Capitulo 2. Funeral de incognito

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Akali cerraba su puño con tanta fuerza que sus dedos crujian con un seco y estruendoso sonido.

Apretaba los dientes y cerraba los ojos con fuerza.

La lluvia caía por sus hombros desnudos, las gotas de agua se deslizaban por las lineas contorsionadas de sus feroces tatuajes.

Tras ella, soldados, Kinkou, vastaya, acolitos de las sombras, todos unidos, levantados, con los brazos en cruz rezando, para que las esencias de tres grandes heroes caidos, encontraran la paz eterna en el mundo espiritual.

Tres tumbas.

Akali frente a una.

Kayn frente a la otra.

Karma frente a la de en medio, recitando una oración tradicional.

Todos los demas en silencio, soportando el aguacero, con miradas tristes y vacias. Con los corazones dolidos, imobiles como estatuas.

Akali recordaba aquel lugar, sobre el que un centenar de jonios, fueran humanos, yordles o vastaya, presentaban respeto a tres almas que abandonaron el plano fisico. Las tumbas habían sido cavadas frente a un enorme arbol guardian. El que la chica y un niño noxiano plantaron en frente de un acantilado, antes de que un guardian los intentara aplastar. Shen hizo crecer el brote hasta convertirlo en ese majestuoso arbol guardian.

Aquel que ahora mismo acogía en sus raices las carcasas vacias de los que antes fueron, tres maestros de las artes jonias.

Dos amigos, dos enemigos... dos compañeros.

Y una comandante que dio la vida por la causa que la iluminaba.

Cuando las palabras de Karma cesaron se hizo un silencio.

La lluvia repiqueteaba contra el suelo, las armaduras y los aceros colgantes de las cinturas de todos los allí presentes.

Acababan de retirarse de una guerra.

Seguían equipados, pero con la derrota en sus corazones.

Habían fallado a la hora de rechazar al enemigo.

Y este, con su imparable avance los habían hecho retroceder hasta la derrota y la huida.

Resistieron tanto como pudieron.

Por Jonia.

Lucharon por Jonia.

Las verdes planicies recubiertas de inhertes cuerpos de ambos bandos... de todas las especies.

La sangre daba un nuevo color al prado.

Un reguero del mismo liquido se extendía hasta las mismas costas Jonias frente al mar occidental.

El nombre de esa batalla lo escogió el mismo Swain que, al desembarcar, detras de todo su ejercito ya empezo a ver la arena de un color rojizo y de un tacto más bien viscoso.

"La batalla de la arena carmesí".

Pocas horas después encontró su final a manos de Zed, Shen e Irelia. Que lo enfrentaron y derrotaron brutalmente...

Los tres que sellaron a Raum y destruyeron el cuerpo fisico del comandante Noxiano.

Los tres que ahora mismo se encontraban bajo tierra descansando en paz.

Lucharon y murieron dejando de lado sus diferencias.

Y juntos.

Los tres juntos, vieron el objetivo más allá de sus perspectivas politicas.

Y los tres murieron.

Juntos.

Para retrasar el avance del enemigo.

Y cubrir la retirada de sus aliados.

Los tres murieron como heroes.

Y serían recordados por el resto de la eternidad en las baladas jonias y en la historia... si todavia les pertenecían claro.

Poco a poco, las tropas jonias empezaron a marcharse.

Tenían miedo de ser descubiertos por los vencedores de la batalla.

No eran cobardes.

Eran inteligentes.

Eran la ultima fuerza que todavía era capaz de mantenerse firme contra Noxus.

Solo necesitaban reagruparse.

Y rezar por qué volviera la libertad.

Karma se dio la vuelta y comenzó a retirarse, cojeando.

Kayn y Akali se quedaron solos.

La lluvia todavia los empapaba.

Pero les daba igual.

No paraban de pasar imagenes sobre los momentos que habían pasado con sus maestros.

Eso les dolía.

Una daga helada de impotencia y tristeza clavada con fuerza en el corazón.

Akali notó una mano posarse sobre su hombro.

El contacto de otra piel era calido.

Ella tenía la piel fria.

Suponia que Kayn tambien.

-El maestro Zed jamas dudó del honor y el valor del maestro Shen- le dijo sin mirarla a la cara mientras se marchaba en la misma dirección que los demas.

Akali lo vio perderse entre la maleza.

Entonces la lluvia cesó  de repente.

El sol emergió dejando pasar unos rayos calidos y luminosos.

La asesina dedicó una ultima mirada a las tumbas, especialmente a la de Shen, antes de emprender el camino hasta las tierras del sur, como los demás.

Pocos segundos antes de adentrarse en el bosque, sin previo aviso, notó una presencia.

Un choque metalico.

Se giró rapidamente empuñando un Kunai.

Y encontró tres flores de loto blancas. Una por tumba. Una, por maestro.

-Jhin.

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