Capítulo 8°.

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¿¡La hija de los Hefesto se volvió loca de repente!?

Cualquiera que la viera tirarse desde semejantes alturas se preguntaría aquella misma pregunta. Y puede que sea verdad, las acciones que cometía eran perfectamente respaldadas por el miedo de perder a su hermano.

Beatrice von Hefesto, una chica de origen noble de apenas 6 se tiró por la ventana y está usando una colcha del dormitorio como paracaídas.

En definitiva, nuestra protagonista estaba desesperada.

Ráfagas de viento desplegaron la tela, como si al tiempo le agradara esa actitud espontánea, se encargó de hacer aterrizar a la pequeña de manera segura. 

Un comienzo bastante sorprendente para una expedición secreta hacia un bosque prohibido.

Sus delicadas piernas se arrodillaron a sentir la hierba rociada por la luz de la noche. Llevó su mano hacia su pecho y lo agarró con fuerza.

 Llevó su mano hacia su pecho y lo agarró con fuerza

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— Ah..— Esta era una sensación nueva, un sentimiento diferente a explorar las habitaciones del castillo. 

Sentía que su corazón se emocionaba. Un poco más de adrenalina y sus pulmones serían capaces de salirse de su sitio.

Inhaló y exhaló rápidamente, el sueño no tendrá posibilidades de presentarse.

Miró la mansión desde abajo, una enorme masa de rocas hacían parecer de su hogar una fortaleza intocable, en la cima, cuatro majestuosas torres ondeaban imponentemente las banderas con el escudo que representaba a su familia.

— Woa..

Divisó la abertura por la que había saltado, los otros ventanales estaban destapados, una cosa que solo pasaba cuando la luna reinaba las 6 horas diarias. Bea soñaba con la mañana en el que las cortinas no fueran necesarias durante el día.

Quien sabe hasta qué punto logrará hacer existente aquel sueño tan distante de la realidad.

El azul era el emblema oficial de su casa, una llama rodeada por espadas y armas de fuego gritaban el nombre de Hefesto en cada rincón del continente. 

Al fin y al cabo, su estirpe era famosa por crear y fabricar el armamento del Imperio, los duques tenían el monopolio militar bajo sus pies. Eran los verdaderos descendientes del Dios Hefesto (el Dios herrero)

No me atrevería a calcular la inmensa riqueza que poseían, incluso si tratabas de gastar todo el dinero, las monedas de oro venían por doquier.

El duque tenía numerosos contratos de exportación e importación armamentístico por todo el mundo, las dagas de Hefesto estaban de moda entre los caballeros. La fabricación era de muy buena calidad.

Bea vivía en un lugar superior. La historia de sus orígenes se remontaba a la creación de Olympus, su dignidad e influencia podía ser igual a la de la familia imperial. 

La apariencia desde el suelo era ciertamente abrumadora, Beatrice estaba pasmada, su hermano moraba en una jaula descomunal colmada de oro y diamantes.

El aire fresco y la hierba mojada abarcaban un poder revitalizante, podía quedarse así durante días y no cansarse.

A Frederick le habría encantado estar allí con ella.

Un chillido familiar proveniente del follage la sacó de sus pensamientos.

Golpeó sus cachetes, no era momento para divagar, tenía un cometido liderando la lista de las cosas que tenía por hacer.

Encontrar a esa hada y pedir un deseo.

La altura de los árboles se asemejaba a la de las farolas, inclusive, algunos podrían ser más altos. Admitió la colosal diferencia de distinguir el bosque desde la habitación. La presencia de la oscuridad en la vegetación fue aterradora.

Hasta Alicia sería capaz de oler el peligro, el país de las maravillas se vio empequeñecido comparado a esa selva plagada por animales desconocidos.

Quien sabe, hasta podría ser drogada por el gato con botas.

Las situaciones en las que se podría ver involucrada eran infinitas.

— Esto es por Fred— Tragó saliva.

Sin más preámbulos cogió la manta y la dobló para luego guardarla dentro de la mochila. Sacó las hojas del libro además de aquel objeto cilíndrico que tenía guardado al fondo del saco. Una vela casi sin usar ya que fue cambiada no hace mucho.

Aún teniendo luz natural, necesitaba tener otra más tenue si quería adentrarse en lo profundo de aquellos arbustos. Ahora con los materiales necesarios y la bolsa en su espalda, se percató de un problema importante.

Atónita, miró el trozo de cera blanca. 

— ¿De donde saco el fuego para encenderla?

Maldición, se había olvidado de las cerillas.

Fruto del agobio y la prisa, no tuvo la ocasión de prepararlas.  

Bea se inquietó ligeramente. Sabía que ella era la culpable del incidente, sin embargo, en vista de los acontecimientos previos, la mala suerte se manifestó sin ningún tipo de aviso. 

¿Podrá volver sana y salva? 

El viento la despeinó brevemente.

— Bien, no nos alarmemos.. — Respiró hondo, preocuparse no ayudaría a poner bueno a su hermano. 

Después de pensarlo, le vino a la mente un cuento que leyó con Fred antes de su colapso. Las páginas que arrancó no servirían de nada si era una inepta para ver en la oscuridad.

 — Cambio de planes— Tiró las hojas a un lado.

Agarró la vela, con la poca fe que le quedaba presente.

Caminó hacia el bosque, sin un mapa, sin una luz que pudiera alumbrar, pero con un plan casi elaborado.

Fingió una sonrisa, aún había esperanza.

O eso creía ella.

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Continuará

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¿Podré ser amada ésta vez?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora