Capítulo 6

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—He oído que las aguas de los canales de Venecia son profundas—dije, con temor.

El río.

—¿Tienes miedo?

—N-no—mentía, pero tampoco quería que él pensara que soy un cobarde, aunque lo era.

El volvió a reír.

—Ven, no tengas miedo, estas cosas son muy seguras—me extendió la mano para que yo la tomara y su cálido tacto era algo que no podía rechazar jamás.

Me tomó de la mano, sujetándome fuertemente y haciéndome sentir completamente seguro, era como si el infantil miedo de antes se hubiera evaporado como el aliento frío que sale de la boca y no tarda más de tres segundos en desaparecer.

Subí a la góndola y él se sentó a mi lado, mientras que las otras tres personas se situaban delante de nosotros. El gondolero comenzó a remar y el bote a moverse, me estremecí un poco. Sehun me miró, y en su mirada había una ternura que brillaba, ese par de ojos almendrados me brindaban una auténtica protección con el resplandor que soltaban.

—¿Estás bien?—preguntó y su voz se llenó de dulzura.

—Perfectamente—musité, atontado.

Me sonrió, y aquella sonrisa hizo que miles de burbujas se inflaran en mi estómago y flotaran en él.

Miré hacia arriba, sintiéndome más seguro que hace unos segundos y me topé con cielo grisáceo. Luego miré hacía mis lados, los ladrillos se elevaban formando un edificio barroco y arcaico de color beige. Oía el murmullo de las personas delante de nosotros, un murmullo ininteligible para mí, puesto que su idioma era diferente al mío; mientras que el gondolero pasaba el remo por el agua y hacía mover la góndola provocando que la brisa me acariciara el rostro bajo la boina.

—¿Sabes por qué se llama El puente de los suspiros?—preguntó Sehun, interrumpiendo mi análisis del paisaje.

—¿Por qué?

—Bueno, este puente une al Palacio del Duque con la antigua prisión de la Inquisición. Da acceso a los calabozos del palacio y los prisioneros veían desde aquí el cielo y el mar por última vez, y suspiraban.

—Nada romántico—me reí.

—No, pero la gente le ha dado tanta fama que el nombre les sirvió a unos poetas para inspirarse en ese género literario.

Me reí, encantado por su brillante explicación.

—¿Por qué te ríes?—preguntó, divertido.

—Porque pareces de esos maestros de colegio y me haces sentir como un alumno.

—Perché in questo caso sono felice di essere il vostro insegnante—rió.

No sabía qué había dicho, pero sea lo que sea me hizo ruborizar, el acento italiano adornaba su melodiosa voz de terciopelo y hacía que las burbujas en mi estómago se agrandaran más.

—Tendré que aprender italiano—mascullé.

El soplo cálido de su risa me acarició el rostro, apartando la brisa de la gélida mañana.

—Lo que dije fue: Que en ese caso, yo estoy encantado de ser tu profesor—dijo—. Y si quieres, puedo enseñarte italiano también.

—Me gustaría—mi sonrisa se volvió tímida y oculté el rubor debajo de la sombra de la boina.

Sehun no sólo era un adonis en persona, sino que ¿tenía que resultar tan terriblemente encantador también?

Tomé la cámara fotográfica y saqué un par de fotografías a la construcción barroca que admiraba, por accidente o casualidad, mi lente capturó también el bello rostro de oro que tenía a mi lado.

Manual de lo prohibido «hunhan»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora