Capítulo 22

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- Quieres callarte de una puta vez – gritó Robert a Horacio que iba llorando sin parar en el asiento de copiloto, después de sentir la seguridad que le brindaban desde que lo rescataron sentía demasiado terror de regresar al mismo infierno, sentía como el pánico se estaba apoderando de él igual que aquella vez que el señor Torres lo tomo a la fuerza, el día que empezó a vivir en una verdadera tortura.

Horacio miraba como el hombre que le dio la bienvenida a los santos y que continuamente iba al local a pagar por él y por una de las chicas, en ocasiones por ambos al mismo tiempo, obligándolos a observar escenas completamente grotescas e incluso a tener relaciones entre ellos mientras el cerdo observaba, sin importarle que tanto daño les causaba, el mismo hombre al que el jefe le daba en ciertas ocasiones una bolsa llena con dinero a cambio de información y hasta cierto punto de protección, llamaba a un número telefónico y después de una corta conversación arrojaba el móvil por la ventana del auto.

-Perdón por gritarte cariño – lamentó el mayor soltando un suspiro mientras Horacio se pegaba lo más que podía a la puerta del lado del copiloto – pero sabes que no me gusta que llores – comentó el hombre, pero el chico tan solo miraba por la ventana.

- la mataste – comentó Horacio con las mejillas brillando por sus lágrimas y lleno de rabia mirando con asco a su captor.

- tenía que hacerlo – soltó el hombre sin dejar de manejar dirigiendo de vez en cuando su mirada al chico – no podía arriesgarme Horacio – el chico notó como el hombre se empezaba a poner nervioso – maldita sea – gritó Robert golpeando el volante con su mano – si no te hubieran encontrado, nada de esto estaría pasando – escupió con rabia, como si todos sus planes hubieran sido arruinados – no hubiera tenido que matarla y todo seguiría igual que siempre, tu padre seguiría encerrado en su mundo buscándote, y yo seguiría tranquilo moviéndome por la maldita ciudad pero joder Horacio tú me hubieras delatado y todo se habría terminado – murmuró sintiendo el peso de sus acciones sobre sus hombros.

- no, no, no – habló rápidamente el chico girando su cuerpo en dirección al hombre – no te voy a delatar, yo no diré nada – aseguró el chico esperando que le creyera y así sería, si Horacio sabía hacer algo era guardar silencio, se mantendría callado y no soltaría ni una palabra si así lo quería el hombre.

Robert detuvo el auto al lado de la carretera para poder observar al chico que aseguraba que no hablaría, sintiendo una gran placer al notar lo indefenso que se veía – aun así es demasiado tarde – confesó el hombre acercándose cada vez más al menor, era increíble las sensaciones que le provocaba Horacio con tan solo llorar, Robert estaba tan enfermo que le excitaba saber que el contrario tuviera miedo de él pero sobre todo cuando sufrían, ver el rostro lleno de terror le provocaba ciertas vibraciones en su parte íntima.

Horacio sintió como una de las manos del hombre fue a parar a su pierna muy cerca de su intimidad mientras que la otra acariciaba su mejilla y él sólo se dejó hacer cuando el comisario se acercó a besar sus labios mientras daba suaves masajes en su pierna.

Mientras distraía al hombre con el beso su mano trataba de alcanzar la pistola que se encontraba en el tablero del auto, se estiraba lo más que podía sin hacer demasiado movimiento para no alertar al mayor.

- No me tomes como estúpido Horacio – comentó Robert sujetando con fuerza la mano que estaba próxima a tomar el arma a la vez que con la otra mano apretaba su barbilla con aún mayor fuerza – no me gustaría ponerme violento contigo cariño – confesó el comisario presionando la mano del chico sobre la ventanilla mirando los ojos asustados del menor que solamente le hacía sentirse más excitado y después de besar nuevamente sus labios de forma brusca lo soltó abruptamente regresando sus manos al volante para seguir avanzando después de guardar el arma en sus pantalones.

SERENDIPIA || VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora