PRÓLOGO

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Kilmarten Glen,

Tierras Altas escocesas

Diciembre 1718.

Deseo. Lujuria. Sexo. En el sueño, se estaba ahogando, hundiéndose más y más en un mar de necesidad desesperada y tempestuosa. Unas suaves manos le tanteaban y acariciaban el pecho y los hombros, mientras que bocas ardientes y húmedas lamían su estómago. Él era Darien Chiba, el Laird de la Guerra del Castillo Kinloch, el guerrero experimentado en la batalla y el seductor de mujeres más infame de Escocia. Sin embargo, sólo amaba a una, que no era más que un vago y cambiante recuerdo en su mente.

¿Dónde estaba ella en este sueño? ¿Estaba siquiera aquí? ¿Y era realmente un sueño? Se sentía más como la muerte. Pero si ese fuera el caso, estaría de nuevo con ella, ¿no? , La corriente empezó a agitarse más rápido a su alrededor. No, ella no estaba aquí. No en este lugar. No conocía a ninguna de estas mujeres. Todas eran extrañas. Súbitamente, se encontró con que no podía respirar.

Darien se despertó con un sobresalto, aspirando aire frío en los pulmones. Trató de incorporarse, pero no pudo. Sus brazos estaban extendidos sobre su cabeza, cada muñeca atada con una soga. Sus piernas estaban bien abiertas, los tobillos atados.

Estaba al aire libre en una especie de foso, mirando hacia el cielo nocturno. Una agonía palpitante le explotó en el cráneo.

Era peor que la muerte, y gritó con rabia, sus músculos tensos mientras tiraba y forcejeaba con las ataduras. Pero, era inútil luchar. Estaba bien atado y su cuerpo estaba débil.

Las náuseas quemaban sus entrañas. Se quedó inmóvil y miró a su alrededor en la oscuridad. Lo rodeaban unas murallas verticales. Yacía en un frío lecho de guijarros.

Esto no era un foso. Era una tumba abierta. Una antigua cámara mortuoria. Darien apretó los puños y gritó con furia, pero eso sólo hizo que la tumba diera círculos vertiginosos. ¿Lo habían drogado? Si era así, ¿quién? ¿Y cómo en nombre de Dios había llegado hasta aquí?

A través de una densa neblina de incomprensión, se esforzó por recordar sus últimos pasos. Había viajado solo a Kilmarten Glen, con un recado de su primo y jefe, Andrew MacDonald, Laird del Castillo Kinloch. Había parado para almorzar al mediodía en la taberna... Su respiración laboriosa se aceleró, exhalando nubes de vapor en el aire frío de la noche. Lentamente, las imágenes le volvieron. Había una mujer. Había ido con ella al almiar en el campo. Se había reído tontamente cuando deslizó las manos bajo sus faldas y sopló en su oído. Pero después de eso no había nada más. Era como si simplemente hubiera caído en el sueño.

Unos pasos se aproximaban, luego apareció una figura por encima, a los pies de la tumba.

Una mujer. La vio moverse como una sombra delante de la luna. Se agachó para recoger algo en el suelo... un cubo de madera con un asa de cuerda, entonces se irguió y fijó sus ojos en él.

Estaba desorientado, pero por Dios, reconocía esa silueta. Era Beryl, la adivina. Hacía un mes, ella había jurado que lamentaría el día en que la había desterrado del Castillo Kinloch.

—Beryl... Darien nunca había temido a la muerte antes, pero esta mujer agitaba un pavor infernal en su interior. Ella trabajaba con poderes antiguos del más allá, y desde el primer momento, había sentido su veneno. Era por eso que había alentado a Andrew para que la desterrara de Kinloch.

Dio un paso adelante y vació un cubo lleno de huesos sobre él, hizo una mueca de disgusto cuando resonaron en su kilt.

—¿Qué es esto? —preguntó él—. ¿Los huesos de todos tus ex amantes?

Seducida por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora