21. Los celos son horribles

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Seguíamos preocupados por la ausencia de Martha, aunque intentábamos evitar rozar el tema

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Seguíamos preocupados por la ausencia de Martha, aunque intentábamos evitar rozar el tema.

La señora E se había vuelto aún más irritable que antes y el ambiente de cada mañana era simplemente abrumador. Por un día, me encargué de preparar yo misma la comida mientras la señora E argumentaba que estaba buscando a una nueva criada para rellenar el vacío de Martha.

Pese a la negación de su tía, Claudette me ayudó en la cocina, asegurándose de que no fuera atrapada por nadie.

-¿Qué haces aquí? - le pregunté con un tono más amistoso de lo que habría sido unos días antes.

-Creo que es obvio... Quiero ayudar.

Me ruboricé hasta la punta del cabello y oculté mi rostro para que no pudiera verlo.

-Gracias.

-Eres granjera, no cocinera. Además, ¿quién crees que cocinaba en su casa cuando su madre estaba enferma?

Tragué saliva mientras recordaba todo lo que había ocurrido antes de que Claudette viviera con su tía y en mi boca quedó un sabor amargo.

Si antes sentía cierta empatía y pena por todo lo que había tenido que aguantar, ahora estaba devastada con tan solo pensarlo y mi corazón se encogía al imaginar todo lo que había sufrido.

Ninguna persona, grande o pequeña, debería de ver como la persona que más quería se les escapaba de los brazos para en cambio, abrazar a la muerte.

Sin embargo, ocurría cada día.

Siempre había pensado que enamorarse era una estupidez. Lo único que conseguías era coger sentimientos para que luego sintieras como si te arrancaran el corazón y parte de ti cuando esa persona se marchaba. Aún así, con esas ideas en mente, había sucumbido a los encantos de la joven que se encontraba delante de mí.

Aunque nunca podría saberlo, puesto que estaba segura de que no sentía lo mismo.

-¿Se te da bien cocinar? - quiso saber con una pequeña sonrisa y sentí como un enorme peso en mi pecho se levantaba.

No quería que se sintiera triste y mucho menos por mi culpa al recordarle sus oscuros momentos.

-No. - respondí, siendo lo más sincera posible.

Claudette soltó una preciosa carcajada y no pude evitar quedarme embobada, mirando como sus ojos se avivaron por la felicidad.

Era verdaderamente preciosa y no conseguí entender como no me había dado cuenta antes.

Había estado tan ocupada intentando pincharla, que no me había dado cuenta de que hiciera lo que hiciera, mi corazón sería suyo.

Aunque mis sentimientos no fueran correspondidos, ella siempre sería mi Claudette.

Miel de una mujer ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora