Capítulo 26

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Se miraron en silencio mientras el coche rebotaba bajo el peso del conductor en el exterior. Pronto estuvieron en camino nuevamente, menos apresurados ahora.

—Me sorprende que estés sentado aquí conmigo —dijo Serena—. No creí que alguna vez quisieras verme otra vez después lo ocurrido, y mucho menos estar a solas conmigo.

Él ajustó el cinturón de su espada y la vaina y se tomo su tiempo para responder. Cuando por fin habló, su frente estaba fruncida por la preocupación.

—Tienes razón —dijo—. No quería verte. He estado evitándolo, porque no puedo soportar la idea de lo que te hice esta mañana. Nunca me perdonaré

—No fuiste sólo tú —insistió ella—. Fue culpa mía también. Me moví de cierta manera, y de pronto estabas justo ahí... Te deslizaste adentro tan fácilmente, y yo te deseaba. Simplemente no me atreví a detenerme.

Él no la miraba.

—Debería haberlo detenido yo mismo. Desde mucho antes. No sé por qué no pude.

—Yo tampoco pude, si te ayuda saberlo. Sabía que estaba mal, pero no me pude resistir. No pude dejarte ir.

Su corazón desbocado la obligó a moverse a través del coche y a sentarse junto a él.

—Lo siento, Darien. No tenía intención de causar todo esto.

—¿Estas pidiéndome perdón? —prácticamente gritó—. Tú eres quién tiene la posibilidad de sufrir más. Y además, no lo causaste. —Frunció el ceño casi con saña—. Tu hermana lo hizo, y juro que, con cada aliento en mi cuerpo, voy a hacerle pagar por esto. No hay nada que yo no haga para hacerla dar marcha atrás. La mataré si tengo que hacerlo.

Serena movió la cabeza.

—No digas esas cosas. Es mi hermana

Un músculo se tensó en su mandíbula, y habló con un gruñido peligroso.

—Es una bruja, y su maldición sobre mí vino directamente de los fuegos del infierno. No te olvides que mi esposa murió en el parto. Ella lloró y suplicó a Dios no se la llevara de este mundo. Luego le suplicó que el niño sobreviviera... —Hizo una pausa para calmar su voz—. Amé a mi esposa, pero tuve que sepultarla, y a mi hijo también. No dejaré que eso te suceda.

—Pero no depende de ti controlar cómo, y cuando, la gente muere —argumentó—. No tienes ese poder. Incluso si no hubiera ninguna maldición, no podría haber ninguna garantía que sobreviviera dando a luz a tu hijo. Ninguna mujer puede tener esa seguridad. La vida es un riesgo. Cada día, para todos nosotros.

Darien la miró ferozmente.

—Beryl tampoco debería tener ese poder... decidir cuando alguien va a morir.

Desvió su mirada de ella hacia la ventana. El coche rebotó sobre un bache del camino, y la cabeza de Serena bombeaba por las constantes sacudidas y la incesante tensión de la situación. Volvió sus ojos abrasadores y enrojecidos hacia ella.

—Cásate conmigo —dijo.

Su corazón se estremeció en su pecho.

—¿Perdón?

—Ya me has oído, Serena. Hicimos el amor esta mañana. Podrías estar llevando a mi hijo. Sé que no soy lo suficientemente bueno para una dama de alta cuna, como tú, soy un Highlander sin título o propiedad, pero hemos yacido juntos. Debo casarme contigo.

Hizo una pausa mientras toda la sangre en sus venas lentamente se enfriaba.

—¿Sólo me lo propones debido a la maldición? —dijo—. Crees que moriré, y te sientes responsable, ¿no es así?

Seducida por élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora