Tuve frío antes de que oscureciese. Mucho antes de que la luna surcase el cielo ya me había echado a temblar. Me hice un ovillo y me senté encogido junto a las rocas, tiritando.
Era la primera vez que estaba a la intemperie de noche en aquel lugar; sabía que hacía mucho más frío que de día porque había sentido el descenso de la temperatura incluso estando dentro de la casa, pero no esperaba que hiciese tanto. En aquel momento, lo estaba pasando peor que durante el invierno de Londres. Que en el desierto hiciese tanto calor de día y tantísimo frío de noche me parecía una locura, una estupidez. Aunque supongo que, como allí no hay nubes, nada retiene el calor. Simplemente desaparece, como el horizonte. Supongo que también por eso aquella noche era tan clara: la luna no tenía dónde esconderse.
Me alegré porque así podía ver por dónde iba con cierta facilidad. Significaba también que podía escudriñar el suelo en busca de sombras que tuvieran forma de serpiente. Me puse a dar vueltas, cualquier cosa con tal de mantenerme en calor, pero finalmente no pude esperar más y seguí la estrecha vía que llevaba hacia el borde de Las Separadas.
Desde allí miré la valla que habías construido; era bastante alta, pero no parecía demasiado resistente. Me froté los brazos con las manos. Tenía demasiado frío como para pensar en cualquier cosa que no fuera entrar en calor. De vez en cuando oía el motor del coche, cuando te acercabas en una de las vueltas de reconocimiento, y una de las cosas buenas que tenía aquel plan era que te oía llegar mucho antes de que aparecieses.Sin embargo, los dientes me castañeteaban tan fuerte que temía que también tú pudieses escucharme. Me pregunté qué estarías pensando: ¿sabías exactamente dónde estaba?
Me abracé tan fuerte como pude y miré las estrellas.
De no haber tenido tanto frío y tantas ganas de huir de allí, me habría quedado mirándolas para siempre: eran asombrosamente bonitas de tan densas y brillantes. Si hubiese seguido mirando, se me habría perdido la vista allí arriba. En casa, con la contaminación y las luces de la ciudad, tenía suerte de ver alguna estrella por la noche; sin embargo, en el desierto era imposible no verlas. Me sumí en ellas. Eran como cien mil velas diminutas que me enviaban un mensaje de esperanza. Mientras las mirase, seguiría sintiendo que todo iba a salir bien.
Esperé a que volvieses a pasar con el coche y después salí de entre las rocas. Al separar los hombros de la piedra me sorprendió el frío repentino que sentí en la espalda. Las piedras debían de haber absorbido los rayos del sol durante horas y así se habían calentado. Di un par de pasos sobre la arena.
Al instante me sentí desprotegido, como si yo estuviera desnudo y tú vigilases todos mis pasos.Me apresuré a llegar hasta la valla con la cabeza gacha y tuve la sensación de que aquel puñado de metros se había multiplicado. Durante todo ese tiempo no dejé de estar atento al ruido del coche; lo oía, pero no era más que un rumor lejano que venía del otro lado de las rocas.
Cuando llegué a la valla, me detuve. Estaba hecha de malla de alambre muy tensa y se elevaba unos treinta centímetros por encima de mi cabeza. Intenté meter los dedos por los minúsculos agujeros, pero me fue imposible; después traté de impulsarme hacia arriba con las botas, pero no tenía suficiente agarre. Al final resbalé y me rasguñé los dedos. Lo volví a intentar con el otro pie, en vano. Pateé la valla y la empujé, pero reboté contra ella.
Entonces me eché a temblar, no sé si de frío o de miedo; puede que de ambas cosas. Me obligué a centrarme en el problema: no podía saltar la valla, así que tendría que pasar por debajo. Me tendí en el suelo y empecé a cavar. Pero aquella arena no era normal, no era como la de la playa; era arena dura del desierto, con piedras y espinas y trozos de planta atrapados. Era tan dura y difícil como el resto de cosas que había en aquel lugar. Apreté los dientes, intenté no pensar en el daño que me estaba haciendo al cavar y seguí. Me sentía como si estuviera en una película de guerra, como si cavara para escapar de un campo de concentración, por mucho que en la realidad las cosas no salgan como en las películas de Hollywood. El agujero que había hecho era lo suficientemente grande como para un conejo; la tarea era desesperante. Me tumbé boca abajo e intenté levantar la malla, pero no había manera. Conseguí pasar los dedos por debajo, pero nada más. Estaba demasiado tensa.
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CARTAS A MI SECUESTRADOR (GTOP)
Fanfic> ¡S O L O! -CARTAS A MI SECUESTRADOR- Un extraño de ojos marrones observa a Ji Yong desde la esquina de un café en el aeropuerto de Bangkok. El aún no lo sabe, pero Seung es un joven que lo ha seguido durante años y que piensa llevarlo a vivi...