Entré en la casa acompañada de mi hermano con una radiante sonrisa. El interior estaba bastante oscuro en contraste de la luz del sol en el exterior, o al menos esa fue la impresión que me dio.
La señora White se encontraba al pie de la escalera con su moño habitual sin que ningún mechón le tapara el rostro y esta vez acompañada de unas gafas redondas. Me fijé en el libro que sostenía con una mano y supuse que en eso se parecía a Claudette puesto que a las dos les gustaba leer.
Emily no parecía enfadada al reparar en la presencia de Mike, aunque deduje que estaría bastante sorprendida.
-¿Qué es esto?- preguntó poniéndose de forma correcta las gafas que se acercaban cada vez más a la punta de su nariz.
-Él es mi hermano, señora White.- respondí rápidamente mientras pensaba en si debía de hacer una reverencia aunque llegué a la conclusión de que sería demasiado.
-Mi casa no es ninguna escuela donde puedan venir todos los jovencitos que os parezcan. No hace mucho vino Rudy, ciertamente un caballero pero no debemos olvidar todas las reglas.
«Rudy no es ningún caballero. Es un chico normal y corriente que de alguna forma parece que hasta los cerdos le sigan.»
-Perdone... ¿Reglas? ¿A qué se refiere?- quiso saber mi hermano sin poder reprimir su curiosidad.
Temí no haberle advertido de que tendría que cuidar cada palabra que decía delante de la señora White. Sus ojos de halcón podían observarte desde lejos y sus oídos podían escuchar cada conversación por más inocente que fuera.
Emily era severa y le gustaba impartir castigos. Todos los que residían en la casa lo sabían, pero Mike no. Mike no la había conocido nunca.
-No se puede hablar con los sirvientes a no ser que sea para ordenarles lo que necesiten, una regla incumplida desde el primer día. No puede venir ningún joven sin que lo haya conocido antes, una regla incumplida dos veces. Y por último, está prohibido hablar de la madre de Claudette, una regla que parece ser que sigue en pie.
La madre de Claudette. Ese tema me llamó la atención de inmediato y me dispuse a sacar lo máximo.
-¿Por qué Claudette no puede hablar de su madre?- inquirí.
-Creo que ya es suficiente. ¿Puede Michael quedarse a comer?
Mis ojos volaron hacia Claudette que acababa de formular aquella pregunta. Por supuesto, Michael debía de quedarse a comer justo como Rudy lo había hecho. Pero me fijé más en la primera parte del mensaje.
«Creo que ya es suficiente...»
-Pongo reglas y nadie las cumple... Supongo que sí que puede quedarse, aunque el hecho de que se quede o no a dormir se discutirá más tarde si acaso el joven estaría dispuesto a pasar una noche aquí.
Miré a Mike, rezando para que accediera. Echaba en falta los días en los que dormíamos juntos, especialmente en tormentas. Siempre lo había considerado más que un hermano; para mi, Mike era mi único y mejor amigo. Había estado en mis peores momentos para ayudarme y yo había estado allí para él cuando me necesitaba. Nos teníamos el uno al otro y nada me hacía más feliz que tenerlo cerca de mi y poder contarle todo lo que había ocurrido estos últimos días.
ESTÁS LEYENDO
Miel de una mujer ✓
Historical FictionEl invierno de 1850 fue uno de los más crudos para la joven Claudette. Su madre, víctima de una grave enfermedad se rindió ante la muerte y la Tía Emily accedió a darle cobijo en su casa. Claudette empieza a reconstruir su vida en casa de su tía, pe...