Aún dueles ParteⅡ

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-¡Te odio! -Gritaba ella con fervor, provocando que el llanto de la ojimiel fuese cada vez más audible.

-Betty, mi amor no digas eso, yo te amo. -La morena trató de acariciar su rostro, intentando palpar nuevamente la suavidad de su piel nevada. Había pasado tanto tiempo sin poder empaparse con su perfume, que a la empresaria le parecía contemplar una obra de arte detrás de un cristal, tan cercana como distante, misteriosa y a la vez amada, su expresión reflejaba el más profundo dolor al esquivar su gesto, demostrando que sus intentos por volver a regalarle orquídeas y jurar ante la puesta de sol, que su corazón le pertenecía completamente a aquella mujer de cabello azabache, eran en vano.

-Lárgate de aquí. -Gritó aún más fuerte, cansada de la insistencia de la accionista.

Era trágico que en las afueras de un bar frente a la playa, la vida de Marcela se despedazase ante sus ojos. Lo intentó todo para recuperarla, prometiendo cosas humanamente imposibles de hacer realidad, pero con cada palabra, se hacía más presente el llanto brotando de los ojos avellana. La angustia eliminó cualquier partícula de alcohol que se resguardara en su sistema circulatorio, a la vez que le impedía pensar con claridad, por lo mismo, no reparó en una abrumada mirada azul que observaba la discusión con la sangre caliente y la cordura extraviada.

-Chicas, cálmense por favor. Señora, mi esposa acaba de decirle que no volverá con usted, ¿Puede dejarnos en paz? -Declaró con una notorio acento francés, mirando a la ojimiel con fastidio y pasando su brazo por la cintura de la pelinegra, quien limpió fugazmente las lágrimas silenciosas que descendían por sus mejillas y se perdían en su cuello, aquel que la de cabello corto mordió en tantas ocasiones. Las palabras del hombre la petrificaron, ¿esposa? ¿Betty era su esposa? De pronto, sintió como todo su mundo se venía abajo, pulverizando cada vez que fantaseó con probar nuevamente sus labios.

-¿Eres su esposa? -Preguntó en un susurro mientras se sentía desfallecer, jamás vio la luna caer del cielo con tal violencia como para hacerse añicos y espolvorearse  sobre la pareja que tenía frente a ella, impregnándolos de luz , arrancándole un fuerte sollozo que se perdió entre la oscuridad de la noche. Parecía que la vida de la ojimiel no era más que un garabato dibujado en la arena, que tarde o temprano el mar borraría, sin dejar prueba alguna de su existencia, no podía aspirar a ser más que un vago recuerdo de alguna superficial insignificancia.  Su pelinegra no había respondido aún, pero la mirada avellana lo decía todo, forzándola a darse cuenta de que su larga melena representaría la más bella de sus memorias. Nunca más un beso, nunca más un sueño,  simplemente un eco.

-Sí Marcela. -De pronto, todo su alrededor comenzó a tambalearse, su nombre salía una y otra vez de los labios de Betty, como un abrumador bucle, le faltó la respiración y su voz parecía más y más lejana con el pasar de los segundos, su cuerpo se encontraba tenso, y en un fugaz movimiento, abrió los ojos.

-Marcela, mi amor, Marcela, despierta por favor. -La ojimiel se incorporó bruscamente, asustando aún más a su mujer, tenía la respiración agitada y la piel brillante debido al sudor, aún nerviosa por la catastrófica pesadilla.

-Mi amor, ¿Qué pasó? ¿Tuviste un mal sueño? -Preguntó dulcemente provocando que la mirase y un suspiro aliviado se hizo presente, sus ojos preocupados enternecieron a la morena, gritándole que aquella infame visión no logró perturbar la quietud que el amor de su amada le ofrecía. 

-Abrázame. -Pidió con la voz rota, contemplando sus senos por un efímero instante, resurgiendo al darse cuenta de que aquel mal momento sólo era un artificio que su mente atormentada por el estrés le jugó.

La economista se acercó a ella y la envolvió en un cálido abrazo mientras se tendían en la cama, dándose cuenta de que ninguna tela interfería con el contacto de sus cuerpos, pasó sus brazos por su espalda y la acercó aún más, aliviada por volver a palpar la suavidad de su cabello. Repasó sus facciones con los dedos, reparando en que su piel poseía la tersura de la porcelana, y de pronto, recordó que no llegó a decirle lo que repitió tantas veces en su sueño.

-Te amo, ¿Lo sabías? -Musitó tomando su mano y entrelazándola juguetonamente con la suya.

-Yo también te amo. -Respondió en un suspiro gracias a que el aire caliente naciendo de la ojimiel golpeó su cuello, invitándola a gemir.

-¿Más que a don Hermes? -Habían tenido esa conversación un millón de veces, y sabía cual era su respuesta.

-¿En serio? Te he dicho que los amo de diferente manera, él es mi padre y tú, tú eres el amor de mi vida, no hay punto de comparación. -Esas palabras lograron curar su alma por completo, la llamaba "el amor de su vida" y no podía hacerla sentir más amada, dibujó su cintura por debajo de las sábanas, fijando en su memoria cada poro de su piel mientras sonreía para seguir con la rutinaria pregunta.

-¿Esa es tu forma de decirme que no? -Rio ante la mirada de reproche que la acechaba, llevando la mano que reposaba en su vientre hasta los senos de la pelinegra, quien relajó su semblante inmediatamente al sentir una leve fuerza atrapando su pecho izquierdo.

-Amoor. -Dijo arrastrando las palabras mientras la miraba como un cachorro, tratando de acabar con esa pequeña pelea. El contacto visual se hizo presente, y la azabache se vio tentada a probar la boca de la accionista. Mordió sus propios labios y se aproximó a ella, ante la expresión ansiosa de su amante. La de cabello corto lamió sutilmente sus labios, disfrutando de su suavidad antes de tomar posesión de su boca, explorando con precisión milimétrica cada deliciosa fisura de su mujer y deleitándose con su saliva afrutada, mientras sus manos acariciaban su sedosa piel, sonrió en medio del beso al percatarse de que podía llamarla su mujer. La necesidad fisiológica por oxígeno ordenó la bifurcación de sus rostros,  no sin antes morderla fuertemente, amaba la el voluminoso relieve de sus labios carnosos siendo apresados por sus dientes, la ojimiel posó su mano en la mejilla de la presidente, siendo empapada de parsimonia, y abrazada fuertemente al cuerpo desnudo de la pelinegra, supo que no soportaría pasar un sólo día sin sus besos, ¿Cómo pudo siquiera soñar con engañarla?  Nada ni nadie se asemejaba a lo que ella le hacía sentir, con sus  sus rizos despeinados y sus utopías llenas de ilusión.

-¿Siempre tienes que morderme? -Preguntó la ojimarrón mirándola con dulzura, sus ojos almendrados le profesaban el más profundo amor, vívido, naciente, como la flor en primavera que recibe gustosa el fulgor del sol.

-¿Siempre tienes que verte tan linda? -Dijo contemplando su rostro mientras el rubor que teñía sus mejillas se intensificaba. 

-Supongo que sí. -Respondió tímidamente mirando los labios de la morena.

-Entonces sí. -Marcela se acercó a su pómulo y depositó pequeños besos en él, recorriendo su mejilla hasta llegar a su boca, donde se demoró un poco más disfrutando la glucosa que le ofrecía, introdujo su lengua para encontrarse con la de la economista, hablándole de amor sin recurrir a las palabras. 




 @GreissyPadron linda, espero que sea lo que imaginabas uwu es con mucho cariño, gracias por leerme TQM <3 <3

~Mary Jane Holland.

Un amor inesperado| Oneshots| Yo soy Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora