Capitulo 4. Rutina de dos asesinos

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Kayn se despertó.

Más bien, lo despertaron los desagradables sonidos que hacía Akali afilando su Kama con una piedra.

Un sonido inquietante.

Este sin reprocharle nada se sentó sobre una de las piedras frente al ya extinto fuego de la hoguera.

Abrió una bolsa de la cuál sacó unas frutas un tanto enegrecidas, incomibles.

-Se han pasado durante la noche- dijo Akali sin mirarlo -Habrá que ir a recoger otras.

-Ya me ocupo yo de eso- se hizo un silencio (aparte del Kama lanzando chirridos) -Rhaast habría dicho que dejara de alimentarme de mierda como esta- habló con un alito de melancolía y resignación.

-Rhaast no está aquí- le contestó la chica.

Kayn se apartó el pelo de la cara, recordando una vez más lo que pasó y como pasó en la batalla.

-Se a ido para siempre... he conseguido el poder que quería, someterlo a mi merced... he conseguido controlar a un darkin, debería estar tan orgulloso de mi mismo... y sin embargo me siento como si hubiera asesinado a mi mejor amigo.

Akali dejó de afilar el Kama y le dedicó una mirada con la que estudiaba su rostros escondido entre el cabello azul.

Vio resignación.

Antes de volver a ponerse a afilar su arma añadio en voz baja.

-Con razón dicen que los guapos siempre son los que estan más locos.

-¿Perdon?- preguntó el portador de la guadaña nada más acabar el monologo de la asesina.

-Nada, que a lo mejor lo que te pasa es que esperabas un reconocimiento personal de Zed al acabar la batalla.

Se hizo otro silencio bastante más largo

Lo cierto es que no estaba tranquilo con la desaparición de Zed en el plano fisico.

Suponía que si de alguna manera conseguían ganar esa batalla, Kayn sería (más de lo que ya estaba) el acolito más reconocido de toda la orden para que, al final del mandato de Zed, fuera él el gran organizador.

Recordó aquella epoca en la que se planteó varias veces casos en los que podría heredar la orden si Zed casualmente muriera.

Pero esos pensamientos desaparecieron, el era leal a su maestro, y ya solo quedaban uno pocos que seguían siendolo.

Muy pocos.

Pero ahora estaba muerto.

Y todos los demás, desperdigados por los amplios territorios de Jonia, cada vez, más cerca de convertirse en colonias Noxianas.

El deber de los dos asesinos que ahora llevaban un estilo de vida nomada, era recopilar información y asesinar acuantos más noxianos mejor.

Desde las sombras eran mucho más eficaces que en campo abierto.

Y lo estaban demostrando por la cantidad de cadaveres que dejaban a u paso.

Pero sabían que frente a las elites noxianas, poco podrían hacer solos.

-Bueno, ahora vuelvo, traeré provisiones- habló Kayn.

-Voy a desmontar el campamento- le contestó la Kinkou.

-Bien.

Y Kayn se perdió en la maleza.

Akali recogió su kama, los kunai y la piedra de afilar.

Se dirijió a las pequeña tiendas de campaña y las demontó con rapidez, vigiló que nada hubieran dejado, ni un misero rastro de ceniza que los exploradores noxianos hubieran podido percibir como que ahí, habia estado alguien, un vastaya o unos jonios que acampaban de incognito.

Repentinamente, notó una presencia, pero no dejó notar ni una muestra de asombro ni incordio, simplemente metio la mano en su mochila de la forma más normal posible.

Y con un rapido movimiento lanzó un kunai a la dirección de donde había venido esa presencia.

Un segundo después un cuerpo cayó rodando.

"Noxiano".

Se acercó al cuerpo, era un hombre ue rondaría los treinta años, fornido y pero sin signos de cicatrices. Le miró la armadura para reconocer el escuadron al que podía pertenecer y tiró el cuerpo al rio.

Desmontó todo, dejó las pertenencias de Kayn encima de una piedra y le escribió una nota donde ponía la dirección a la que debía dirigirse para encontrarla.

El escuadron se alarmaría si su explorador no llegaba, por eso tenía que matarlos a todos antes de que notaran su ausencia.

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