Capítulo 17º.

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Papá nunca fue un progenitor excepcional, mamá tampoco se quedaba atrás. Los defectos se escondían bajo la máscara del dinero y de un deslumbrante caserón que suponían una autoridad intimidatoria.

Beatrice, nombrada anteriormente bajo el nombre de Aurore von Ludwig, pertenecía a una de las casas más representativas de Alemania, sin embargo, tras el crack de la bolsa, el prestigio de su familia fue dañado en gravedad.

Al igual que las hamburguesas de comida rápida, su vivienda y fortuna no eran más que una fachada que ocultaba la oscuridad, los Ludwig habían entrado en quiebra.

El maltrato comenzó la noche del 12 de abril de 1920, cuando el jefe de familia entró en su habitación a escondidas.

La pequeña recordará aquel momento como el inicio de los juegos.

Donde los monstruos escapados de algún cuento maligno, se habían comido a sus padres y se hicieron pasar por el lobo de caperucita, vistiendo las pieles de las personas que le dieron la vida.

Su madre, quien estaba trastocada por las exuberantes delicias que proporcionaba el alcohol, siempre hizo oídos sordos a lo que sucedía en su vivienda, es más, incluso participaba en los juegos con alta satisfacción.

Hubo una gran variedad de juegos, lo suficientes como para traumar a un soldado experto en combate sobre terreno enemigo o a alguien que ya haya visto de todo.

A pesar del dolor, Aurore quien iba a cumplir los 10, no dejó de amar a su familia y decidió darle fin a la flamante diversión, si nadie daba caza a aquellas criaturas diabólicas, hambrientas de verla sufrir y retorcerla en el húmedo charco del miedo, ella será la que proporcionaría la evidencia necesaria para atraparlos y que no causen daño a otra gente.

Ya sabéis lo que ocurrió después, su plan se fue al garete junto con su cuello roto a manos del hombre de la casa.

Sin embargo, aunque muchos piensen que tuvo una vida jodidamente desafortunada, hubo una época en la que ella fue verdaderamente feliz, un tiempo que ya no cabe en su memoria y que solo puede sentir el como aquel sentimiento, antes enterrado en el fondo del alma, afloraba en compañía de Fred, su hermano, su mano derecha y por supuesto, el mejor de los amigos (por no decir el único).

Ella, quien no se habría a cualquiera, pensó en Frederick, el bienestar del chico era más importante que su salud mental, más importante que su propia vida.

Miró al hada, que esperaba pacientemente, junto con una mirada dura, con cierto interés, la instó a que comenzara a sonsacar por esa boquita:

— Habla— Ordenó.

Bea tragó una buena bocanada de aire, que le supo a gloria infinita y cuando el elixir fue expulsado de los pulmones, se miró las muñecas hasta que decidió sincerarse por primera vez.

Sacó todo lo que pensaba, lo que le carcomía la cabeza, lo que la perseguía en sueños. A pesar de que su cara palideció y se contrajo en los instantes más inesperados, a pesar de la voz quebrada, se sinceró, fue totalmente honesta.

El semblante de Lucilica se endureció tras cada palabra que escuchaba, sus alas se erizaron, un leve escalofrío le tensó el cuerpo, tenía la carne de gallina.

¡Qué horrores ha experimentado una niña tan pequeña!

Y cuando la triste historia acabó con el espantoso dato de Fred postrado en cama y peligrando de muerte a cada segundo que pasaba, el hada no quiso seguir escuchando, nunca creyó compadecerse de una humana, y mucho menos de una noble.

Beatrice fue la excepción, la única excepción.

La reina de las hadas se acercó a la cama, con gesto de una madre la acogió entre sus brazos.

— Siento mucho lo que has pasado— Murmuró sobre su oreja.

La infante, sorprendida, sintió las lágrimas brotar de sus ojos, estaba cansada y aquella frase la ha dejado fuera de combate.

Enterró la cabeza entre sus hombros, tratando de reprimir los sollozos que luchaban por salir.

Lucilica trató de reconfortarla, pasó la mano por su espalda, era capaz de sentir el inmenso dolor de la pequeña. El hada despegó los labios, pero las palabras se negaban a surgir.

Se mantuvieron en aquella posición durante un buen rato, y seguirían estándolo si no fuera porque Beatrice la separó de su cuerpo. Más calmada, aunque con la cara inflamada tras la enorme pérdida de agua, prosiguió a preguntar la interrogante definitiva:

— ¿Curarás a mi hermano?

La mujer miró a la niña, que esperaba su respuesta, pensó y pensó hasta que finalmente contestó:

— A cambio de un favor.

La mirada de la hija del duque se iluminó en milisegundos, tras restregar los dedos sobre sus párpados, sacó una de sus mejores sonrisas.

— Haré lo que quieras— No hubo mentira en su voz.

La adulta agarró sus manos y las apretó suavemente, consciente del peligro que podría suponer, la escaneó de arriba a abajo, ella era la persona que estaba esperando, una joven llena de recursos y contactos.

Si es ella, su deseo podría hacerse realidad.

— Quiero que acabes con la guerra— Dijo el hada.

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Continuará

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- Mañana publico el siguiente capítulo :)

¿Podré ser amada ésta vez?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora