Capítulo 3°.

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— ¡Bichito despierta!— Frederick zarandeaba a su hermana menor, asustado de los gritos infringidos por ésta, no sabía qué hacer.

¿Qué pasa si ella no se levanta? El hecho de perderla no le hacía ninguna gracia.

— ¿Por qué me miras así? Fred— La culpable de todo aquel drama lo miró directamente, sus cabellos se pegaban a su piel como consecuencia al sudor frío.

De un momento a otro, el chico se le abalanzó sin pensar.

Algunas gotas caen por sus ojos vidriosos, las pesadillas de Bea se manifiestan frecuentemente, y a él no le gustaba.

— Eres mala— Enterró la cabeza entre su hombro izquierdo— , Siempre soy yo el que llora.

La cara avergonzada del hermano quitaba el aliento, esa mirada azul penetraba al igual que una bestia marcando su territorio.

— Lo siento.. — Palmeó la espalda del niño.

Beatrice, una niña encantadoramente misteriosa y callada acariciaba la cabeza del sujeto 2 años mayor que ella.

Situados en una cama forrada con las mantas conocidas como las más suaves, se inclinaron hacia la ventana más próxima.

La luna estaba en lo alto del pedestal, era bien entrada la noche y ninguno tenía ganas de dormir.

Los repentinos rugidos alertaron a la joven, Frederick por su parte, se concentraba en la imagen de la pequeña. Que a diferencia de él, ella era demasiado calmada para su corta edad, mostrando unos orbes llenos de oscuridad escondidos en la inocencia de un infante.

Se parecía a alguien.

— ¿Has oído eso? — Bea se bajó de la cama para escuchar la procedencia del ruido. El sudor aún goteaba por su frente, oprimió la respiración agitada. Trató de quitarle importancia a su pesadillas, frecuentes hasta entonces.

Los bramidos salieron del páramo, haciendo eco en la espaciosa habitación. En lugar de gritos, le parecían lloros causados por algún animal salvaje.

Sin darse cuenta, había centrado toda su atención en el bosque que se expandía a través de las vastas tierras del ducado.

— ¿Quieres ir a explorar?— El hermano, sentado en la cama, esperaba la respuesta de la mencionada.

La chica aguardó unos segundos antes de hablar, calculó el riesgo de adentrarse en la frondosa vegetación sin tener la preparación adecuada, jamás se habían acercado a ese lugar porque no le veían razón. Pero esto era distinto, algo llamaba a Bea y ella quería ir lo antes posible.

Sin embargo, no respondió. El silencio formuló la pregunta que salió de la boca del chico.

— ¿Crees que me pasara algo? El sol aún no ha salido.

Cierto, aquello era lo que más le preocupaba. Frederick es un chico hermoso, con esa nariz recta, ojos puntiagudos similares a las de un gato y unos labios rojos heredados de la duquesa. Si no fuera por aquella maldición, su tez no estaría tan pálida.

Alguien maldito tuvo la suerte de nacer en el linaje de los Hefesto, claro que la gente le tendría sentimientos desagradables.

No muchos se le acercaban, los duques casi nunca paraban en el ducado por cuestiones de trabajo, dejándolo desprotegido ante las continuas burlas por parte de los sirvientes.

El chico de apenas 8 solo tenía a su hermana.

— No estamos listos, ¿y si nos atacan?

— Yo te protegeré.

A Bea le hizo gracia, el niño que estuvo llorando hasta ahora se mostraba muy seguro de sí mismo, una seguridad efímera.

Ellos tenían un secreto que nadie más sabía. Exploraban el amplio castillo en la nocturnidad, cuando los sirvientes dormían y los caballeros custodiaban los exteriores.

— Entonces tenemos que conseguir lo que necesitamos.

Ésta vez fue Fréderick quien tardó en contestar. Observó curioso los ojos de la niña, aquellos orbes aguamarinos que causaban una nostalgia fugaz.

— Eres muy bonita— Orgulloso de su apariencia angelical, se le escapó un pensamiento.

— ¿Tu crees?

El chico al percatarse de su error se tapó el rostro junto un lindo sonrojo.

— Cállate.

— Pero no he dicho nada, ¿estás bien?— Inclinó el tronco a un lado.

— ..Solo cállate— Se cubrió el cuerpo entero con las mantas— . Mejor vamos a por lo que nos hace falta.

***

Cerraron la puerta, sus corazones bombeaban agitadamente, les gustaba sentir aquella adrenalina que sólo podían saborear en el crepúsculo.

Ambos se miraron por un instante antes de que Frederick liderara la excursión.

El ducado existió desde la fundación del Imperio Olympus, naturalmente se le implementaron varias reformas y extensiones. La idea de encontrar lo que guardaban las habitaciones más viejas y abandonadas no era lo que más disfrutaban, sino el miedo de ser atrapados.

Se sentían realmente vivos de esta forma, ahora no son los hijos del duque ni los poseedores de un noble estatus, simplemente un par de niños cometiendo travesuras cuyo único testigo son las estrellas en el firmamento.

Pasando de largo junto con las estatuas de plata, las vasijas y los cuadros de familiares que no conocían. El castillo estaba plagado de objetos invaluables, riquezas que pertenecían exclusivamente a la familia. 

Un museo gigante que se usaba de vivienda.

Bajaron las escaleras que daban al 4° piso, ahí se amontonaban varias entradas en los laterales de los pasillos. Su casa era un laberinto en el que curiosamente no se perdían.

— Tenemos que hacernos con una linterna— Susurró Beatrice.

— ¡Espera! Necesitamos..

— ¿Un plan?

— No, nombres en clave. ¡Y bien chulos!— Frederick levantó los brazos entusiasmado.

— ¿Por qué?

— Bichito, no sabes nada de los exploradores. ¡Todos tienen nombres muy geniales!

Ahí es donde la chica recordó el cuento que leyeron en la tarde, sobre Thomas Carpenter, el cazador de dragones o comúnmente conocido como el hombre de oro, porque nunca se quitaba su armadura dorada.

No le parecía mala idea.

— Yo me llamaré patata y tu serás ketchup— Seguidamente, el niño paliducho ya había inventado los motes— . ¡Porque trabajamos muy bien en equipo!

Sin más que decir, se tomaron de la mano y eligieron alguna de las habitaciones por conocer.

Abrieron una al azar.

— 1 ... 2 ... 3— Y entraron de un saltito.

— Woa..

Se trataba de un cuarto estrecho, abarrotado de estanterías con libros, se ajustaba con una pequeña biblioteca. Un tragaluz permitía avistar los mapas de diferentes tamaños esparcidos al tun tun.

Fred recogió uno del suelo.

— ¡Este es el plano de la casa!

La niña le tiró de la manga del pijama y señaló.

— Oye, ¿qué es eso?

Pararon en contemplar unas palabras rúnicas grabadas en una piedra protegida por un escaparate de cristal reforzado con magia de aire.

— ¿Qué crees que dice?

— No lo sé, parece un idioma antiguo. 

.

.

.

Continuará

¿Podré ser amada ésta vez?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora