caer en cualquier momento, pero lo conseguí. Me agarré al borde del colchón y me obligué a respirar; llevaba un rato aguantando el aire.
Con mucha cautela, posé un pie en el suelo; después, el otro. Entre los dos aguantaron el peso mientras yo me sujetaba a la mesita de noche. Se me nubló la vista un poco, pero me erguí con los ojos cerrados, escuchando.

Seguía sin oír nada.

Alcancé los vaqueros y me senté en la cama para ponérmelos. Eran estrechos y pesados, se me pegaban a la piel. El botón se me clavó en la vejiga y me dio aún más ganas de hacer pis. No me molesté en ponerme las botas: descalzo haría menos ruido.

Di un paso en dirección a la puerta. Como todo lo demás, el suelo era de madera y estaba fresco; entre los tablones había grietas que daban a un espacio oscuro. Tenía las piernas tan rígidas como aquella madera, pero al final llegué hasta la puerta y giré el picaporte.
Al otro lado todo estaba más oscuro. Cuando se me acostumbró la vista, me di cuenta de que había un largo pasillo -de madera también- con cinco puertas: dos a mi izquierda, dos a la derecha y una al final. Estaban todas cerradas. El suelo crujió un poco con el primer paso que di y el ruido me dejó helado. Sin embargo, tras las puertas no parecía escucharse ningún sonido, nada que indicase que alguien me hubiese oído, así que di otro paso.

¿Detrás de cuál de ellas estaba mi escapatoria?

Me detuve ante la primera que estaba a mi derecha y agarré la fría manilla de metal. Empujé hacia abajo y aguanté la respiración durante un segundo antes de tirar hacia mí de la puerta. Me quedé quieto.
No estabas allí: era una habitación gris y oscura con un lavamanos y una ducha. Un cuarto de baño. Al fondo había otra puerta, un retrete, quizá. Durante un momento sentí la tentación de comprobarlo, preguntándome si debía arriesgarme a hacer pis rápidamente. Desde luego, lo necesitaba, pero ¿cuántas oportunidades como aquélla se me iban a presentar? Puede que fuese la única.

Volví a salir al pasillo. Podía hacérmelo encima o cuando ya estuviese fuera. Pero tenía que salir de allí. Si lo conseguía, todo lo demás iba a estar bien. Iba a encontrar a alguien que me ayudase. Iba a encontrar un lugar adonde ir.

CARTAS A MI SECUESTRADOR (GTOP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora