Lágrimas y besos 【Marcetty】

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Betty temblaba, sus piernas se negaban a obedecer y las lágrimas descendían por sus mejillas lentamente mientras trataba de comprender la situación, ¿Por qué? Era la pregunta que yacía tatuada en sus pensamientos, carcomiendo cada pequeño fragmento de felicidad e ilusión que existía en su ser, confirmándole su temor más oculto y más presente a la vez. 

¡Claro! ¿Cómo fue tan estúpida para no darse cuenta? Un hombre como Armando Mendoza jamás podría sentir ni siquiera lástima por una mujer tan fea e insignificante como ella. Tiró de su cabello tratando de infringirse un daño a modo de castigo por su ingenuidad. Las palabras de Mario Calderón la mataron, no se sentía con fuerzas suficientes para ponerse de pie, y tumbada en esa silla presidencial, comprendió que jamás conocería el amor ni la reciprocidad, ¿Por qué su felicidad era siempre un espejismo? Una delgada capa de hielo sobre un estanque de aguas glaciales, imposible de sobrevivir a la hipotermia si por algún descuido llegabas a caer, y la pelinegra cargaba el peso de las mentiras de su jefe, obligando al hielo a quebrarse debido al peso, haciéndola caer sin remordimiento alguno.

¿Por qué? Ella no hizo más que entregarle a él la totalidad de su esencia, serle fiel en todos los aspectos, le mostró cada parte de sí, conoció cada lugar secreto de su piel y de su pasado.

Sus sollozos reflejaban nostalgia y fatiga, al igual que su piel pálida y su cuerpo tembloroso. Abrazó fuertemente su propio cuerpo, intentando convencerse de que no era más que una broma de mal gusto.

Sin imaginar lo que sucedía en presidencia, una jovial Marcela salía del ascensor en la planta ejecutiva, su viaje a Palm Beach resultó más breve debido a que  los negocios tardaron mucho menos de lo que se tenía previsto, y quería sorprender a su prometido. 

Entró en la oficina cuidadosamente, cuando vio a la pelinegra llorando desconsoladamente. Demasiados pensamientos que se contradecían entre sí inundaron su razón; por un lado, ¿Qué hacía sentada en la silla presidencial? Odiaba lo atrevida que podía llegar a ser.

Pero Marcela Valencia no era alguien que disfrutara de ver sufrir a los demás, su empatía libraba una lucha con su odio por aquella mujer rota. Y paralizada en la puerta, hubo un ganador.

Se acercó lentamente a ella y cerró la puerta tras de sí, haciendo el menor ruido posible, cuando llegó a su lado, acarició su cabello negro como la obsidiana, mientras su fragancia a vainilla inundaba sus sentidos. La pelinegra volteó a mirarla y su expresión dolida se transformó en pánico.

-Doña Marcela, que pena con usted, disculpe. -Musitó tratando de esconder la carta que yacía en sus manos, su voz sonaba débil y temblaba levemente, conmoviendo a la ojimiel.

-No se preocupe Beatriz, ¿Qué le pasa? -Preguntó la ejecutiva con dulzura al ver que sus lágrimas caían por su rostro sin cesar, y la asistente de presidencia se volvió completamente endeble ante ella. La abrazó con firmeza, siendo correspondida por la empresaria, el desagrado que sentía por ella quedó completamente en el olvido, y por ese instante, fue su soporte, las lágrimas de pelinegra empaparon su hombro y parte de su cuello, provocando que la abrazara aún más fuerte.

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6:11

-Vamos Beatriz. -Dijo tranquilamente la accionista tomando su abrigo y cartera, ambas estaban en la gerencia de puntos de venta, después de llorar amargamente en presidencia, la economista no deseaba ser vista por nadie, y a Marcela no se le ocurrió una mejor idea que llevarla a su oficina.

-¿Mmmh?  -Betty estaba tan sumergida en su propio mundo de dolor que le costó descifrar lo que la mujer que tenía frente a ella decía.

-Vamos, la llevo a su casa. -Repitió lista para irse, siendo testigo de la mirada nerviosa de la economista, su expresión reflejaba culpabilidad hasta cierto punto.

Un amor inesperado| Oneshots| Yo soy Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora