Capítulo 10°.

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Fue una mera coincidencia, sin embargo, las estrellas tintinearon como si se tratara de un encuentro predestinado.

El individuo se distinguió sin necesidad de mucha iluminación, un niño de tez oscura, tanto que se camuflaba en la noche como un lobo dominante, su cabello rizado brillaba trazos tan negros como joyas.

A diferencia del físico esquelético, fanfarroneaba de unos labios jugosos, y para colmo, estos presumían de ser excesivamente suaves.

Beatrice tragó saliva, ella no era una pervertida pero.. Dios, era un chico desmedidamente lindo.

¿Un sujeto como aquel vivía en un lugar como este?

Con su aparición inesperada y el paisaje a sus espaldas se podría asemejar con descubrir una cría de leopardo perdido en su propio territorio. Un pequeño de apariencia infantil, 3 años a simple vista.

Como si el mundo se detuviese, Bea quedó paralizada, contuvo la respiración.

La criatura que la contemplaba con ojos llorosos tenía una mirada intensa, hasta penetrante en algún sentido. Aquellos orbes turquesas fueron suficientes para que ella se quedara sin habla, suplicaban auxilio.

A pesar de tener una presencia abrumadora, el chiquillo vestía unos pantalones cortos, muy desgastados. El frío era capaz de acariciarle el pecho y las piernas.

— ¿Mamá?— Volvió a preguntar, voz sacada entre lágrimas acompañadas de hipo.

Esa palabra la sacó de la breve sorpresa. La niña percibió una ligera conexión, como si lo conociera de toda la vida. 

Era demasiado sospechoso

Agudizó la vista, solo habían transcurrido 20 minutos desde que escapó del castillo.

¿No es una trampa? ¿Debería acercarse?

En cambio, fue el joven quien dió el primer paso, cortaba la distancia mientras su conciencia se envolvía en confusión, sus pasos fueron inseguros, albergaba el temor de tropezar con alguna piedra malvada.

Bea se mordió el labio, incluso la forma en la que andaba era adorable. Esperó pacientemente a que se pusiera hasta quedar frente a frente.

Cuando la espera concluyó, la niña pudo objetar la enorme diferencia de altura, le sacaba 4 cabezas y estaba muy flaco. Beatrice tenía entendido que los bebés debían de ser regordetes, este estaba desnutrido, sus dudas aumentaron, en el corto tiempo que estuvo en el bosque, pudo distinguir a medias un sin fín de alimentos, desde conejos hasta frutas exóticas.

Los escarabajos también tenían buena pinta, eran redondos y la mayoría fueron comestibles.

No importa cómo lo mires, podías saciarte de proteínas y la comida no desaparecería.

¿Es un siervo que escapó de su dueño?

El país no prohibió la explotación de los esclavos, la mayoría eran comercializados como objetos sin importancia. Provenían de países que tuvieron la suficiente audacia como para declararle la guerra al Imperio y probaron una derrota espantosa, son prisioneros de guerra a los que se les perdonó la vida a cambio de serles útil a los olympianos.

Hizo memoria de lo que le explicó la tutora.

"— Son ratas sin valor, una verdadera plaga, no se acerque a ellos"

Fred siempre estuvo en desacuerdo con el tema, le parecía injusto, para él quien estaba maldecido no le entraba la idea, el que otros individuos serían oprimidos por el simple hecho de pertenecer a un reino caído, ¡estaban echando a perder la salud que su hermano no tenía!

Las palabras de Frederick seguían presentes en sus recuerdos.

"— Bichito, no desprecies a nadie, la vida es valiosa, no hagas nada a menos que se lo merezcan."

Bea solo asintió, no pensó que iba a encontrarse con uno a menos que quisiera. 

La criaturita la contemplaba, estaba asustado. 

Verse con el pequeño le chocó evidentemente. Si ser una noble implicaba despreciar a los demás, prefería dejar de ostentar su título inmediatamente.

Sintió pena por el joven. Se agachó para examinarlo más de cerca.

Primero tocó su barriguita con el dedo, era real. El soplido del viento acarició sus troncos, el infante tiritó descontroladamente. 

Arrugó la nariz, era totalmente inofensivo.

— Morirás de frío si te quedas medio desnudo— Beatrice sacó aquella manta que fue usada anteriormente, la suave tela envolvió su bella piel. — Listo— Anunció al hacer un leve nudo en su cuello. — ¿Cómo te llamas?

Le acarició el pelo.

— Noah— El crío no dudó en responder después de experimentar aquel acto de cariño.

La chica asintió lentamente, ¿este niño preguntó por su madre? 

— ¿Dónde está tu mamá? — Agarró sus manos con cuidado de no romperlas.

Éste se sonrojó, su salvadora era verdaderamente bonita, ella se hacía pasar por un ángel desde su inocente perspectiva.

— Mami se ha perdido.

¿Perderse?

— ¿Seguro que no te has perdido tu?

Noah negó con la cabeza.

La chica sintió angustia por el sujeto. 

¿Qué haría Fred si estuviera en esta situación? La respuesta estaba clara.

— Como sea, el bosque es peligroso, no te apartes de mi, buscaremos a tu mami— Cogidos de la mano comenzaron a caminar. 

La joven se tragó el pensamiento de que su madre podría estar muerta.

(...)

Bea volvió a contar los pasos que daban, por cada cinco, el pequeño daba diez. La pobre criatura abrió bien la boca cuando su nueva compañera usó una vela para trazar una "X" en el tronco de un árbol cercano.

De inmediato la sutil fragancia floreció de la madera.

— Eso huele a mamá— Señaló el cilindro de cera blanca.

— ¿Esto?

Afirmó con la cabeza. 

— ¿Tu madre huele a vainilla?— La joven se rió disimuladamente, preguntándose en qué tipo de conversación estaba participando.

— No, mi mami huele a mamá— Parecía muy serio al decirlo.

— Tienes suerte, no todas las madres huelen a mamá— Acarició su cabello.

La criaturita rió por el cosquilleo en su cabeza.

— ¿Y tú?¿A qué huele tu mamá?— Preguntó en un tono divertido.

Beatrice se detuvo en seco, ¿cómo olía su madre?

Pensó en su vida pasada, una mujer delgada llena de moratones, todo lo que ella sabía hacer era sacar estupideces en cada oportunidad que se le presentaba y beber hasta perderse a ella misma. Claro está, olía a alcohol del bueno.

— .. A pintura— Recitó con una sonrisa, pensó en el enorme cuadro colgado en la habitación.

Noah ladeó la cabeza, ¿a qué olerá la pintura?

Sin embargo, como muestra de educación, decidió no hablar más. 

Andaban en silencio.

Luego de un tiempo, llegaron a un claro lleno de blancas azucenas y lirios de colores. Las luciérnagas se posaban en la hierba mojada en rocío.

— Descansemos un poco.

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.

Continuará

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¿Podré ser amada ésta vez?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora